sábado, abril 26, 2014

Miguel Bosé:Te Buscaré







Contaré
Cientos de estrellas caer del cielo
Y una sóla te llevaré…
Siento que
Tengo que huir o llenar de magia
Esta historia entre los dos…

Y hoy me empujan las ganas
Y perdiendo el control
Te buscaré en las miradas
Te buscaré en e l sol
Que el veneno secreto
De este amor que me das
Me hace efecto en el pecho
Me duele y pide más

Queda en el aire
Algo de ti por resolver
Parto de nada
Quien sabe dónde llegaré

Contra el viento
Por el mar
Listo pa naufragar

Cruzaré
Montes, palabras y pensamientos
Este, oeste, norte y sur
Tardaré
Pero aunque así pasen mil años juro
Que al final te encontraré…

Hay en el aire si
Algo de ti que viene y va
Sé que estás cerca
Sé que no puedes escapar

Contra el viento
Por el mar
Listo pa naufragar

Y hoy que tiran las ganas
Y se desboca el control
Te buscaré en las miradas
Te buscaré en el sol
Que la esencia secreta
Del amor que me das
Es la clave y respuesta
De todo y mucho más…

Siento las ganas
Pierdo el control
Busco en las miradas
Busco en el sol
Busco en lo más hondo
Busco dónde no hay
Buscaré sin tregua
Te busco sin parar
Te busco en las alturas
Te buscaré hasta el fin
Te guste o no te guste
Te buscaré si!
Te buscaré si!

domingo, abril 20, 2014

EVA Y SU CUADERNO DE GESTOS DE MARIA JOSE RIVERA OYARCE : LA UNIVERSALIDAD DE LA MUJER por EDUARDO J. FARIAS ALDERETE.



El arquetipo de Eva a recorrido la marea tempestuosa de los tiempos de la manera serena, inmutable, cargando una culpa en su germen mismo injusta. La misma desobediencia que carga en sus hombros, es lo que nos ha hecho humanos, aún Eva desafiando a Dios y encarnando el “pecado” sólo para dejar al hombre como una víctima. La interpretación antigua y aún persistente es  sesgada y mezquina. Podemos atender a los símbolos femeninos y percatarnos del hecho que esta mirada carece de cierto sentido, la intuición de Eva sigue corriendo en el ADN del género femenino hasta nuestros días, sin embargo este arquetipo, este inicio,  o idea primordial evolucionó en diversos aspectos y en diversas culturas del mundo, desde la Diosa Madre, la Hechicera y La Sacerdotisa. La fuerza femenina que mueve el cosmos  de una manera innegable se encarna como deidad, sin embargo he dejado para el final de estas fuerzas arquetípicas femeninas  a  Lilith, bíblicamente mal llamada monstruo  (Isaías 34. 14) la primera mujer de Adán, encarnación de la rebeldía, desembocó en una criatura nocturna madre de demonios y ladrona de recién nacidos, netamente una  desfiguración de un mito en dirección a la encarnación del mal y de los terrores nocturnos. Distintas y no todas  las facetas de la mujer, ésta encarna la voluntad y la facultad de la vida.

En la voz poética de María José Rivera Oyarce se conjugan todos estos arquetipos, su cosmovisión abarca lo que  el mundo  conoce como lo femenino, la fragilidad y la fortaleza;  lo onírico y lo real, en el fondo las manifestaciones que el amor entrega a la humanidad; una travesía por diversas manifestaciones:

Eva desafía a su Dios; y  va de verso en verso planteando  una posición contestataria y de igual a igual, ambos; el ser abstracto al que llamamos “Dios” y Eva “creadora y madre” en el poema EL ESPEJO DE DIOS: “Eva reclama/ Primogenitura de especie/ Como cáliz de toda cronología/ Individual o colectiva/ A pesar de la negación/ Y de ese dedo acusador /Que la señala de siempre/ Desde la serpiente/ Y el costado supuesto que no era.” La poeta no sólo emprende una puesta a juicio en el aspecto personal  sino que también se  dirige a lo social UTOPIA DE DEL BUEN DIOS : “Dios se sienta a la izquierda de Dios… /Y con un pan, gigante pan de mesa infinita/ Parte y reparte en iguales proporciones “. Alcanzar la crítica social y la ternura en un equilibrio admite un oficio  que se retroalimenta de lo femenino en su plenitud.

La Diosa Madre, a través de ella se expresa el principio femenino del universo materializándose como un símbolo de fecundidad,  acá debemos detenernos en dos sentidos distintos; el cósmico, el aspecto creador amplio: DONDE ANDAS TÚ : “Tu mano derecha es un ramo de mariposas/ A punto de estallar /Mi mano izquierda es un abismo /De donde se descuelga tu nombre irrepetible /Y Entre las dos, /La sombra tenebrosa del árbol de Dios /Cosechando manzanas podridas sobre nuestra cama” y el otro sentido, el personal:Trasvasijome en ti /Palpitante en mi vientre /Toda Universo derramada /Mientras taladra mi piel /Tu luz infinita /De paloma acurrucada. /Despierta hijo mío /En esa llama que busca el mundo entre mis piernas /Ansioso ya de apresarlo en el primer respiro”.

La Hechicera en su estado puro como arquetipo recorre  en versos delicados, la energía sexual y sensual de la mujer en su propia magia, la profundidad de la conciencia de controlar este poder hace que la poeta sutilmente nos envuelva con la atmósfera donde los símbolos, poderosos por sí mismos, se potencien, el poema EVA: “Me sorprendí desnuda inventando nuevos horizontes,/Pequeños universos desbastados/ El paraíso estaba entre mis piernas/ Esta vez......... no habían serpientes” ; Y SI EMPIEZO A TITUBEAR:Te entregas a mis presagios /Mientras te señalo/ En la frente con un beso”. PORQUE TENGO : “Porque tengo aun la ilusión de adherirme a tu cuerpo/ Cuando todos los arboles estén caídos/ Y la lluvia no sea más que el murmullo/ De una tormenta subterránea entre mis raíces”.  AUSENCIA:   “He aprendido a embrujar relojes /Para que no duelan las horas /Minuto a minuto, /Segundo a segundo… /Descolgando besos, /Recopilando caricias,/ Olfateando recuerdos /Mientras las silabas de tu nombre /Van rescribiendo el deseo”.

Lilith, la rebelde, la primera mujer de Adán, figura del folklore judío, arquetipo de la libertad y de la emancipación femenina. María José Rivera Oyarce en trazos generales cultiva  esta  declaración firme de  independencia, sin odio pero con solidez y vigor; WALKING AROUND II :“Hay ataduras y monedas de hambre entre puños cerrados/ Hay silencios que debieran ser caricias en mi oído y en mi espalda /Hay cadenas en todas partes y puñales y desiertos /Yo paseo con rabia /Con uñas, con tacones, con pubis, con secretos /Paso, cruzo esquinas prohibidas y veredas marginales /Y oficinas donde reinan solo machos en sillones tutelares /Bigotes, calzoncillos y corbatas /Que ríen roncan piedras y risas”.

La Sacerdotisa, la sabiduría inagotable y amplia que se va multiplicando de mujer en mujer , entregando la formación de valores de hijos a madres y de madres a hijas , y en lo personal la sabiduría que germina día a día en  el universo: VEO LAS LÍNEAS DE MIS MANOS  "No se si mi puño cerrado es capaz de detenerlo/ Por eso dejo escapar de entre los dedos el surco donde me habita/ Dios avanza sobre mí en precipitada línea/ Todo huella inclinando universos/ Desde su respirar y en idénticas cifras celestes/ Su nombre transita hacia mí en inacabada ruta develada/ Dios reclama mi fragilidad de espuma / Mi intima esencia de signo sumergido". Y el altar de la sacerdotisa  RITUAL : "Mi casa en un altar profundo/Donde anclan pájaros desvelados/ Esquivan la luminosa ciudad/ Y anochecen aquí/ En una esquina antigua del paraíso/ Que invente para ellos/ Entran en el jardín/ Y se vuelven semillas/ Arrullados en un sueño migratorio/ Como oxidadas estatuas en la arena". 

Pero aún más allá de la imaginería natural, simbólica y mística, encontramos algunos poemas de denuncia, del trato hacia la mujer, aún con la fragilidad necesaria y sin caer en versos de panfletaria y dudosa poesía, el oficio  calza perfecto con lo que el yo lírico desea expresar, el arco amplio de la manifestación se tensa hasta arrojar las saetas que en el blanco caen como un  canto libre, abierto como un horizonte. Importante trabajo para representar la voz lírica femenina de este norte y del acontecen nacional literario. Después de leer este poemario recuerdo los versos de Juan Gelman, poeta argentino recientemente desaparecido: “¿y si Dios fuera una mujer? alguno dijo (…)¿y si Dios moviera los pechos dulcemente? Dijo/¿y si Dios fuera una mujer?”.

Eva y su cuaderno de gestos de María Jose Rivera Oyarce. Fondo Editorial Manuel  Concha. 



sábado, abril 19, 2014

Lucybell Fenix - Te quiero ver (LETRA) HD

DURAN DURAN- Leave A Light On

Lucybell Amanece - Ten paz (letra) HD

LEER por JUAN GARCIA PONCE


Hablar como un libro, decimos. Hablar tiene entonces la firmeza y la seguridad de lo acabado. El que habla
como un libro no busca; ha encontrado ya y su decir exterioriza ese encuentro. El que habla como un libro hace que sus palabras tengan la inevitabilidad de lo ya dicho, estén fijas o inmóviles, como en un libro. El que habla como un libro habla para hacer callar, hacer callar también a las palabras. Pero ¿quién habla cuando el
que habla es un libro?
El libro está en el centro. Escribir un poema, escribir una novela, escribir un ensayo es siempre dirigir el movimiento de la escritura hacia ellos. A través de este movimiento, en el que la escritura se encuentra y se hace existir, la palabra halla al fin la posibilidad de detenerse. El escritor escribe, da forma, hace un poema, una novela, un ensayo, hace un libro y lo abandona. Es el único que no puede volver a él… en tanto escritor. El libro también lo calla. Su oportunidad de encontrar otra vez la escritura es otro libro. El movimiento recomienza siempre, siempre y cuando nunca se vuelva atrás.
Para el escritor el libro está siendo siempre escrito y vuelto a escribir. ¿El mismo libro? No: otro libro, que es el mismo. El libro está solo. El escritor lo ha abandonado, ya no es el que habla, sino el que habló; el que puede hablar es el libro, pero en su interior las palabras, el movimiento de las palabras que se han hecho poema, novela, ensayo, están quietas, en silencio.
Imaginemos una biblioteca. Silencio, piden todos los avisos al que llega. Los avisos pueden no aparecer; el ámbito de las palabras llama al silencio. No tenemos que evocar una serie interminable de libros; unos cuantos bastan. En cualquier forma, es una biblioteca. El infinito que el espacio de los libros crea no está
en relación con su número. Allí, en el silencio, uno junto a otro, uno al lado del otro, siempre intercambiables, inertes, sin principio ni fin, reposan los volúmenes.
No son una continuidad; su posibilidad de hablar se abre y se cierra sobre sí misma. Y sin embargo, allí, en el silencio, su voz, inaudible todavía, es una sola. Esa voz, cuya posibilidad de hacerse oír crea la discontinuidad, es el discurso de los libros.
Cuando los libros hablan es que alguien los lee, alguien, en el seno del silencio, separa su voz y se dispone a escucharla. El libro es entonces un solo libro. El lector, en su lectura, como antes el escritor en su escritura, pone de nuevo en movimiento, hace aparecer, la discontinuidad.
Cuando los libros hablan regresa la escritura a la que se ha restituido su diferencia. Leemos en la biblioteca, sin romper el silencio. Cualquier lugar es la biblioteca; la lectura nos conduce siempre al espacio de los libros. Llevados por el libro leemos en el silencio. Nada es capaz de romperlo y, sin embargo, la escritura, a
través del libro, habla en él. Cuando la escritura habla, el gran ausente inevitable es el escritor; pero el libro
ya no está solo. Alguien lo ha sacado de su apartamiento. El movimiento de la escritura recomienza. Ella no pertenece ya al escritor ni al libro. El lector ha hecho que la escritura sea. ¿Dónde? En un nuevo espacio, el espacio de la lectura.
Desprendida del escritor que la ha abandonado en el libro, la escritura está inerme, sin defensa y también sin vida, dentro de una pura neutralidad. Ahora regresa desde ese abandono que la pone en manos del lector. Es él quien le presta su vida. Cada obra toma la forma que le da el lector que la contiene; en la lectura,
ya no es una, sino múltiples obras, tantas como los lectores que al recorrerla la hacen aparecer. Ningún libro ha sido leído dos veces de la misma manera. La lectura es una aventura para la obra, que adquiere la vida que se le da.
Entre la escritura y el lector se crea una relación dentro de la cual aquélla no tiene defensa. Su amplitud y su profundidad originales se han ocultado en ella misma, están en ella, aguardando, y sólo pueden reaparecer en el lector. Para éste, que tiene la vida de la obra en sus manos, la lectura es, entonces, una responsabilidad.
Al leer nos comprometemos. ¿Con quién? El escritor ha desaparecido. La
escritura que él hizo posible ya no lo tiene; se ha convertido en ese terreno sin vida que espera, en el libro, que le den la oportunidad de ser, y que sólo es capaz de actuar a través del lector. Y ahora, al llegar hasta ella, le hemos permitido que sea en nosotros. ¿Quiénes somos nosotros? En la lectura, donde la relación
entre nosotros y el libro que leemos, gracias a ese no ser del libro antes de la lectura que le permite entregarse al que lee, encuentra una nueva unidad, ese nosotros, que es siempre uno solo, también
se pierde: somos el libro que leemos, en la misma medida en que el libro es en nosotros.
De pronto se ha creado una realidad que sólo se muestra en el espacio de la lectura. El libro se pierde en nosotros, pero igualmente nosotros nos perdemos en el libro. La condición que la escritura impone para ser en nosotros es que nosotros, despojándonos de nosotros mismos, nos entreguemos a la lectura.
A través de nosotros, que ya no somos nadie más que el libro que leemos,
el libro se pone a hablar.
Si el escritor se aparta de la escritura para dejarla ser, el lector se pierde en ella, para que en su olvido de sí aparezca la escritura. Desde uno u otro extremo se trata en ambos casos de una desaparición.
Nosotros, los lectores, no somos en los libros. En el momento en que intentamos serlo, la escritura, aparentemente inerme, realiza su único posible movimiento de defensa, se oculta en su neutralidad para dejarnos ser en el terreno libre que abre su desaparición. Pero el que entonces no existe es el libro.
Los libros son en nosotros, los lectores. El libro está en el centro. Nuestra responsabilidad de lectores se encuentra en la voluntad de desaparecer en él. La lectura es un compromiso con la neutralidad de la escritura. Desde ese lugar que es el espacio de la lectura, en el que hacemos nuestra esa neutralidad
para que la escritura hable en toda su pureza, ninguna lectura es igual, pero todas las lecturas son la misma.
¿Quién habla cuando hablan los libros?
Habla la escritura. En la escritura, allí donde la palabra encuentra su voz convertida en un murmullo interminable, en un puro camino sin fin, que no se dirige a ningún lado y se recoge una y otra vez sobre sí mismo, volviendo siempre a empezar, el escritor y el lector se encuentran en su desaparición.

This Is Not The End - Fieldwork (Music Video)

POR VALLEJO por GONZALO ROJAS


Ya todo estaba escrito cuando Vallejo dijo: —Todavía.
Y le arranco esta pluma al viejo cóndor
del énfasis. El tiempo es todavía,
la rosa es todavía y aunque pase el verano, y las estrellas
de todos los veranos, el hombre es todavía.
Nada pasó. Pero alguien que se llamaba César en peruano
y en piedra más que piedra, dio en la cumbre
del oxígeno hermoso. Las raíces
lo siguieron sangrientas cada día más lúcido. Lo fueron
secando, y ni París pudo salvarle el hueso ni el martirio.
Ninguno fue tan hondo por las médulas vivas del origen
ni nos habló en la música que decimos América
porque éste únicamente sacó el ser de la piedra más oscura
cuando nos vio la suerte debajo de las olas
en el vacío de la mano.
Cada cual su Vallejo doloroso y gozoso.
No en París
donde lloré por su alma, no en la nube violenta
que me dio a diez mil metros la certeza terrestre
de su rostro
sobre la nieve libre, sino en esto
de respirar la espina mortal, estoy seguro
del que baja y me dice: —Todavía.

GONZALO ROJAS: POESIA Y EXPERIENCIA por ENRIQUE LIHN


En 1999 Marcelo Coddou y Marcelo Pellegrini realizaron una edición crítica de La misería
del hombre, aquel primer libro de Gonzalo Rojas publicado en 1948 por el que obtuvo el Premio Sociedad de Escritores de Chile. En la edición crítica que ahora aparece, bajo el sello de Universidad
de Playa Ancha Editorial, se encuentra esta entrevista al autor de Porque escribí (Tierra Firme, 1995) que
ofrecemos a continuación.
MARCELO CODDOU: Me gustaría que siguieras hablando de muchos otros poetas chilenos, de lo que tú ves en ellos, de lo que ellos han significado para ti. Pero claro, nos vemos obligados a seleccionar.
Hay uno, en particular, que me interesa mucho, tanto por el valor específico de su obra, como por lo que ha significado para todos los poetas de tu generación: me refiero a Gonzalo Rojas...
ENRIQUE LIHN: Para contestar tu pregunta quizá convenga hacer un poco de “biografía” y de “autobiografía” de la poesía chilena. Pienso en el momento en que pasé de la zona enrarecida, más o
menos abstracta, aleatoria de las lecturas heterogéneas, a la relación con poetas vivientes, y que me dieron la impresión de serlo. Fue cuando conocí a Nicanor Parra y a Gonzalo Rojas, por intermedio de Luis Oyarzún que enseñaba en Bellas Artes, donde yo, a mi vez, estudiaba pintura. Me hice amigo de Nicanor, quien, en ese tiempo, se reunía con Gonzalo Rojas, profesor de Castellano en un liceo de Valparaíso [...] Eran ellos los que estaban conscientes de que había que acotar un campo dentro de la poesía donde se estableciera una determinada relación con la experiencia, de la que se había ausentado el surrealismo en su versión chilena, ese academicismo surrealista totalmente ausentado de la situación.
Tenían, además, toda una cosa lúdica, muy válida. Me acuerdo de los juegos que se hacían en casa de Nicanor juegos poéticos, o que podían dar en el blanco de la poesía. Y algunas lecturas —que fueron también las mías en ese momento—: los Cantos de Maldoror, por ejemplo, para mí, desde ese tiempo, lectura de siempre. Esto es, el juego sangriento, por así decirlo, de la poesía, del texto con el texto, la destrucción de lasretóricas a través de una hiperretórica, el hacer funcionar elementos de otras literaturas
de una manera distinta, la crítica del lenguaje, esa especie de bricolage que hizo Lautréamont con todo y que
aparecería, otra vez, en los Antipoemas, una de las primeras cosas que nosotros, de jóvenes, conocimos de Nicanor [...]
Ahora, nosotros éramos verdaderamente más adeptos a la poesía de Nicanor, por el elemento nihilista de esa poesía, ninguneador y también humorista. Gonzalo nos parecía —a mí, a Jodorowski, a otros—, muy lleno de actitudes dramáticas. Nuestra tendencia era a la irreverencia, a la desdramatización, al ninguneo y al humor [...] Éramos jóvenes terribles, muy críticos respecto de las adecuaciones entre lenguaje y realidad
personal, con una tendencia más hacia lo grotesco que hacia la cosa lírica.
Y como Gonzalo trabaja más en lo que se entiende como una poesía lírica y dramática, se producía una especie de resistencia, que más tiene que ver con el espíritu de grupo, espíritu burlón, tendiente hacia lo grotesco en literatura...
Pero claro, esa era una situación juvenil, cuando tanto nos interesaban los desplazamientos del lenguaje poético hacia otros planos y otras formas discursivas que no fueran poemas, cosa que Gonzalo no hacía. Y no lo hacía con premeditación: él construía una poesía en un terreno lírico-dramático, pero, te insisto,
bajo el signo de la relación de la poesía con la experiencia. Y con elementos que, después, releyendo, me han interesado muchísimo más. Su “inspiración” erótica, por ejemplo, que invade su poesía por todos lados; las distorsiones del lenguaje emotivo; la plasticidad de sus imágenes, intensamente, en el sentido de seguir una idea y desarrollarla en términos oratorios, en mis lecturas juveniles de Gonzalo Rojas, ahora me parecen
la asunción de una retoricidad oratoria, que funciona como el marco en que se producen fenómenos de irracionalidad.
Justamente lo que esa poesía tiene de crispadamente hermético, pone de relieve la proximidad con cierta zona de incomunicación. Es una poesía que llega a un punto en el que verdaderamente está hablando de algo que no se puede comunicar... Son sus mejores momentos. Es una experiencia de orden erótico-místico, con una enorme tensión textual. Entonces, ese aparataje discursivo, quizá, pone de relieve la necesaria fragmentación ante una experiencia que tiempo atrás habríamos llamado “inefable”.
De manera que mi lectura actual de la poesía de Rojas difiere y es discrepante respecto de la lectura discrepante que de ella hice de joven. Un libro como Oscuro es decisivo en el campo de la literatura
moderna latinoamericana.
Gonzalo es —un poco como hablábamos de la Mistral— un tipo de recorridos particulares pasando por Lautréamont, pasando por el simbolismo, pasando por el surrealismo, e inscribiendo su poesía en un campo donde la experiencia tiene un sentido. Es interesante ver cómo él se desprende del surrealismo. Quizá
por su frecuentación de la poesía barroca y por su lectura extrasurrealista de Baudelaire; por la importancia que le da al lenguaje, a las operaciones lingüísticas, a los modos de producción locales, propios, de una lengua; por su instalación en una lengua; por el tipo de problemática que se le va planteando, donde siempre queda un remanente religioso.
En fin, por múltiples razones, no se queda en esa cosa discipular del surrealismo (“surreachilismo”, decíamos
nosotros), sino que lo revienta: bota todo lo que en la poesía se convierte en lastre, porque ya no pertenece
al campo de la propia experiencia, sino sólo a elementos culturales, perpetuados mecánicamente, actividad
propia de coleccionistas. Gonzalo abre su poesía para que entre la situación: del surrealismo tiene todo un aire, pero oxigenante. El surrealismo le sirve, diría, para respirar y no para asfixiarnos.

EL ALUMBRADO por GONZALO ROJAS


Acostumbra el hombre hablar con su cuerpo, ojear
su ojo, orejear diamantino
su oreja, naricear
cartílago adentro el plazo de su
aire, y así ojeando orejeando la
no persona que anda en el crecimiento
de sus días últimos, acostumbra
callar.
A la cerrazón sigue el diálogo con las abejas
para espantar la vejez; las convoca,
las inventa si no están, les dice palabras que no figuran,
las desafía a ser ocio;
ocio para ser, insiste convincente. Las otras
lo miran.
Después viene el párrafo de airear el sepulcro y
recurre a la experiencia limítrofe del cajón. Se mete en el cajón,
cierra bien la tapa de vidrio.
Sueña que tiene 23 y va entrando en la rueda de las encarnaciones.
¿Por qué 23? La aguja de imantar no dice el número.
Sueña que es cuarzo, de un lila casi transparente.
Lo cierto es que llueve. Pensamiento o
liturgia, lo cierto es que llueve. Gaviotas
milenarias de agua amniótica
es lo que llueve. Sale entonces la oreja
de adentro de su oreja, la nariz
de su nariz, el ojo
de su ojo: sale el hombre de su hombre.
Se oye uno en él hablar.

EL LLANTO DE LA EXCAVADORA por PIER PAOLO PASOLINI



I
Sólo el amar, sólo el conocer
es lo que cuenta; no el haber amado,
no el haber conocido. Angustia
el vivir de un consumido
amor. Deja de crecer el alma.
Aquí, en el calor encantado
de la noche —qué riada acá en lo bajo
entre las curvas del río y las adormecidas
visiones de la ciudad bañada de luz,
resonante aún de mil vidas,
desamor, misterio y miseria
de los sentidos— me resultan enemigas
las formas del mundo que aún ayer
eran mi razón para existir.
Aburrido, cansado, vuelvo a casa por negras
plazas de mercados, tristes calles
aledañas al puerto fluvial,
entre barracas y bodegones,
por los últimos prados. El silencio
allí es mortal: pero abajo, en la avenida Marconi,
en la estación de Trastévere, la tarde
es dulce todavía. Los jóvenes
regresan a sus colonias, a sus arrabales
en ligeras motonetas, vestidos de overol
mas impulsados por un festivo anhelo,
cargando atrás a los amigos,
risueños, sucios. Los últimos parroquianos
charlan de pie, desgañitándose
todas las noches, aquí y allá, en las mesitas
de los lucientes locales semivacíos.
Maravillosa y mísera ciudad
que me enseñaste eso que los hombres
alegres y feroces aprenden desde niños,
las pequeñas cosas que se descubre
la grandeza de la vida en paz, cómo
andar duros y preparados en el gentío
de las calles, cómo dirigirse a otro hombre
sin temblar, sin avergonzarse
de mirar el dinero que cuenta
con perezosos dedos el mensajero
que suda frente a las fachadas que huyen
en un color eterno de verano;
a defenderme, a ofender, a tener
el mundo delante de los ojos y no
sólo en el corazón; a comprender
que pocos conocen las pasiones
por las cuales yo he vivido:
que no me son fraternos y, sin embargo,
son hermanos justamente por tener
pasiones de hombres
que, alegres, inconscientes, enteros,
viven de experiencias
ajenas a las mías. Maravillosa y mísera
ciudad, que me hiciste experimentar
en la experiencia de esa vida
ignota: hasta que descubrí
lo que era el mundo para cada uno.
Una luna moribunda, en el silencio
que de ella vive, palidece entre violentos
ardores, miserablemente en la tierra
cambia de vida en grandes avenidas y viejas
callejuelas que sin dar luz deslumbran
y, como en todo el mundo, se reflejan
en una escasa y alta nubarrada.
Es la noche más hermosa del verano.
Trastévere, con un olor a paja
de viejos establos, de hosterías
desiertas, sigue despierto.
Las esquinas obscuras, las paredes plácidas
susurran encantados rumores.
Hombres y muchachos regresan a sus casas
—bajo festones de luz recién nacida—
rumbo a sus callejones enlodados
de obscuridad e inmundicia, con ese paso blando
que tanto me invadía el alma
cuando de verdad yo amaba, cuando
de verdad quería comprender.
Y, como entonces, desaparecen cantando.
II
Pobre como un gato del Coliseo
yo vivía en un barrio todo cal
y polvareda, lejos de la ciudad
y del campo, hacinado día tras día
en un autobús acezante:
y cada ida, cada regreso
era un calvario de sudor y de ansias.
Largas caminatas en la calle caliente calígine,
largos crepúsculos frente a papeles
amontonados en la mesa, entre calles lodosas,
tapiales, casuchas empapadas de cal,
destartaladas, con cortinas por puerta…
Pasaban el aceitunero y el ropavejero
que venían de alguna otra barriada,
con su polvorienta mercancía semejante
a fruto de robo y con el aire cruel
de jóvenes envejecidos entre los vicios
de quien tiene una madre dura y hambreada.
Renovado por el mundo nuevo,
libre —una llama, un hálito
que no puedo expresar, en la realidad
que humilde y sucia, confusa e inmensa,
hormigueaba en la periferia meridional,
inculcaba un sentido de serena piedad.
Un alma en mí, que no era sólo mía,
un alma pequeña en ese mundo ilimitado,
crecía alimentada por la alegría
de quien amaba, aunque no era amado.
Y todo se iluminaba con este amor.
Tal vez siendo aún muchacho, heroicamente,
y sin embargo madurado por la experiencia
que nacía a los pies de la historia.
Estaba en el centro del mundo, en ese mundo
de arrabales tristes, beduinos,
de amarillas praderas desgastadas
por un viento constante y sin paz,
viniera del caliente mar de Fiumicino
o de los campos, donde se perdía
la ciudad entre tugurios; en ese mundo
que solamente podía dominar,
cuadrado espectro amarillento
en la amarillenta bruma,
agujereado por mil hileras iguales
de ventanas enrejadas, la Penitenciaría
entre campos viejos y caseríos adormecidos.
La brisa arrastraba ciegamente
papeles y polvo en todas partes,
las pobres voces sin eco
de las mujercitas que llegaron de los montes
Sabinos, al Adriático y que acamparon
aquí, ahora ya con chusmas
de escuálidos y duros muchachillos,
llorones en sus camisetas desgarradas,
en sus grises y quemados calzoncitos;
los soles africanos, las lluvias violentas
que convertían las calles en torrentes
de fango, los autobuses en la terminal,
anclados en su esquina,
entre una última franja de hierba blanca
y algún ácido, ardiente basurero…
era el centro del mundo, como estaba
en el centro de la historia mi amor
por él: y en esta
madurez que aún era amor
por ser aún naciente, todo estaba
ya por aclararse —¡era
claro! Aquella barriada desnuda al viento,
no romana, ni meridional
ni obrera, era la vida
en su luz más actual:
vida y luz de la vida, plena
en el caos aún no proletario,
como lo quiere el burdo periódico
de la célula, la última
edición en rotograbado: hueso
de la existencia cotidiana,
pura, por estar tan demasiado
próxima, absoluta por ser
tan excesiva y miserablemente humana.
III
Y vuelvo a casa, rico de esos años,
tan nuevos, que jamás hubiera pensado
en considerarlos viejos en un alma
tan lejana de ellos como todo pasado.
Subo por las alamedas del Gianícolo, me detengo
en una encrucijada liberty, en una gran arboleda,
en un muñón de muralla —donde acaba
la ciudad y la ondulada llanura
se encamina hacia el mar. Y me renace
en el alma —inerte y obscura
como la noche abandonada al perfume—
una simiente ya demasiado madura
para dar aún fruto en el cúmulo
de una vida cansada y acerba...
He allí Villa Panphili, y en la luz
que tranquila reverbera
sobre los nuevos muros, la calle donde vivo.
Cerca de mi casa, sobre una hierba
reducida a una obscura baba,
un rastro sobre los abismos recientemente
excavados en la toba —extenuada toda rabia
destructiva—, trepa contra ralos edificios
y pedazos de cielo, inanimada,
una excavadora…
¿Qué pena me invade frente a estos instrumentos
supinos, emplazados aquí y allá, en el fango,
frente a este trapo rojo
colgado de un caballete, en el rincón
donde la noche parece más triste?
¿Por qué en esta apagada tinta de sangre
mi conciencia tan ciegamente se resiste,
se esconde, casi por un obsesivo
remordimiento que totalmente la contrista?
¿Por qué llevo dentro de mí el mismo sentimiento
de jornadas para siempre incumplidas,
idéntico al del muerto firmamento
donde esta excavadora palidece?
Me desnudo en uno de los mil cuartos
donde se duerme en la calle Fonteiana.
En todo puedes escarbar, tiempo: esperanzas,
pasiones. Mas no en estas formas
puras de la vida… Se reduce
a ellas el hombre cuando se colman
la experiencia y la confianza
en el mundo… ¡Ah, días de Rebibbia,
que yo creí perdidos en una luz
menesterosa y que ahora sé tan libres!
Con el corazón, entonces, por difíciles
asuntos que le habían extraviado
el curso hacia un destino humano,
ganando en ardor la claridad
negada, y en ingenuidad
el negado equilibrio —a la claridad,
al equilibrio también llegaba,
en esos días, la mente. Y el ciego
pesar, signo de toda mi lucha
con el mundo, era rechazado por
adultas aunque inexpertas ideologías...
El mundo se volvía un tema
no ya de misterio, sino de historia.
Se multiplicaba por mil la alegría
de conocerlo —como
cada hombre, humildemente, conoce.
Marx o Gobetti, Gramsci o Croce
estaban vivos en las vivas experiencias.
Cambió la materia de un decenio de obscura
vocación; lo gasté en dilucidar
lo que me parecía ser la ideal figura
en una ideal generación;
en cada página, en cada línea
que escribí en el exilio de Rebibbia
estaba aquel fervor, aquella presunción,
aquella gratitud. Nuevo
en mi nueva condición
de viejo trabajo y vieja miseria,
los pocos amigos que venían
a casa en las mañanas o en las noches
olvidadas en la Penitenciaría,
me vieron dentro de una luz viva:
apacible y violento revolucionario
en el corazón y en la lengua. Un hombre florecía.
IV
Me aprieta contra su vieja zalea
perfumada de bosque y me posa
en la boca su hocico con colmillos
de berraco, oh errante oso con aliento
de rosa: a mi alrededor el cuarto
es un calvero; la colcha, corroída
por los últimos sudores juveniles, danza
como un velamen de pólenes… Es cierto,
camino por una calle que avanza
entre primeros prados primaverales, diluidos
en una luz de paraíso…
Transportado por la ola de los pasos
eso que dejo a mis espaldas, leve y mísero,
no es la periferia de Roma: “¡Viva
México!” grabaron y pintaron con cal
en escombros de templos, en tapias y rincones
decrépitos, livianos como huesos en confines
de un ardiente cielo sin escalofríos.
Hela allí, por encima de una colina,
entre las ondulaciones de una vieja cadena
apenínica, mezclada con las nubes,
la ciudad semivacía, aunque aún es hora
mañanera, y las mujeres van
de compras —o la del crepúsculo que sobredora
a los niños que corren con las madres
afuera de los patios de la escuela.
Un gran silencio invade las calles:
los enlosados se pierden, un poco inconexos,
viejos como el tiempo, grises como el tiempo
y dos largas hileras de piedra
corren a lo largo de las calles lúcidas y tiernas
Alguien se mueve en ese silencio:
alguna vieja, algún muchachito
perdido en sus juegos, donde
los portales de un dulce siglo dieciséis
se abren serenos, o un pocito
con bestezuelas taraceadas en sus bordes
se posa sobre la pobre hierba
de un rincón o esquina olvidados.
En la cima del cerro se abre la yerma
plaza del ayuntamiento, y entre casa
y casa, más allá de una tapia y el verde
de un enorme castaño, se mira
el espacio del valle: pero no el valle.
Un espacio tembloroso, celeste,
casi cerúleo… Pero el Corso prosigue
aún más allá de la placita familiar
suspendida en el cielo de los Apeninos:
se adentra entre casas más severas, baja
un poco a media cuesta: y más abajo
—cuando las casitas barrocas escasean—
allí aparece el valle —y el desierto.
Sólo unos pasos más
hacia el recodo, donde la calle
desemboca en desnudos campos inclinados
y sinuosos. A la izquierda, contra el pendío,
como si el templo se hubiera desplomado,
se alza un ábside lleno de frescos
azules, rojos, rico de espirales
sobre las canceladas cicatrices
de la caída en la que sólo ella,
la concha inmensa, quedó y sigue
abriéndose frente al cielo.
Es allí, más allá del valle, del desierto,
que empieza a soplar un aire leve, desesperado,
que incendia la piel con dulzura...
Es como esos olores que —desde los campos
recién mojados o desde las orillas de un río—
soplan sobre la ciudad en los primeros
días de buen tiempo: y tú
no los reconoces, pero casi
enloquecido de pena intentas comprender
si son los de un fuego encendido sobre la escarcha
o de uvas y nísperos perdidos
en algún granero entibiado
por el sol de la prodigiosa mañana.
Yo grito de alegría, tan herido
en lo hondo de los pulmones por ese aire
que como una tibieza o una luz
respiro mirando el ancho valle
V
Basta un poco de paz para revelar,
dentro del corazón, la angustia,
límpida como el fondo del mar
en un día de sol. En eso reconoces,
sin sentirlo, el mal allí
en tu lecho, pecho, muslos
y pies abandonados, como
un crucifijo —o como Noé
borracho, durmiendo, ingenuamente ignaro
de la alegría de sus hijos
—los fuertes, los puros— divirtiéndose con él…
El día ya está sobre de ti,
en el cuarto, como un león dormido.
¿Por qué calles el corazón
se encuentra pleno, perfecto hasta en esta
mescolanza de beatitud y dolor?
Un poco de paz… Y en ti vuelve a despertarse
la guerra, Dios. Tan pronto
se distienden las pasiones, tan pronto se cierra
la fresca herida y te pones a gastar
el alma, que parecía totalmente gastada,
en acciones de sueño que no dejan
nada… No obstante, encendido
por la esperanza —para qué, viejo león
apestoso de vodka, Kruschov,
impreca al mundo por su ofendida Rusia—
pero de pronto te das cuenta de que sueñas.
En el feliz agosto de paz
parecen incendiarse todas tus pasiones,
todo tormento interior,
toda tu ingenua vergüenza
de no estar —sentimentalmente—
en el punto donde el mundo se renueva.
Al contrario, ese nuevo soplo de viento
vuelve a echarte atrás, donde
todo viento cae: y allí, tumor
que se recrea, hallas de nuevo
el antiguo crisol de amor,
el sentimiento, el espanto, la alegría.
Y justamente en ese sopor
está la luz… En esa inconsciencia
de infante, de animal o ingenuo libertino,
está la pureza… los más heroicos
furores en esa fuga; el más divino
sentimiento en ese vil acto humano
consumado en el sueño matutino.
VI
En el calor abandonado
del sol de la mañana —que arde
de nuevo, rasando talleres y enjarres
recalentados —desesperadas
vibraciones raspan el silencio
con acendrado sabor a vino generoso,
a plazoletas vacías, a inocencia.
Al filo de las siete, esa vibración
crece con el sol. Indigente presencia
de una docena de ancianos obreros
con los harapos y las playeras ardidos
por el sudor, cuyas extrañas voces,
en la lucha contra los dispersos
bloques de lodo y desplomes de tierra,
parecen deshacerse en ese temblor.
Pero entre las detonaciones tercas de la
excavadora —que ciega parece, ciega
resquebraja, ciega aferra
como si careciera de meta—
surge un alarido improviso,
humano, que a trechos se repite
tan enloquecido de dolor, que deja
de ser humano y vuelve a transformarse
en estruendo muerto. Luego, despacio,
renace en la luz violenta,
entre los edificios cegados, nuevo, igual,
alarido que sólo un moribundo
puede lanzar en el último instante,
bajo este sol cruel que aún resplandece
aliviado por un poco de brisa del mar…
Está gritando, acongojada
por meses y años de matutinos
sudores —acompañada
por la turba de sus picapedreros—
la vieja excavadora: pero junto al fresco
desmonte revuelto, o en el confín breve
del horizonte tan siglo veinte
se halla la barriada… Es la ciudad.
sumergida en una claridad de fiesta,
es el mundo. Llora lo que tiene
fin y recomienza. Lo que era
bosque, campo abierto y se torna
patio blanco como la cera,
cerrado en un decoro que es rencor;
que lo que casi era una vieja feria
de frescos revoques torcidos al sol,
es ahora una colonia hormigueante
en un orden de aturdido dolor.
Llora por eso que ella cambia, aun
para mejorar. La luz
del futuro no deja de herirnos
un solo instante: aquí está, quema
todos nuestros actos cotidianos,
angustia incluso la confianza
que nos da vida, en el ímpetu gobettiano
a favor de estos obreros que, en el barrio
del otro frente humano, levantan, mudos,
su rojo trapo de esperanza.
1956
De Las cenizas de Gramsci

EJECUTORIA DEL MIASMA por OLIVERIO GIRONDO


ESTE CLIMA de asfixia que impregna los pulmones
de una anhelante angustia de pez recién pescado.
Este hedor adhesivo y errabundo,
que intoxica la vida
y nos hunde en viscosas pesadillas de lodo.
Este miasma corrupto,
que insufla en nuestros poros
apetencias de pulpo,
deseos de vinchuca,
no surge,
ni ha surgido
de estos conglomerados de sucia hemoglobina,
cal viva,
soda cáustica,
hidrógeno,
pis úrico,
que infectan los colchones,
los techos,
las veredas,
con sus almas cariadas,
con sus gestos leprosos.
Este olor homicida,
rastrero,
ineludible,
brota de otras raíces,
arranca de otras fuentes.
A través de años muertos,
de atardeceres rancios,
de sepulcros gaseosos,
de cauces subterráneos,
se ha ido aglutinando con los jugos pestíferos,
los detritus hediondos,
las corrosivas vísceras,
las esquirlas podridas que dejaron el crimen,
la idiotez purulenta,
la iniquidad sin sexo,
el gangrenoso engaño;
hasta surgir al aire,
expandirse en el viento
y tornarse corpóreo;
para abrir las ventanas,
penetrar en los cuartos,
tomarnos del cogote,
empujarnos al asco,
mientras grita su inquina,
su aversión,
su desprecio,
por todo lo que allana la acritud de las horas,
por todo lo que alivia la angustia de los días.

DECLARACION DE DEPENDENCIA por JULIO REIJA


1. (Como un destello
me cruzas por los ojos:
es tu presencia ya un sentimiento.)
2. No se te ha abierto aún mi corazón,
que nunca tuvo puertas ni ventanas:
te fi ltras por sus poros de esponja ya en (diástole.
3. Toco tu cuerpo sin tocar tu alma,
como quien cuida
de no verter la taza que lo quema.
4. Yo no quiero beber media botella,
que bebas la otra media:
quiero beberme entera
la botella contigo.
5. (El silencio a tu vera adquiere una sintaxis.)
6. Mi pecho no es un templo en cuyo centro te yergues pisando
un altar de plata pura, custodiada por cuatro columnas
reviradas de mármol negro. Mi pecho no es un cobertizo de
madera en pleno bosque oscuro, abandonado y vacío, al que
tú llegas por cobijarte, aterida, y en el que enciendes un fuego
vivificador. Mi pecho es el hueco de unas manos que recogen
el agua de un caudal inquieto para beber contigo en este breve
alto del camino.
7. Habrá, pues, quien te ame mucho más que a la vida. Yo, sin
embargo, amo mucho más la vida en ti.
8. (Cláusula especial, aplicable sólo en caso de distancia:)
No quiero cartas. No quiero
Mandarte muchos besos y decirte
Que a pesar de todo consigo dormir.
Quiero lamerte la piel, abrir sus pliegues
Concentrando tu cuerpo en sólo un punto,
Y beberme tu aliento contenido
Abandonado por Dios y la palabra.

SALMO DEL TIGRE por TED HUGHES


El tigre mata hambriento. Las ametralladoras
Hablan, hablan, hablan de un lado a otro de su
Acrópolis.
El tigre
Mata expertamente, con mano anestésica
Las ametralladoras
Siguen discutiendo en el cielo
Donde los números no tienen oídos, donde no hay
sangre.
El tigre
Mata frugalmente, tras atenta inspección del mapa.
Las ametralladoras menean la cabeza,
Siguen chachareando estadísticas.
El tigre mata por relámpago:
Dios de su propia salvación.
Las ametralladoras
Proclaman el Absoluto según Morse
En un código de estampidos y agujeros que contrae
las frentes de los hombres
El tigre
Mata con bellos colores en el rostro,
Como una flor pintada en un estandarte.
Las ametralladoras
No están interesadas.
Ríen. No están interesadas. Hablan y
Sus lenguas arden azules como almas, auroleadas de
cenizas,
Perforando la ilusión.
El tigre
Mata y lame a su víctima de pies a cabeza.
Las ametralladoras
Dejan una costra de sangre colgada de los clavos
En un huerto de fierros viejos.
El tigre
Mata
Con la fuerza de cinco tigres, mata exaltado.
Las ametralladoras
Se permiten sarcasmos. Eliminan el error
Mediante la dialéctica de acá para allá
Y demostrada la tesis se callan.
El tigre
Mata como la caída de un risco, unitendonado con la
tierra,
Himalayas bajo el párpado, Ganges bajo la piel –
No mata.
No mata. El tigre bendice con sus colmillos.
El tigre no mata sino que abre una senda
Ni de la Vida ni de la Muerte:
El tigre dentro del tigre:
El Tigre de la Tierra.
¡Oh Tigre!
¡Oh Hermano de la Sierpe!
¡Oh Bestia en Flor!

MANUAL PARA SALVAR EL ODIO por JULIO CORTAZAR


Cuando ella o él te dejen, no perdones,
niégate a comprenderlo.
Cultiva bien tu odio, nunca seas
generoso en palabras o en olvido.
Cuando ella o él te dejen, nunca digas
adiós, o qué vamos a hacerle.
Maldice cada letras de su nombre.
Y júrale odio eterno mirándole a los ojos.
Cuando ella o él te dejen, nunca creas
ni justificaciones ni promesas
y busca las palabras más hirientes
el insulto más infame que conozcas.
Cuando ella o él te dejen, nunca juegues
a ser Rick perdido en Casablanca.
Provoca llanto, dolor, remordimientos
y que el adiós te corte igual que una cuchilla.
Porque cuando ella o él te dejan, habrá alguien
tarde o temprano esperando en otra esquina
y volverán a gozar en otros brazos
y dirán "te amo. Y "ven, dámelo todo".
Y olvidarán ¿Para qué, entonces,
mentir? Que ella o él se lleven
- aunque dure bien poco- nuestro odio
igual que una bandera. Para siempre.

AL SILENCIO por GONZALO ROJAS


Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.

EL SUEÑO DEL ESCOLAR por ARTHUR RIMBAUD


Era la primavera, y Orbilio languidecía en Roma, enfermo, inmóvil:
entonces, las armas de un profesor sin compasión iniciaron una tregua:
los golpes ya no sonaban en mis oídos
y la tralla ya no cruzaba mis miembros con permanente dolor.
Aproveché la ocasión: olvidando, me fui a las campiñas alegres.
Lejos de los estudios y de las preocupaciones, una apacible alegría hizo renacer
mi fatigada mente.
Con el pecho hinchado por un desconocido y delicioso contento,
olvidé las lecciones tediosas y los discursos tristes del maestro;
disfrutaba al mirar los campos a lo lejos y los alegres milagros de la tierra
primaveral.
Cuando era niño, sólo buscaba los paseos ociosos por el campo:
sentimientos más amplios cabían ahora en mi pequeño pecho;
no sé que espíritu divino le daba alas a mis sentidos exaltados;
mudos de admiración, mis ojos contemplaban el espectáculo;
en mi pecho nacía el amor por los cálidos campos:
como antaño el anillo de hierro que al amante de Magnesia atrae, con una fuerza
secreta, atándolo sin ruido gracias a invisibles ganchos.
Mientras, con los miembros rotos por mis largos vagabundeos,
me recostaba en las verdes orillas de un río,
adormecido por su suave susurro, llevado por mi pereza y acunado por el
concierto de los pájaros y el hálito del aura,
por el valle aéreo llegaron unas palomas,
blanca bandada que traía en sus picos guirnaldas de flores cogidas por Venus,
bien perfumadas, en los huertos de Chipre.
Su enjambre, al volar despacioso, llegó al césped donde yo descansaba, tendido,
y batiendo sus alas a mi alrededor, me rodearon la cabeza, liándome las manos,
con una corona de follaje
y, tras coronar mis sienes con ramos de mirto aromado, me alzaron, por los aires,
cual levísimo fardo...
Su bandada me llevó por las altas nubes, adormecido bajo una fronda de rosas;
el viento acariciaba con su aliento mi lecho acunado suavemente.
Y en cuanto las palomas llegaron a su morada natal, al pie de una alta montaña,
y se alzaron con un vuelo rápido hasta sus nichos suspendidos,
me dejaron allí, despierto ya, abandonándome.
¡Oh dulce nido de pájaros!...
Una luz restallante de blancura, en tomo a mis hombros, me viste todo el cuerpo
con sus rayos purisimos:
luz en nada parecida a la penumbrosa luz que, mezclada con sombras, oscurece
nuestras miradas.
Su origen celeste nada tiene en común con la luz de la tierra.
Y una divinidad me sopla en el pecho un algo celeste y desconocido, que corre
por mí como un río.
Y las palomas volvieron trayendo en su pico una corona de laurel trenzada
semejante a la de Apolo cuando pulsa con los dedos las cuerdas;
y cuando con ella me ciñeron la frente,
el cielo se abrió y, ante mis ojos atónitos, volando sobre una nube áurea,
el mismo Febo apareció, ofreciéndome con su mano el plectro armonioso,
y escribió sobre mi cabeza con llama celeste estas palabras:
«SERAS POETA»...
Al oírlo, por mis miembros resbala un calor extraordinario, del mismo modo que,
en su puro y luciente cristal, el sol enardece con sus rayos la límpida fuente.
Entonces, también las palomas abandonan su forma anterior:
el coro de las Musas aparece, y suenan suaves melodías;
me levantan con sus blandos brazos,
proclamando por tres veces el presagio y ciñéndome tres veces de laureles.

(6 de noviembre de 1868)
RIMBAUD ARTHUR
Nacido en Charleville, el 20 de octubre de 1854
Libre externo del colegio de Charleville

Gustavo Cerati - Lago En El Cielo

RETRATO por JUAN GELMAN


Nadie debe hacer ruido en el secreto corazón. Amo las
apariencias del no ser natural. La verdadera nada es el
espejo que envenena los rostros del deseo, convierte a
la memoria en cuerpo fugitivo de la unión. Desde que
nací estoy lleno y vacío de mí mismo y así conozco que
 la verdad más inocente es un destino.

viernes, abril 18, 2014

CARTA DEL EXILIADO por EZRA POUND



A So-Kin de Racuyo, mi viejo amigo y Canciller de Gen
Recuerdo cuando me hiciste un bar particular
En el extremo sur del puente de Ten-Shin.
Con oro reluciente y transparentes gemas pagábamos
los cantos y las risas
Y pasábamos ebrios un mes tras otro, sin pensar en el
rey ni los príncipes
Hombres inteligentes venían por el mar y la frontera
occidental
Y con ellos, contigo sobre todo,
Nos entendíamos perfectamente
Y nada para ellos cruzar el mar o las montañas
Con tal de estar en nuestra compañía,
Y hablábamos de todo, sin ocultarnos nada, y sin
pesares
Después fui confinando a Wei del Sur,
Encerrado en un bosque de laureles,
Y tú hacia el norte de Raku-hoku
Hasta no haber entre nosotros más que añoranzas y
memorias comunes
Y luego, cuando era ya insufrible continuar separados,
Volvimos a encontrarnos y fuimos a Sen-Go,
Siguiendo las mil vueltas y remolinos de las sinuosas
aguas,
Hasta un lugar resplandeciente con millares de flores,
Que era el primero de los valles,
Y luego otros mil valles llenos de voces y del rumor
del viento en sus pinares.
Y con sillas de plata y riendas de oro
Salió a encontrarnos el capitán Kan del Este y su
comitiva.
Y vino allí también el verdadero mandamás de Shi-yo,
a darme a mí la bienvenida
Sonando un órgano de boca incrustado de piedras
preciosas
Y en las casas de dos y más pisos de San-Ko nos
obsequiaron más música Sennin,
Con muchos instrumentos, como en un coro de Pichones
de Fénix.
El mandarín de Kan Chu, ebrio, bailaba,
porque sus largas mangas no conseguían estar
inmóviles
Con la charanga de aquella música.
Y yo, cubierto de brocados, me lo quedé dormido sobre
las piernas,
Con el espíritu tan encumbrado que me hallaba en el
séptimo cielo,
Y antes del fin del día nos dispersamos como estrellas
o lluvia.
Yo me tenía que marchar a So, muy lejos todavía aguas
arribas,
Tú regresaste a tu puente del río.
Y tu padre, que era valiente como un leopardo,
Gobernaba en Hei-Shu, y sometió a los bárbaros.
Y un mes de mayo te mandó a traerme,
a pesar de la enorme distancia.
Y con las ruedas rotas y lo demás, fue un viaje duro,
sobre caminos retorcidos como tripas de chivo,
Y yo que caminaba todavía a finales de año
bajo el viento cortante que soplaba del norte,
Y pensaba qué poco te preocupaba el gasto
y tú me preocupabas lo suficiente para pagarlo.
Y ¡qué recibimiento!
Copas de jade oro, platos bien arreglados en una mesa
azul toda enjoyada
Y yo borracho, y sin pensar en el regreso,
Y tú caminabas conmigo hasta el extremo occidental
del palacio
Hasta el templo dinástico, rodeado de agua, un agua
transparente como jade azul claro,
Con canoas bogando, y el son de las armónicas y tamboriles,
Y las ondas parecidas a las escamas de los dragones,
remedando el verdor de la yerba en el agua,
El placer prolongado en compañía de las cortesanas,
yendo y viniendo sin estorbos,
Con las pelusas de los sauces cayendo como nieve,
Y las chicas pintadas con bermellón, emborrachándose
por fin al caer la tarde
Y el agua, de cien pies de hondo, reflejando sus cejas
verdes,
-Unas cejas pintadas de verde son para verse bajo la
luna tierna,
Lindamente pintadas-
Y las muchachas cantando y respondiéndose con cantos
las unas a las otras
Bailando en trajes transparentes,
Y el viento alzando el canto, interrumpiendo,
Y zarandeando bajo las nubes.
Pero todo esto tiene fin.
No se vuelve a encontrar otra vez.
Me fui a la corte a presentar examen,
Probé la suerte de Layú, ofrecí el canto Choyo,
Sin lograr promoción
Y regresé a las montañas del Este
con la cabeza blanca.
Y más tarde, otra vez, nos encontramos en el puente
del sur,
Y luego el grupo se deshizo, tú pariste hacia el Norte,
para el palacio San,
Y si tú me preguntas cómo es que siento tu partida:
Tal como caen las flores al terminar la primavera,
Confusamente, en agitado remolino.
¿Para qué sirve hablar? -y hablar no tiene fin,
No tienen fin las cosas del corazón.
Llamo al muchacho,
Lo hago sentarse en los talones aquí a mi lado
A sellar esto,
Y te la envío hasta mil millas de distancia, mientras
quedo pensando.
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