martes, abril 05, 2016

CUANDO LAS LILAS LA ÚLTIMA VEZ EN EL PATIO FRENTE A LA CASA FLORECIERON por WALT WHITMAN


En la muerte de Lincoln
Cuando las lilas la última vez en el patio frente a la casa
florecieron,
y cuando la gran estrella se hundió temprano en el cielo del
oeste en la noche,
lloré, y volveré a llorar con la constante primavera.
Constante primavera, una segura trinidad me traes,
el florecer perenne de las lilas y la estrella que se hunde en
el oeste.
Y el recuerdo de aquel que yo amo.
¡Oh poderosa estrella caída del oeste!
¡Oh sombras de la noche–oh melancólica, lacrimosa noche!
¡Oh gran estrella desaparecida–oh la negra lobreguez que
oculta a la estrella!
¡Oh crueles manos que me aprisionan –oh indefensa alma
mía!
¡Oh opresora nube que no deja a mi alma en libertad!
En el patio delantero de una vieja casa de finca junto a la
cerca blanqueada,
crece la alta mata de lila con hojas acorazonadas de un vivo
verde.
Con mucha flor puntuda alzándose delicada, con el fuerte
perfume que yo amo,
con cada hoja un milagro –y de esta mata del patio con
flores de color delicado y hojas acorazonadas de vivo
verde,
un ramito con su flor yo corto.
En el pantano en las cerradas espesuras
un esquivo pájaro escondido está gorjeando una canción.
Solitario el zorzal,
el ermitaño en su retiro, evitando los campamentos,
canta él solo una canción.
Canto de la garganta adolorida,
canto de vida de la muerte (porque yo lo sé bien, hermano
mío,
si no te fuera permitido cantar seguramente morirías).
Sobre el regazo de la primavera, sobre la tierra, entre
ciudades,
entre veredas y por viejos bosques, donde a poco las
violetas atisbaban desde el suelo salpicando los grises
escombros,
entre la hierba de los campos a los dos lados del camino,
cruzando la hierba interminable,
cruzando los trigales de lanzas amarillas, cada grano
saliendo de su mortaja en los campos pardo-oscuros,
cruzando entre manzanares cubiertos de flores rosadas y
blancas en las huertas,
llevando un cadáver a donde va a descansar en la tumba
noche y día pasa un ataúd.
Ataúd que pasas por veredas y calles,
a través del día y la noche con la gran nube que oscurece la
tierra,
con la pompa de las banderas a media asta con las ciudades
encortinadas de negro,
con el espectáculo de los estados mismos como mujeres
veladas formando valla,
con procesiones largas y serpenteantes y las antorchas de la
noche,
con los incontables hachones encendidos, con el silencioso
mar de rostros, y las cabezas descubiertas,
con la estación esperando, el ataúd que llega, y los
sombríos rostros,
con cantos fúnebres en la noche, con el millar de voces
levantándose fuertes y solemnes,
con todas las voces plañideras de los cantos fúnebres
alrededor del féretro,
las iglesias a media luz y los trémulos órganos– por donde
quiera que pasas,
con las campanas doblando, doblando con perpetuo dindón,
toma, ataúd que lentamente pasas,
te doy mi ramito de lilas.
(No para ti, para ti solo;
flores y ramas verdes a todos los ataúdes yo traigo,
porque fresca como la mañana, así yo cantaría por ti una
canción, oh sabia y sagrada muerte.
Toda de ramos de rosas,
oh muerte, toda de rosas te cubro y de lirios tempranos,
pero sobre todo y ahora las lilas que son las primeras que
florecen,
corto copiosas, corto los ramitos de las matas,
con los brazos cargados vengo, volcándolos para ti,
para ti y para todos los ataúdes tuyos, oh muerte.)
Oh astro del oeste que vagas en el cielo,
ahora sé lo que quisiste decirme hace un mes cuando yo
caminaba,
cuando yo caminaba silencioso en la transparente noche
sombría,
cuando yo vi que algo tenías que decir, cuando te
inclinabas noche a noche sobre mí,
cuando bajabas del cielo como si fueras a ponerte a mi lado
(mientras todas las otras estrellas miraban),
cuando vagábamos juntos en la noche solemne (porque
algo desconocido me impedía dormir),
cuando la noche avanzaba, y yo veía en el borde del oeste,
antes que te fueras, cuán lleno estabas de dolor,
cuando yo estaba sobre una altura en el sereno en la fresca
noche transparente,
cuando te miraba pasar y te perdías en la profunda
oscuridad de la noche,
cuando mi alma, en su aflicción, desconsolada, se hundía,
cuando tú, estrella triste,
terminabas, te hundías en la noche, y te perdías.
Canta allá en el pantano,
cantor huraño y tierno, yo oigo tus notas, oigo tu reclamo,
yo oigo, acudo, te entiendo,
pero aguarda un instante, porque la luciente estrella me ha
detenido,
la estrella mi camarada que se va, me guarda y me detiene.
Oh, ¿cómo cantaré por el muerto que yo amaba?
¿Y cómo entonaré mi canto por la gran alma dulce que se
ha ido?
¿Y cuál será mi perfume para la tumba de aquel que yo
amo?
Vientos del mar soplan del Este y del Oeste,
soplan del mar del Este, y soplan del mar del Oeste, hasta
que allá en las praderas encontrándose,
con esos y con estos y con el aliento de mi canto,
perfumaré la tumba del que amo.
Oh ¿qué colgaré en las paredes de la cámara mortuoria?
¿Y qué cuadros colgaré en las paredes,
de la última morada del que amo?
Cuadros de la florida primavera, y de fincas, y de casas,
con la tarde del Cuarto Mes poniéndose el sol, y la
columna de humo gris luminosa y brillante,
con ríos de oro amarillo del maravilloso, indolente sol
poniente, ardiendo, ensanchando el aire;
con la olorosa hierba fresca bajo los pies, y las hojas verdes
tiernas de los árboles prolíficos;
a lo lejos el fluido reflejo, el pecho del río, con manchas de
viento aquí y allá;
con las colinas alineadas en las orillas, con muchas franjas
en el cielo y sombras;
y la ciudad a un paso con profusión de casas, y chimeneas,
y todas las escenas de la vida, y los talleres, y los obreros
volviendo a sus hogares.
Mirad, cuerpo y alma —esta tierra,
mi propia Manhattan, con sus torres, y las relumbrantes
y rápidas mareas, y los barcos,
y la variada y extensa tierra, el Sur y el Norte en la luz
—las costas del Ohio, y el reverberante Missouri,
y siempre las ilimitadas praderas cubiertas de hierba y de
maizales.
Mirad, el excelentísimo sol tan calmo y orgulloso,
lamañanita violeta y púrpura con brisas que apenas se sienten,
la tierna inmensa luz recién nacida,
el milagro desbordante bañándolo todo, el colmado medio
día,
la venida de la tarde deliciosa, la bienvenida noche y las
estrellas,
sobre mis ciudades brillantes todas, envolviendo al hombre
y a la tierra.
Canta, canta, pájaro pardo,
canta desde los pantanos, las espesuras, vierte tus cantos
desde los matorrales,
interminablemente desde el crepúsculo, desde los cedros y
los pinos.
Canta, hermano mío, trina tu canto de caña,
alto cántico humano, con voz de infinita tristeza.
¡Oh líquido y libre y tierno!
¡Oh desatado y enardecido para mi alma! —¡Oh asombroso
cantor!
Sólo a ti te oigo..., pero la estrella me detiene (aunque
pronto partirá);
pero las lilas, con el poder de su perfume, me detienen.
Mientras estaba sentado bajo el sol y miraba,
en el ocaso del día con su luz y los campos de primavera, y
los campesinos preparando sus cosechas,
en el vasto inconsciente escenario de mi tierra con sus lagos
y bosques,
en la celeste aérea belleza (tras los perturbados vientos y las
tormentas),
bajo los arqueados cielos del atardecer rápidamente
pasando, y las voces de las mujeres y los niños,
las multi-móviles mareas, y veía los barcos cómo zarpaban,
y el verano acercándose con su riqueza, y los campos
atareados de labor,
y las infinitas casas apartadas, lo que pasaba en todas ellas,
cada una con sus comidas y las minucias de los diarios
quehaceres,
y las calles, cómo sus pálpitos palpitaban, y las ciudades
suspendidas –mirad, aquí y allá,
cayendo sobre todas y entre todas ellas, envolviéndome a
mí con los demás,
aparecía la nube, aparecía la larga cauda negra,
y conocí la muerte, su concepto, y el sagrado
conocimiento de la muerte.
Entonces con el conocimiento de la muerte caminando a mi
lado.
y el concepto de la muerte caminando muy cerca de mi otro
lado
y yo en medio como entre dos compañeros, y como
cogiendo las manos de mis dos compañeros,
huí hacia la encubridora acogedora noche que no habla,
bajando a las orillas de las aguas, la vereda junto al
pantano en la sombra,
hasta los solemnes cedros sombríos y los pinos espectrales
tan inmóviles.
Y el cantor tan huraño con los demás me recibió,
el pájaro pardo que yo conozco nos recibió a los tres
compañeros,
y cantó la cantiga de la muerte, y un verso para aquel que
yo amo.
Desde las profundas cerradas espesuras,
desde los fragantes cedros y los espectrales pinos tan
inmóviles,
vino el cantar del pájaro.
Y el encanto del cantar me arrobó,
mientras tenía cogidos como de las manos a mis dos
compañeros en la noche,
y la voz de mi espíritu acompañó el canto del pájaro.
Ven bella y arrulladora muerte,
ondula en torno de la tierra, serenamente viniendo,
viviendo,
en el día, en la noche, para todos, para cada uno,
tarde o temprano, delicada muerte,
alabado el insondable universo,
por la vida y la alegría y por las cosas y los conocimientos
curiosos,
y por el amor, el dulce amor —pero ¡alabanza!, ¡alabanza!,
¡alabanza!
Por los ineludiblemente arrolladores brazos de la muerte
que nos envuelve en su frescura.
Oscura madre deslizándose siempre cerca con suaves
pasos,
¿nadie ha cantado para ti un cántico de plena bienvenida?
Entonces yo te lo canto, yo te glorifico sobre todo,
te traigo un canto para que cuando tengas ciertamente que
venir, vengas imperturbable.
Acércate poderosa libertadora,
cuando lo has hecho, cuando los has tomado, canto alegre
a los muertos,
perdidos en tu océano amoroso,
lavados en la corriente de tu delicia, oh muerte.
De mí para ti alegres serenatas,
bailes para ti propongo saludándote, adornos y fiestas para
ti,
y los amplios panoramas del paisaje y el extendido cielo
arriba son apropiados,
y la vida y los campos y la enorme y pensativa noche,
la noche en silencio bajo muchas estrellas,
la costa del mar y la ronca ola susurrante cuya voz yo
conozco,
y el alma que se vuelve hacia ti, oh vasta y bien velada
muerte,
y el cuerpo agradecido anidando junto a ti.
Sobre las copas de los árboles elevo un canto para ti,
sobre el vaivén de las olas, sobre los millares de campos y
praderas anchas,
sobre las apretujadas ciudades todas y los hirvientes
muelles y caminos,
yo elevo este canto con júbilo para ti, oh muerte.
A la altura de mi alma,
agudo y fuerte se mantuvo el pájaro pardo-oscuro,
con puras notas deliberadas esparciéndose llenando la
noche.
Sonoro en los pinos y los cedros oscuros,
claro en la frescura de la humedad y el perfume de los
pantanos,
y yo con mis compañeros allí en la noche,
cuando mi vista que estaba encerrada en mis ojos se abrió,
como a una visión de grandes panoramas.
Y entreví lejanamente los ejércitos;
vi, como en sueños sin ruido, centenares de banderas de
batalla;
enarboladas entre el humo de las batallas y traspasadas de
proyectiles las vi,
y llevadas de aquí para allá en medio del humo, y
desgarradas y ensangrentadas;
y al final unas pocas hilachas en las astas solamente (y todo
en silencio)
y las astas todas desastilladas y rotas.
Vi los cadáveres de las batallas, millares de ellos,
y los blancos esqueletos de los jóvenes, yo los vi;
y vi restos y restos de todos los soldados masacrados en la
guerra;
pero vi que no eran como se pensaba;
ellos mismos en completo descanso, no sufrían;
los vivos quedaban y sufrían, la madre sufría,
y la esposa y el niño y el pensativo amigo sufrían,
y los ejércitos que quedaban sufrían.
Pasando las visiones, pasando la noche,
pasando, soltando las manos de mis compañeros,
pasando el canto del pájaro eremita y el concorde canto de
mi alma,
el victorioso canto, canto de desahogo de la muerte, pero
cambiante, siempre-variante,
bajo y quejumbroso, pero claras las notas, subiendo y
bajando, inundando la noche,
tristemente descendiendo y desfalleciendo, como
advirtiendo y advirtiendo, pero de nuevo estallando de
júbilo,
cubriendo la tierra y llenando la anchura del cielo,
como aquel poderoso salmo en la noche que oí en las
espesuras,
pasando, yo te dejo, lila de hojas acorazonadas
te dejo allá en el patio frente a la puerta, floreciendo,
regresando con la primavera.
Yo me despido de mi canto para ti,
de mi mirada para ti en el oeste, frente al oeste,
comulgando contigo,
oh luminoso camarada de cara de plata en la noche.
Pero todas y cada una para guardar, prendas sacadas de la
noche,
el canto, el asombroso cántico del pájaro pardo-oscuro,
y el concorde cántico, el eco despertado en mi alma,
con la luciente y descendiente estrella con el semblante
lleno de tristeza,
con la mano cogiendo mi mano, acercándonos al reclamo
del pájaro,
los compañeros míos y yo en medio, y su recuerdo para
guardarlo para siempre, para el muerto que yo amaba
tanto,
para la más dulce, la más sabia criatura de todos mis días y
mis tierras —y esto por amor de él;
lila y estrella y pájaro entretejidos con el canto de mi alma
allá en los fragantes pinos y los cedros oscuros y sombríos.

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