viernes, septiembre 13, 2013

PABLO DE ROKHA CONTRA LA TEOCRACIA por MARIO BOERO


Una cosa es hablar de Dios y otra hablar de Dios a otros.
Ludwig Wittgenstein


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La extraordinaria capacidad de Pablo De Rokha (1894-1968) para construir su propio discurso simbólico-religioso, pero dentro de una obra total vacía y desnuda de Dios, no deja de ser paradójico para el lenguaje de la poesía producida a lo largo (del tiempo y de geografía) del país austral. La intensidad de los antecedentes alegóricos de naturaleza sacra, numinosa o mítica que encontramos en Pablo De Rokha no está igualada en magnitud semántica con aquélla que nos pueden ofrecer Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral o Nicanor Parra, si pensamos en términos mucho más recientes y actuales a nosotros.
Dichos antecedentes de carácter poético-literario no residen sólo en obras como Satanás (1927), Jesucristo (1936) o Moisés (1937) escritas por De Rokha en Chile. También en el corpus global de su extensa producción no es raro que se hagan presentes metáforas y estilos en su escritura expresados con el lenguaje popular de nuestra habla castellana que revelan de forma muy singular personajes, contextos y perspectivas bíblicas, apocalípticas, revolucionarias o mesiánicas. Dificilísimo debe ser traducir a nuestro autor a otro idioma que no sea el «chileno».
Ese capital simbólico de Pablo De Rokha transforma el tono vital de su texto en cierta materia escrita visionaria al denunciar malestares planetarios y anunciar, casi de modo cósmico, un orden de cosas personales y colectivas inéditas en la Historia. Desde este lugar de propiedades ecuménicas es posible interpretar el carácter profètico (pues el anuncio y la denuncia es lo típico que plantea el profetismo en el Antiguo Testamento) que late en tantos espacios narrativos de la escritura de Rokha, así como asociar su profundo timbre poético con el eco que causan William Blake y Lautréamont. También se ha considerado que el contenido de su proclamación báquica- dionisíaca está de un modo especial derivado de posturas irracionalistas de la filosofía de Nietzsche. Para otros estudiosos, con Pablo De Rokha se produce una verdadera identificación con Walt Whitman en América Latina.
Dada la naturaleza tremendista y descomunal que los analistas observan implícita y explícitamente en el vocabulario rokhiano, para muchos de ellos su propia escritura efectivamente termina por ser la prolongación de su biografía. A lo largo de su existencia de 73 años nuestro autor se ve profundamente implicado en tragedias, insatisfacciones y crisis familiares, literarias y políticas que recuerdan de forma típica un cierto malditismo de contenidos específicamente latinoamericanos. Para Naín Nómez, con el suicidio de Pablo De Rokha nunca en la literatura chilena se había hecho tan evidente la integración total entre personaje y obra.

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Sin entrar en anécdotas que conforman el itinerario biográfico de este poeta, en cierto modo ha sido una desgracia, cuando se habla de él, poner de relieve sus polémicas y controversias con Neruda, o hacer notar el eco público de sus consideraciones comunistas dentro del concierto político nacional de la época, pues ello ha dejado en penumbras el sobresaliente aporte de la calidad de su obra. Sin duda, el paso cronológico de la historia literaria chilena ha puesto las cosas en su lugar y De Rokha tiene el sitio que se merece en la cultura latinoamericana actual. Pero muy pocas veces antes de este lento proceso político-cultural fue posible reconocerlo por parte de la crítica del país. El desprecio, el arrinconamiento y la marginación (intencionada o no) contra él durante años por medios periodísticos de Santiago terminaron por causar un lógico desconocimiento de los valores más profundos existentes en la obra de este deslumbrante autor. A duras penas le fue concedido el Premio Nacional de Literatura en 1965, expresando por supuesto que él lo agradece pero con una sensación de que le llega muy tarde.
Mis impresiones en este momento son contradictorias. Cuando vivía Winett, mi mujer y también mi hijo Carlos, antes de que la familia se destrozara, este galardón me habría embargado de un regocijo tan inmenso, infinitamente superior a la emoción que siento en este momento.
Hoy para un hombre viejo, este reconocimiento nacional, que indudablemente me emociona, no puede tener la misma trascendencia.
Dicho esto, la ignorancia sobre su figura en el escenario poético nacional nunca lo pudo ser del todo. Recordemos que Nicanor Parra considera que la triada establecida en Chile entre Huidobro, Neruda y De Rokha se opone en contenidos conceptuales a la emergencia de su propio quehacer antipoètico: en su poema «Manifiesto» del libro Obra Gruesa (1969) declara que su lenguaje y mensaje creativo no tienen nada que ver con «el pequeño dios», ni con «la vaca sagrada» ni «con el toro furioso». Para Niall Binns la presencia de esta producción cultural de Parra en este contexto resulta sintomática para comprender las controversias existentes en el interior del mundo literario chileno del momento’.
Con todo, y muy en síntesis, lo característico en la obra de Pablo De Rokha consiste en mantener una mirada profunda sobre variados aspectos culturales, históricos, sociales, afectivos, laborales de nuestro mundo, sobre todo de regiones chilenas típicas del roto o el huaso del país, pero intentando trascenderlas gracias a un maravilloso relato lírico, con pretensiones épicas, que busca englobar, muchas veces de modo apoteósico, la integridad total del género humano. A partir de estas tentativas, la escritura de De Rokha comienza a mutarse en extraordinarias manifestaciones de barroquismo, con interesantes contribuciones características de surrealismo y, en el plano de la sensibilidad religiosa, brotan en De Rokha premisas indiscutibles de formulaciones ateas. Todo ello proporciona a la obra rokhiana y también a su propia figura, un papel y un carisma muy destacado en décadas dentro de la producción poética-literaria chilena del siglo XX.

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Las características básicas que deseamos hacer notar ahora en Pablo De Rokha a propósito de su obra, no conocidas en repertorios bibliográficos sobre sus temas, consisten en subrayar dos aspectos, de algún modo divergentes entre sí pero aspirando a presentarlos como asuntos intangibles, aunque en cierta forma en contacto. Por una parte, se busca examinar el sentido tanatológico de su lenguaje poético, es decir, la naturaleza de su discurso sobre la muerte, gracias a un constante pensamiento ateo, aunque no especialmente nihilista. En segundo lugar, se pretende enfocar cuál es el carácter de la racionalidad utópica formulada en su obra, en cuanto transformación real de todo lo existente. A pesar de todos los descalabros, crisis y contrasentidos (políticos, económicos, metafísicos, sociales, etc.) causados dentro del mundo que contempla De Rokha, también en medio de este panorama existe una cierta «llamada» en su producción artística que anun¬cia convertir al mundo en un hogar cálido. Un cierto atisbo de que a pesar de la muerte, la esperanza está en la «inmortalidad» depositada en el patrimonio ético de la conciencia popular.
Señalamos estos dos factores en la obra de Pablo de De Rokha porque, más allá de las formalidades de su tremendismo o el ardor con el que se aprecia (o desprecia) su obra, nos parece que siempre late dicha dualidad (la muerte y lo utópico) como principios (o «términos») holísticos constantes al calor del lugar {topos) donde se diseñan las semillas literarias de su singular antropología del pueblo oprimido y proletario. Ese lugar para De Rokha, sobre todo, resulta constituido y amalgamado en su obra por el dolor, la injusticia y la desesperanza (que en teología cristiana sería el mal). Tales adjetivos de propiedades morales hacen el papel de una especie de «bisagra», la cual facilita en su producción la emergencia de connotaciones literarias relativas tanto a la utopía como a lo fanático.
La voz de fondo en el lenguaje provocador y corrosivo de Pablo De Rokha da la impresión de estar sostenida por unas extraordinarias ansias de justicia en clave social, manifestando una especie de «anhelo y nostalgia de que el asesino no pueda triunfar sobre la víctima inocente» (que es una posible caracterización de la «teología» para Max Horkheimer. Pablo De Rokha dice:
«La pobre gente pobre aúlla en las sucias mazmorras del capitalismo y la cirrosis le perfora el hígado al capitán de industria o al chacal mineral intermediario que posee treinta y dos dientes de oro en las mandíbulas y treinta y dos dientes de plata en el cogote de coyote funeral, como si quisiera él solo comerse a dentelladas la naturaleza».
Es natural considerar que a partir de este espacio declarativo el conjunto de la tanatología de nuestro autor, que respira de forma frontal al marxismo que asume en su vida, exprese un vocabulario en torno a tales ansias revestido de ideología política, anticlericalismo y desteocratización. Como es obvio, por supuesto no habla la obra rokhiana sólo de muerte y utopía, pero son coordenadas que, cuando llegan a formularse de modo evidente en el texto, abren sin dudas perspectivas llamativas para examinar qué dice la reflexión antiteísta respecto a la finitud y la esperanza humanas. Pero sobre todo interesa contemplar este asunto en De Rokha acompañado, no con las premisas típicas de alguna ideología ortodoxa que fundamenta de modo teórico la increencia, sino con el precioso pensamiento emergente del «marxismo cálido» promovido por Ernst Bloch. Si bien resulta ser un asunto indagativo denso, no deja de ser también atractivo si hacemos constar algunas líneas generales sobre el tema.

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Es sabido que la originalidad de Bloch (1885-1977) consiste en formular, con un lenguaje repleto de imágenes literarias, sus principios filosóficosmaterialistas al calor del desafío que suponen para el hombre contemporáneo la fe, la nada o la muerte dentro del mundo ateo de décadas pasadas. Gracias a obras como Espíritu de la utopía, Ateísmo en el cristianismo, pero sobre todo debido a Das Prinzip Hoffnung (El Principio Esperanza), este autor toca de modo neurálgico aspectos relativos a la inmortalidad del sujeto y de su posible «trascendencia» en el mundo a pesar del morir. En círculos de reflexión ilustrados europeos, a Bloch se le considera el secularizador de la esperanza religiosa y el padre de la «conciencia anticipadora».
Digamos, quizá en términos algo esquemáticos, que tanto en De Rokha como en Bloch el futuro, en cuanto magnitud temporal intrahistórica -dejando de lado la característica filosófica y la discusión en torno al progreso-, está definido por contenidos muy singulares. El futuro se revela como un constante proceso mundano y desacralizador, pero nunca está eliminada de su seno la posibilidad de hacer real lo que el hombre sueña con «sus sueños soñados despierto». Y esto es así puesto que para Bloch el mundo termina por ser considerado como un laboratorium salutis, un «laboratorio de salvación», donde siempre permanecen latentes expectativas emancipadoras que facilitan un proceso de realización profundo del ser humano. Satisfacciones artísticas, políticas, sociales, utópicas que pueden ser la aurora de un planeta más pleno.
Es cierto, en este sentido, que el sujeto de esta antropología materialista se encuentra con la mayor «antiutopía», que para Bloch es la muerte, evocada con no poco patetismo en infinidad de lugares por nuestro poeta chileno, pero también en la Historia brotan del hombre anhelos, confianza y porvenir (docta spes, «esperanza inteligente», dice Bloch) que iluminan propósitos humanos destacados para toda la Tierra.
Respecto al primer asunto, que es la muerte, podemos observar que una de las tantas formulaciones típicas donde para Pablo De Rokha finitud permanece ligada a mortalidad, las encontramos en palabras que resuenan así:
«Lo mismo que un piño de vacunos, todos los caminos van a dar bramando a los cementerios en los que los degüella la cuchilla de la nada».
«Cuando nos vamos de los pueblos lloviendo, atardeciendo, acurrucados contra las rodillas del corazón, agitan sus pañuelos los cementerios del crepúsculo. Camina a la orilla de los sepulcros, la criatura humana y arrojándose al ataúd, que es el hoy del mundo y el ombligo de llamas de la tragedia, no regresa nunca».
Dichas expresiones implican en De Rokha aceptación rotunda de lo que es el morir:
«Roemos huesos de muertos cuando hacemos el proceso histórico y un funeral inmenso atraviesa la controversia de la contradicción dialéctica, porque se existe viviendo y muriendo simultáneamente».
Sin embargo, al parecer, este proceso letal no suprime del todo la carga esperanzadora que despierta en Pablo De Rokha (y analíticamente desarrollada por Bloch) la apertura a una cierta perspectiva transmundana de naturaleza infinita que es en realidad donde se acredita la vida. De Rokha dice:
«Vendrá la sociedad sin clases llenando con vida la vida y todo lo sombrío huyendo por el callejón de la historia como un pájaro negro, y sin embargo, sin embargo la transitoriedad humana habrá de echar una gran sombra sobre el hombre».
«El porvenir mío lo asocio al porvenir humano, pero los ecos de la personalidad lúgubre que entona un himno de guerra a la persona mundial, anhelan la paz eterna».
Pero también agrega, al despedirse de su esposa fallecida:
«Adiós querida, adiós por el momento, adiós a la manera de aquellos que partían a la guerra y que al retomar volvían transformados en religiones».
«Yo voy gritando tu belleza irreductible por entre los grandes túmulos, Winett, y me acerco a ti y me distancio y me disuelvo contigo en la naturaleza, a medida que emerge muerte de mi entraña y voy creciendo porque voy muriendo».
La perspectiva escatológica (tratado o discurso sobre las «cosas finales») implícita en concreto en este lenguaje rokhiano guardaría relación con determinados fundamentos de la filosofía de la esperanza de Ernst Bloch, la cual descansa en considerar que:
«La realidad no es otra cosa que la inmensa matriz del “núcleo” o “germen” del ser, y la historia es su período de gestación, el gigantesco proceso de incubación de lo humano».
Pero además, el lenguaje de Bloch diría que con ello De Rokha está anticipando de cierta forma que «la desaparición de la nada letal» se produce finalmente «en la conciencia socialista», que es la modalidad específica existente en Das Prinzip Hoffhung para reconciliar hic et nunc («aquí y ahora») alguna clase de sobrevivencia.
Se considera que la terribilidad de la muerte reposa en la conciencia del yo. Por esto las formulaciones poéticas de contenido retórico-marxistas en De Rokha apuntan a la suspensión de la individualidad para plasmar con caracteres mítico-legendarios la «resurrección» de los hombres:
«(...) emergen voces de los antiguos cementerios y extrayendo espadas y banderas del corazón del mundo, los antepasados dan la batalla de la inmortalidad vencida».
«Plantó el varón soviético el gran olivo de la amistad en el enigma pálido de la luna y las generaciones de trabajadores del porvenir harán acaso hablar la soledad de la muerte sí; pero yo escribo por los desventurados de hoy, la oda tórrida de ahora en el lenguaje de los desventurados».
En cierto modo, con ello se revela la única forma de redención posible dentro del pensar rokhiano, aunque también planteada en el concierto de la  poética latinoamericana, como se puede observar en Neruda y Vallejo. Dichas formulaciones de Pablo De Rokha son en realidad consecuentes con la interpelación que causa a los hombres una hipotética vida posmortal, sobre todo dentro de un rígido esquema dialécticomaterialista de comprensión del mundo. Hagamos notar que nuestro poeta chileno ante la pregunta de si la muerte es fin o comienzo de algo considera que es:
«el retomo a la materia, de la cual partimos y a la cual llegamos. No creo y niego los “Ultramundos”, como decía Nietzsche. Soy irreligioso, ateo, definitivamente ateo y para mí todas las religiones son una frustración turbia de la irracionalidad que no encontró vocabulario, como lo encontró el arte...».
Esta combinación entre arte y religión, que también son intereses sumamente atractivos para Bloch, la reitera Pablo De Rokha afirmando:
«La conciencia se expresa en la reflexión, la subconciencia se expresa en la intuición...
El razonamiento genera la ciencia; el estilo genera el arte... Lo bueno es un problema ético y lo bello un problema y un enigma estético.
Arte y religión son contenidos paralelos. Porque el arte ordena el caos y lo expresa como cosmos; y la religión que es VIDENCIA TREMENDA... lo siente y lo vive como cosmos».
Para De Rokha todo proceso religioso, alojado tanto en nuestro psiquis- mo como en la praxis social, no deja de ser un proceso oscurantista digno de ser desterrado. Recordemos que ya a partir de los 15 años se desarrolla en nuestro autor «una terrible crisis religiosa» que pasó de la fe «a la carencia absoluta de toda creencia sobrenatural». En principio, su lenguaje crítico sobre la fe en poemas diversos o en trabajos en prosa como Idioma del Mundo, manifiesta posturas típicas de un virulento discípulo ilustrado de Voltaire en Chile. Pero también dentro de su vasta obra permanecen valoraciones ambiguamente sorprendentes en torno a esta interrogante vital que interpela al hombre. Dicha característica se puede apreciar como lo hemos visto en consideraciones estéticas referidas al Arte, así como por el constante recurso a un vocabulario creyente con el cual, sin embargo, pretende ateizar por completo la creencia y la propia religión. El empleo que hace De Rokha de sus palabras religiosas transformadas en metralla con el fin de hundir todo atisbo de teocracia o teología resulta ser, pues, un auténtico «reverso» de aquellas consideraciones analíticas que estiman que el lenguaje religioso es religioso (¿e inútil?) no porque se verbalice y module en las iglesias sino porque intenta hablar de lo inefable.
Como puede observarse, es muy difícil que el uso que hace De Rokha del lenguaje religioso en su obra pueda estar al servicio de mostrar lo indecible, ya que para el poeta la ruina de toda religión descansa precisamente en «la frustración turbia de la irracionalidad que no encontró vocabulario». Con todo, dentro de esta posible exégesis, siempre habrá hueco para acoger la interesante discusión que produce intentar o querer hablar del «otro mundo» con palabras, fonemas y locuciones inevitablemente construidos en éste.
Sin embargo, el carácter misterioso e inefable de la vida parece presentarse en Pablo De Rokha una vez advertido el aspecto extraordinariamente fugaz de la existencia:
«Vendrá la sociedad sin clases llenando con vida la vida y todo lo sombrío irá huyendo por el callejón de la historia como un pájaro negro, y sin embargo, sin embargo la transitoriedad humana habrá de echar una gran sombra sobre el hombre».
Dicho esto, y para concluir, existen a nuestro juicio tres factores intelectuales en la obra de Pablo De Rokha que hacen interesante el desafío que nos plantea su discurso poético:
1. El incremento continúo de ateísmo en toda clase de creación cultural latinoamericana, como es el caso de nuestro autor, en cierto modo termina por resultar disonante desde el imaginario colectivo, el sustrato creyente y los distintos pliegues religiosos generados en el arte y en la producción artística de Chile y el continente. Con todo, el lenguaje rokhiano acerca de la utopía alcanza cumbres notables en su escritura.
2. El principal «combate» llevado a cabo por De Rokha contra la religión en su obra (y en su vida) parece residir en una particular noción de lo sagrado formulada por Fernando Savater, la cual consiste en manifestar que Aquello se revela por esencia en lo que «nos ignora sin que nosotros podamos ignorarlo» y además implícitamente demuestra que Eso «no nos con¬cede importancia y por eso mismo tiene importancia para nosotros».
3. La insistencia, inútil y desesperada, y a la larga delirante para el poeta chileno, por intentar derribar (o gobernar) en su obra ese posible «Dios» revestido de tales propiedades savaterianas, causa algo singular. Parece integrar a De Rokha en parte sustancial de una admirable sentencia de 1931 en Wittgenstein que consiste en declarar «que la religión como locura es locura salida de la irreligiosidad».

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