domingo, septiembre 04, 2011

PRIMERAS IMPRESIONES por HENRI MICHAUX





Como de niño no quise jugar con la arena de las playas (terrible carencia de la que me resentí toda la vida) ya, fuera de edad, me ha venido el deseo de jugar y, en este momento, de jugar con los sonidos.
¡Vaya! Qué extraña cosa al principio, esa corriente que se manifiesta, ese líquido inesperado, ese pasaje portador, en sí, siempre y que estaba.
Ya no reconocemos ningún entorno (lo duro ha desaparecido).
Hemos dejado de tropezarnos con las cosas. Nos convertimos en capitanes de un Río...
Nos encontramos poseídos por una extraña (y peligrosa) tendencia a los buenos sentimientos. Todo es cuesta. Los medios son ya paraísos.
No encontramos los frenos; o no tan deprisa como encontramos lo maravilloso...
Ponemos en circulación una moneda de agua.

Como una campana que anuncia una desgracia, una nota, una nota que sólo se escucha a sí misma, una nota a través de todo, una nota baja como una patada en el vientre, una nota añosa, una nota como un minuto que tuviera que taladrar un siglo, una nota sostenida a través de la discordancia de las voces, una nota como una advertencia de muerte, una nota me avisa durante toda esa hora.

En mi música, hay mucho silencio.
Hay sobre todo silencio.

Hay ante todo un silencio que tiene que ocupar un lugar.
El silencio es mi voz, mi sombra, mi llave... signo que no me agota que en mí se nutre.
Se extiende, se despliega, me bebe, me consume. Mi enorme sanguijuela en mí
se acuesta.

Cuando nada llega, siempre hay tiempo que llega, tiempo
sin altibajos,
tiempo,
sobre mí,
conmigo,
en mi,
por mí,



pasando sus arcos dentro de mí que me consumo y espero.

El tiempo.
El tiempo.
Yo me ausculto con el Tiempo.
Me palpo.
Me pego con el Tiempo.
Me seduzco, me irrito...
Me enredo,
Me sublevo,
Me transporto,
Me pego con el Tiempo...

Pájaro-pico.
Pájaro-pico.
Pájaro-pico.
¿Qué hago aquí?

Llamo.
Llamo.
Llamo.
No sé a quién llamo.
A quien llamo no sabe.
Llamo a alguien débil,
alguien roto,
alguien orgulloso a quien nada ha podido romper.
Llamo.
Llamo a alguien de allá,
alguien a lo lejos perdido,
alguien de otro mundo.
(¿Así que mi solidez era mentira?)
Llamo.
Ante este instrumento tan claro,
no es lo mismo que con mi voz sorda.
Ante este instrumento cantarín que no me juzga, que no me observa,
llamo, perdiendo toda vergüenza, llamo,
llamo desde el fondo de la tumba de mi infancia que se enfurruña y se contrae aún,



desde el fondo de mi desierto presente,
llamo, llamo.
La llamada me asombra a mí mismo.
Aunque sea tarde, llamo.
Sobre todo para reventar mi techo.

Para romper la tenaza tal vez,
para ahogarme tal vez,
ahogarme sin asfixiarme,
ahogarme mis piques,
mis distancias, mi inaccesibilidad.
Para anegar el mal,
el mal y los ángulos de las cosas,
y lo imperativo de las cosas,
y lo duro y lo calloso de las cosas,
y el peso y la acumulación de las cosas,
y casi todo de las cosas,
excepto el paso de las cosas,
excepto el fluido y el color y el perfume de las cosas, y el espesor y la complicidad a veces de las cosas, y casi todo del hombre y tanto de la mujer, y mucho, mucho de todo y de mí también
mucho, mucho, mucho

... para que pase al fin mi torrente de ángeles en paz, en fluido, me descompone.
Mis piedras, mi muela se descompone,
mi obstinado resistente se descompone
y me extiendo hasta el dolor de los demás.
Abandonando todo respeto humano,
tranquilizo, consuelo, sano,
resucito a la muerta, abro las puertas,
avanzo para bendecir,
hablo en nombre de todos.
Arco iris.
No más procesos.
Planto el árbol del pan.


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