lunes, mayo 13, 2013

EL SURREALISMO EN CUESTIÓN por MAURICE JOYEAUX



Estaríamos tentados a escribir que el procedimiento intelectual,
cuyo fruto será el surrealismo, ha sido un procedimiento
clásico en el avance de las ideas, en el discurrir de la historia, si
el surrealismo no hubiese escogido, en un determinado momento,
romper con el sistema económico, político, social y moral, cuya
expresión cultural había sido, incluso él, el prudente apaciguador.

Antes del surrealismo, el romanticismo, del cual aquél es el
hijo adulterino, había cuestionado un cierto número de principios
de la sociedad vigente, colocando sus pasos en los de la
Revolución Francesa. Todavía, la diferencia entre las clases que
la revolución había respetado, aunque modificando sus relaciones,
le parecían un obstáculo infranqueable, y sus contactos
con el socialismo incluso en sus comienzos no habían sobrepasado
las “acostumbrados condolencias” por la miseria de los
pobres y el egoísmo de los ricos con los la madre Sand y el
padre Hugo temperaron sus literaturas. ¡Con el surrealismo las
relaciones entre la cultura y la sociedad van a cambiar de modo
radical! Tradicionalmente, las Artes y las Letras eran el espejo
donde las clases ricas se miraban, se pavoneaban por la superioridad
de su espiritualidad, consagrándose, en ocasiones, a
discernir sus defectos para corregirlos. El romanticismo, con su
gusto por la exageración, por la deformidad, por la exuberancia,
va a acentuar los aspectos repugnantes de la sociedad burguesa
antes de que el surrealismo lance un adoquín contra su
vitrina de suficiencia.

El surrealismo habría podido contentarse con ser una propuesta
estética diferente, y se habría hablado de su “revolución”
como se habló, en su tiempo, de aquella que introdujeron
Poussin y Delacroix. Algunos miembros del grupo
surrealista soñarán, en sus comienzos, con detenerse allí y,
rápidamente, se apartarán del núcleo invocando la anarquía,
como si la anarquía fuese simplemente una propuesta estética
y no un proyecto de civilización económica y cultural diferente.

Esa facilidad que consiste, para la cultura, en contentarse
con acompañar a las sociedades vigentes, sobrepasándolas en
ocasiones apenas lo necesario para atraer sobre sí las candilejas,
el surrealismo va a rechazarla, y esos jóvenes burgueses
de temperamento escandaloso van a dirigirse al pueblo, no
para conducirlo o para integrarse a él, sino para proponerle la
formación de una sociedad diferente en la que el surrealismo
tendría su lugar. No se trataba para la cultura de ser un elemento
de acompañamiento que reflejara la sociedad vigente,
sino una búsqueda estética de expresión, paralela a la búsqueda
de liberación económica del pueblo. El procedimiento era
suntuoso. Era preciso darle un marco. El surrealismo escogió
el marxismo. ¡Fue un error por el que el surrealismo paga,
hoy, el precio!

¿Por qué el marxismo? ¿Por convicción personal? Los jóvenes
que formaban el grupo surrealista no debían tener un conocimiento
demasiado profundo del marxismo, y sobre todo
del leninismo, cuyas obras no habían sobrepasado el marco de
los especialistas del partido socialista de la época. Se plantea la
pregunta, por lo tanto. Cuando los surrealistas escogieron como
compañeros de marcha a los comunistas, ¿esperaban ir rumbo
a la facilidad? ¡En 1924, el marxismo es representado por un
partido que detestará a los surrealistas y que los surrealistas
execrarán! Durante años sus querellas van a alegrar a la burguesía
intelectual y pasarán por encima de los trabajadores, a
quienes todos intentarán reducir y a quienes esas disputas les
parecerán, erróneamente, payasadas. Es probable que esos jóvenes
burgueses atiborrados de literatura simbólica fuesen tomados
por un ouvrierisme de “redención” que proyectará al
movimiento obrero hombres tan diferentes como Henri
Barbusse y Romain Rolland, quienes conducirán la estética
hacia una colaboración clásica con el poder venidero, esto es,
el bolchevismo, en tanto que otros, tales como Henri Poulaille,
intentarán empujarla hacia la anarquía. Tal vez Breton y sus
amigos, en el punto de unión entre el liberalismo histórico y la
presión revolucionaria sobre “un sexto del globo”, la cual podía
esperarse que alcanzase toda la Tierra, hayan sido seducidos
por la facilidad que consistía en seguir un camino paralelo
a una ideología que tenía el viento en popa. Después, evidentemente,
ya será muy tarde, ¡y Breton responderá por ello! Por
muy críticos que puedan ser los dos Manifiestos de André
Breton, ellos inscriben al surrealismo en el marxismo, e incluso
cuando Breton se oponga violentamente al partido, no es el
partido lo que él condenará, sino su contenido. Y sus relaciones
con Trotski, así como la Oda a Charles Fourier lo apartarán
del camino en el que el surrealismo se comprometió en su
origen. Esos pasos laterales sólo aumentarán la confusión política
del surrealismo.

El grupo surrealista esperaba inscribir su procedimiento intelectual
al lado de aquellos que preparaban, con mayor chance
de obtener el éxito, la revolución social. Fue un error agravado
todavía más por el temperamento de los hombres arrastrados
por un paroxismo caricaturesco. Breton no comprendió que su
grupo no tenía la estatura del semejante, que la evolución de la
cultura y de la economía debían andar a un mismo paso, y que
en Rusia, o en cualquier otro lugar, en el estado intelectual en
el que se encontraban los pueblos, los comunistas se verían
obligados a recurrir a la imaginería de Epinal2 para resaltar a
grandes rasgos su proyecto, que en ese estado no habría más
lugar para la búsqueda estética, ¡y que el tiempo de los campesinos
de Millet rezando el avemaría había regresado! El semejante
ideal del surrealismo en esa época era la anarquía. Pero
Breton y sus amigos rechazaban la anarquía y se declaraban a
favor de una revolución clásica, en tanto que la anarquía rechazaba
al surrealismo y se pronunciaba a favor de una estética
clásica. Y esas dos partes de la revolución nunca se unirán.
Breton y sus amigos inscriben su procedimiento en una organización
centralizada, y los anarquistas recurren a una expresión
clásica de las Artes y de las Letras. ¡Ésta es la paradoja del
inicio del siglo!
Los surrealistas dejaron escapar una buena oportunidad, y
la lucha entre ellos y el partido comunista se tornó despiadada.

Evidentemente, una minoría de trabajadores siguió, por un instante,
la revuelta del surrealismo contra el partido, por intermedio
de los grupúsculos trotskistas, pero su rechazo del stalinismo
no será una adhesión al surrealismo, ¡ante el cual los
obreros seguirán siempre reticentes! Los surrealistas son intelectuales
burgueses, y los pocos trabajadores que los seguirán
hasta el final serán atraídos por el carácter provocador de la
expresión cultural más que por la ideología marxista. El
funcionamiento del pensamiento, la escritura automática, las nuevas
relaciones entre la expresión y, en particular, la pintura y el
psiquismo les interesarán menos que el cuestionamiento del stalinismo
y de la URSS. Y bajo su influencia, Breton y sus amigos
volverán a engañarse al jugar la carta trotskista. El trotskismo,
sucedáneo del leninismo, así como éste partidario del centralismo
jacobino, no tenía ninguna chance de representar un papel
político independiente, pues era la otra cara de la misma moneda,
a pesar del excelente libro de Trotski sobre las Artes y las
Letras en el que reconocía la independencia de la expresión en
un socialismo a su manera, pero que no convenció a nadie. El
trotskismo, así como el leninismo y el stalinismo en el poder, se
veía obligado a recurrir a la imaginería popular, a la de las imágenes
santas de los católicos, la de Lenin hablando ante el Comité
Central, o la de Stalin, Buda petrificado exponiendo al
pintor su mejor perfil.

Lo que esos jóvenes, que nunca pusieron los pies en una
fábrica, no comprendieron es que los intereses de la libertad
de expresión y de lo económico estaban estrechamente ligados,
y que colocar uno de ellos entre comillas sería impedirle
al otro desarrollarse. Un pequeño grupo de anarquistas que
intentará, después de la Segunda Guerra Mundial, restablecer
relaciones con el surrealismo chocará contra los mismos obstáculos:
que es imposible ligar una economía marxista centralizada
y una ética y estética libertarias, donde la ley del número
está excluida. En lo que a mí respecta, yo comprendería
muy rápidamente que el trecho de camino posible junto al
surrealismo nunca sobrepasaría el día a día y que solamente el
tiempo podría tal vez permitir al movimiento revolucionario
renunciar simultáneamente al centralismo económico y al clasicismo
de la expresión. No seré el único en pensar de esa
forma, y entre 1930 y 1940 el surrealismo explotará, deshaciendo
el equívoco. Los surrealistas de tendencia marxista
dejarán el movimiento para retornar a la expresión clásica en
el arte y en la literatura; otros se unirán a la democracia,
reinventando una expresión vecina al simbolismo del que
Breton había partido, y otros, finalmente, ¡abandonarán incluso
el hecho social por la “divina anarquía”, la del egoísmo
stirneriano!


Ahora bien, ¿qué querían los surrealistas en el campo social?

Yo estaría tentado a decir, si el término no fuese demasiado
duro, que se trataba de la tranquilidad de su conciencia para
continuar con su búsqueda, y finalmente, es lo que su ruptura
les traerá. Aragon se tornará un escritor clásico, Sadoul el historiador
del cine, Eluard un poeta al alcance del hombre de la
calle –con el sentimiento interior de inscribir sus artes en la
lucha por la emancipación de los pueblos–; otros, como Vitrac,
se introducirán en la buena sociedad literaria; algunos otros,
como Desnos, no resistirán la presión intelectual, Prévert inventará
una poesía para todos, cuyo barroco seducirá a las
multitudes y, finalmente, algunos “viejos” del callejón harán
negocios. Los pintores del grupo surrealista resistirán mejor, tal
vez porque en la huella de Picasso su Arte seducirá a los esnobs,
que, a falta de entender algo, transformarán sus obras en valores
“coloreados” como acciones de la Bolsa.

¿El surrealismo es la libertad en la expresión? Se puede estar
aproximadamente de acuerdo en cuanto a esta fórmula, aun
cuando Breton y sus amigos no siempre han dado el ejemplo de
la tolerancia. ¿El surrealismo es el rigor? Vale para el rigor del
pensamiento, aunque la bufonada no siempre estuviese ausente
de la lógica surrealista. Pero el surrealismo ciertamente no fue
una disciplina revolucionaria y Breton y sus amigos nunca pudieron
o nunca quisieron librarse del marxismo, procurando en
las diversas interpretaciones hechas por los partidos aquella que
mejor combinaba con sus preocupaciones culturales.

En realidad, la aventura que le sobrevino al surrealismo en
torno de los años veinte es una aventura clásica, la del desfasaje
entre la cultura y su marco. Habría sido preciso, en aquel momento,
que el surrealismo asociase su futuro al de la anarquía,
de manera que creciesen juntos. Habría sido preciso que la anarquía
se librase de su actitud ridícula del buen alumno que hace
como que le perdonen sus audacias económica y política, comportándose
convenientemente en la mesa de la universidad. Hoy,
el surrealismo, vaciado de todo contenido revolucionario, tan
sólo es señal de una forma de expresión que, por haber enlodado
la anarquía y haberse arrojado en los brazos del marxismo,
se reduce a seducir al burgués en las galerías de arte, de las que
ha desaparecido todo soplo revolucionario.

Entretanto, si el surrealismo pictórico invadió todo nuestro
universo plástico, como numerosas escuelas filosóficas, económicas
y culturales, fue devorado por su propia conquista. Con
todo, ese papel que el surrealismo no supo representar, una escuela
de pensamiento sabrá hacerlo un día, no integrada por la
revolución social, sino caminando a su lado, pari passu, comunicándose
sus descubrimientos una a la otra, asociadas ambas
en ese trabajo indispensable: ¡destruir la economía capitalista
de clase y asegurar el espectáculo de esa obra pía!

Naturalmente, para proponer defender, propagar “el automatismo
psíquico… para expresar, ya sea verbalmente o de cualquier
otra manera, el funcionamiento real del pensamiento”, el
surrealismo, que iría a chocarse de frente con el conocimiento y
con la cultura de la época, necesitaba de un clima de libertad, o
al menos de una tolerancia agradable, que no obstante rechazó,
por su aspereza para con viejos nombres de la filosofía y de la
literatura tales como el padre France, por ejemplo, y por sus
complacencias para con el marxismo centralizador, que podía
crear ilusiones alrededor de los años veinte, pero que ya es inexplicable
en los años cuarenta, principalmente cuando es comprendido
por medio de Trotski, el verdugo de los marineros de
Kronstadt. Eso es algo que no se puede comprender, sino por la
franqueza de intelectuales fatuos, que adoran broncear sus alas
al sol enrojecido de las notoriedades consagradas.
Sesenta años después de la explosión surrealista, todo está
por hacerse, a fin de construir la expresión de los tiempos futuros,
a partir de un surrealismo liberado de su resaca marxista
que lo sofoca, y resituado en la carretera del infinito, después
de haberse desembarazarse de su ropaje teórico en el que el
Señor Marx lo había encerrado, para juntarse, en las carreteras
estrelladas, con la divina anarquía.


Maurice Joyeux

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