sábado, agosto 31, 2013

ISRAFEL por EDGAR ALLAN POE


Vive un espíritu en el cielo
«las fibras de mi alma son cuerdas de un laúd»;
nadie canta tan libremente bien
como el ángel Israfel,
y las casquivanas estrellas (así dice la leyenda),
cesan en sus himnos, y atienden al encanto
de su voz, enmudecidas.
Allá arriba vacilando
en su punto más alto
la luna enamorada
se ruboriza de amor,
mientras que, para escuchar, el rojo relámpago
(incluyendo las veloces Pléyades,
que eran siete)
hace una pausa en el cielo.
Dicen (el coro de estrellas
y todo lo que escucha)
que el fuego de Israfel
se debe a la lira
con la que toca y se acompaña
—las tremolantes ondas
de esas cuerdas extrañas—.
Pero los cielos que ese ángel pisó,
Donde los profundos pensamientos son obligación
—donde Amor es un dios adulto—
Donde las miradas de las huríes
están llenas de la belleza
que nosotros adoramos en las estrellas.
Por lo tanto, no estás equivocado,
Israfel, cuando desprecias
una canción desapasionada.
¡A ti pertenecen los laureles,
al mejor vate, porque eres el más sabio!
¡Alegre y larga vida!
Allá arriba los éxtasis
se adaptan a tu ardiente medida
—tu pesar, tu alegría, tu odio, tu amor,
con el fervor de tu laúd—.
¡Bien pueden callarse las estrellas!
Sí, el cielo es tuyo; pero éste
es un mundo de dulzuras y amarguras;
nuestras flores son simplemente… flores,
y la sombra de tu perfecta bendición
es para nosotros luz del sol.
Si yo pudiera vivir
donde Israfel
ha vivido, y él donde vivo yo,
no cantaría tan libremente bien
una melodía mortal,
en tanto que una nota más audaz que ésta se elevara
desde mi lira al interior del cielo.

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