martes, septiembre 27, 2011

L A COPA TERRESTRE por ROSAMEL DEL VALLE



Estás ahí, penumbra donde mi cuerpo desciende
A la caverna del ciego que cuenta sus huesos.
Estás ahí, ¿eres tú? Anciana cuidadora de las puertas.
Visión tatuada en los jardines que se apartan al verme.
¿Duermen los perros brillantes que lamían la noche?
No los oigo sentarse a la sombra, ni rechazar el sonido
Con que hila el tiempo el traje de los muertos.

Tu cuerpo cubre el césped rojo por el verano,
Ceñidas las rodillas con insectos y tijeras.
¿Han lavado los jardines? Solamente ha crecido la
bruma
Para cerrar las puertas, para cavar el sueño.

Han sido numerosos los huéspedes del otro invierno.
Desenterraban cánticos donde lucían arpas las hojas.
Bailaban tal vez y vaciaban la noche. Dormían tal vez
En pesada carrera detrás de los sueños. Y tú, y tú
Con las viejas llaves en el corazón.
Ibas y venías por la escala, por el tiempo,
Por las visiones ardientes.

Siempre allí, oh Anciana, cerca de los pies torcidos
En lo vivo de mí aunque borroso. En lo mío sin mí.
¿Cómo me sostenías al borde de tanta luz? Las cosas
Años y años en el recuerdo de las horas degolladas.
A veces limpiándote los días de la frente,
Rodeada de ángeles cansados de brillar.

Y campanas también. Campanas de vuelta de la noche,
Con pasto crecido entre los dientes.
Tú. debajo de los pasos nocturnos, debajo de las bocas
turbadas
De tanto cavar en la memoria. Tú, con las llaves.
¿Pasaban las bodas, los entierros, los ruidos de la feria?
¿Pasaban los bebedores, los sonámbulos, los crucificados?

Ellos son los dueños de la noche, los que gastan sus monedas
Sueñan con arpas al hombro, con la cabeza vacía.

Conversan con lo que va a venir, como el espejo con
las cosas
Detrás de un secreto, de una frente que se mueve.
Alegres por desdichados sabores. O mirando pan
adentro
Por ti se ahogan a veces las olas de la harina.
Ellos, a tu puerta, para oirte dormir. Para separar
la bruma
Que te rodea la cabeza si a lo lejos el mundo
Se deja devorar por las piedras de la noche.

Ellos y tú, oh mirada terrestre fija en el borde de mi
En la estatua del tiempo que me crece a la espalda
Tú ahí, despierta por ti misma,
Prendida a la niebla que desgarran las horas. El polvo
En la frente, cercada por muros y torres.
¿Hay una Navidad que dura
Más de un día en las campanas del corazón.

Entre tú y yo todo crece hundido y sin sabor.
¿Recuerdas los bebedores de los domingos? ¿Los ancianos
que
Escarbaban el tiempo en la hierba? ¿Las voces y las
máscaras?
Ellos mismos eran el fuego. El día caído, la hora.
Todo podía pasar y cambiar. Mientras el Angel de tu
puerta
Reparaba las naves nocturnas apartando con las manos
el ruido
He ahí el sueño sumergido en mi memoria. La imagen,
Que nada podría borrar sobre la tierra.

¿Me oyes aún en las llamas? ¿Me oyes perecer en el
árbol
Nacido para la muerte? Estoy detrás de ti. Te he oído
Cruzar el umbral, apartar la hierba y salir
A mi encuentro en la noche derrumbada.
Mi mano va a tu lado y hace ruido sin que la veas.
Sacude las plantas que se doblan.
Abre los ojos de las hojas.
Y sobre todo el calor de la muerte que eres. Nada
Puede permanecer de rodillas si pasas y si mi sombra
Te precede en el polvo derramado de las cosas.

Oh, muerte recomenzada. Ninguna vana luz, ninguna
piedra
Podría decir que la habitas. Pero la madre de la noche
Enreda tus vestidos en las llamas, mueve la humedad
Y te sienta a la orilla de los pozos donde me vi nacer.
Extraña imagen de ti misma y fuera de ti. Allí, allí
todavía
Donde los muertos remueven la tierra. Donde los ángeles
Cuidan de las hachas y las palas sin dormir.

Ellos están siempre despiertos y apartan la niebla.
Se oyen vivir y deshacerse. Y aman la tierra que cavan.
Cada hoyo es una puerta. Cada ser sumergido. un viajero
Ellos, ellos, la visión nocturna detrás de los árboles.

Nosotros somos el ruido, la vara movible, el barro.
El poco de barro que rechaza la voz. Huíd, huíd,
lámparas
Huíd, escalas de oro por donde hay que descender.
Yo soy la visión, yo soy la tempestad, yo soy el fuego.
Abridme las puertas de par en par. Que se aparte la
noche
Yo soy el que dice: «Primero brillarán los peces en
mi sien
Primero rodarán las olas fuera del mar.
Primero se anidará el tiempo debajo de mis ojos.
Después
Estar al lado de los ángeles en exilio,
De rodillas sobre el agua. Solo
Entre las ovejas ardientes dormidas en la hierba.
En conversación con los signos, cantando tal vez
Y con la cabeza en cascada».

Lo que decían tus llaves.
¿Y tú, qué piedras cuidas
Entre la carne y los huesos, entre la frente y la ceniza?

What Dreams May Come trailer subtitulado

What Dreams May Come

Sigur Rós - Hoppípolla (subtitulada)

Dexy's Midnight Runners - Come On Eileen sub inglespañol

OROMPELLO IV por THOMAS HARRIS



Como toda esta historia transcurre en Orompello,
tranquilos, es una muñeca de trapo
ese bulto arrebolado de crepúsculo y pringoso
tirado en cueros sobre los peñascos sucios de la calle.
Pero ahora fíjense que las costillas; parecen haberse
enraizado a los peñascos sucios de la calle,
donde está tirada como a dormir.
Así desnuda se diría que ya no más le vendrían
los deseos del amor;
pero ahora fijense que las costillas
ya parecen haberse enraizado sobre los peñascos sucios,
de la calle donde esta tirada como a dormir.
Así de desnuda se diría que sueña con el pasto
con el sol con una fruta roja. Pero no.
Ahora fíjense en el milagro oscuro de las costillas
entrando a la fuerza en los peñascos sucios
donde la tiraron a dormir
hasta echar raices.

lunes, septiembre 26, 2011

MI BUENOS AIRES QUERIDO por JUAN GELMAN




Sentado al borde de una silla desfondada,
mareado, enfermo, casi vivo,
escribo versos previamente llorados
por la ciudad donde nací
Hay que atraparlos, también aquí
nacieron hijos dulces míos
que entre tanto castigo te endulzan bellamente.
Hay que aprender a resistir.
Ni a irse ni a quedarse,
a resistir,
aunque es seguro
que habrá más penas y olvido.

lunes, septiembre 19, 2011

I. YO CACTUS por ALEJANDRA DEL RIO



I
Yo no soy moderna
o tal vez lo soy. Vivo con mi sangre puesta
goteando encima de las cosas
en una absurda imitación del universo.
Yo no llevo guantes ni ropa blanca
cuando toco los metales
cuando escarbo en las miradas
y me seduce el olor cuando fermenta.
La palabra es una viga donde posan su alma los muertos
el verbo una cornisa en movimiento
y mi oscura vitalidad
el camino que no cesa.
Acaso me hablaré desde el silencio.
Acaso alguna vez poder vestirme del vacío
sonreír desde la mueca.
Acaso cegar el mundo con los ojos abiertos.
Ser siempre lo que no soy
-muriendo en cada intentoa
espaldas del reloj que avanza.

sábado, septiembre 17, 2011

TODO TRANQUILO. INMOVIL por SOLEDAD FARIÑA




había que pintar el primer libro pero cual pintar
cual primer tomar todos los ocres tambien
amarillo oscuro de la tierra
capas unas sobre otras: arcilla terracota ocre
arañar un poco lamer los dedos para formar
pasta ligosa
untar los dedos los brazos ya está abierto
páginas blancas abiertas
tratar de hendir los dedos
no hay recorrido previo
- Por que tan tristes por que asi estos colores,
dicen, preguntan los choroyes de alas verdes
que pasan en bandadas
~ Por que esa oscuridad, gritan
- Hay un negro que sombrea
Se alejan pero no alcanzan a ver el rojo que descubro
debajo de mi axila

- No hay claridad, no hay claridad, graznan
- Ha caído la nube gris sobre mi vuelo: eran granizos

Y ahi en las alambradas, suspendido su vuelo
se dan a murmurar
que nos cubre

era hielo el que quebró mis alas
todo tranquilo inmóvil apacible

BREVE HISTORIA DE MI VIDA por STELLA DIAZ VARIN



Comando soldados.
Y les he dicho acerca del peligro
de esconder las armas
bajo las ojeras.
Ellos no estan de acuerdo.
Y como estan todo el tiempo discutiendo
siempre traen perdida la batalla.

Uno ya no puede valerse de nadie.
Yo no puedo estar en todo;
para eso pago cada gota de sangre
que se derrama en el infierno.

En el invierno, debo dedicarme
a oxidar uno que otro sepulcro.
Y en primavera, construyo diques
destinados a los naufragios.

Asi es, en fin ...
Las cuatros estaciones del aiio
no me contemplan, sino trabajando

Enhebro agujas
para que las viudas jóvenes
cierren los ojos de sus maridos,
y desperdicio minutos, atisbando
a la entrada de una flor de espliego
a una simple abeja,
para separarla en dos,
y verla desplazarse:
La cabeza hacia el sur
y el abdomen hacia la cordillera.

Asi es
como el dia de Pascua de Resurrecci6n
me encuentra fatigada,
y sin la sonrisa habitual
que nos hace tan humanos
al decir de la gente.

PUDIERA SER... por ALFONSINA STORNI



Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido
No fuera más que aquello que nunca pudo ser,
No fuera más que algo vedado y reprimido
De familia en familia, de mujer en mujer.

Dicen que en los solares de mi gente, medido
Estaba todo aquello que se debía hacer...
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
De mi casa materna.. ¡ Ah, bien pudiera ser... !

A veces en mi madre apuntaron antojos
De liberarse, pero, se le subió a los ojos
Una honda amargura, y en la sombra lloró.

y todo eso mordiente, vencido, mutilado,
Todo eso que se hallaba en su alma encerrado,
Pienso que, sin quererlo, lo he libertado yo.

ENVIDIA DEL PENE por ERICA JONG



Envidio a los hombres que pueden anhelar
con infinita vaciedad
el cuerpo de una mujer,
que esperan que su anhelo
haga un niño,
que su oquedad misma
fertilice lo oscuro.
Las mujeres no se hacen ilusiones sobre esto,
ya que son a la vez
casas y túneles,
copas y las que escancian el vino,
ya que conocen el vacío como estado temporal
entre dos plenitudes,
y no ven en ello ningún romance.
Si yo fuera hombre,
condenado a esa infinita vaciedad,
y no teniendo alternativa,
encontraría, como los otros, sin duda,
una mujer
para bautizarla Vientre de Luna,
Madona, Diosa del Cabello de Oro
y hacerla tienda de mi deseo,
paracaídas de seda de mi lujuria,
icono ojiazul de mi sagrada comezón sexual,
madre de mi hambre.
Pero ya que soy mujer,
debo no sólo inspirar el poema
sino también escribirlo a máquina,
no sólo concebir al niño
sino también darlo a luz,
no sólo dar a luz al niño
sino también bañarlo,
no sólo bañar al niño
sino también alimentarlo,
no sólo alimentar al niño
sino también llevarlo
a todas partes, a todas partes...
mientras que los hombres escriben poemas
sobre los misterios de la maternidad.
Envidio a los hombres que pueden anhelar
con infinita vaciedad.

EL “18” A PURA AGUA DE LOS HUELGUISTAS DEL LICEO DARÍO SALAS por RODRIGO RAMOS BAÑADOS




La mujer está recostada en un colchón sobre el suelo. Tiene la boca tapada con una mascarilla. Sólo se le ven sus ojos. Sobre su cabeza hay una serie de dibujos adheridos en la pared y mensajes dónde destaca: Fuerza Mami. La entrevistada es Silvia Mellado, 35 años y cuatro hijas. La próxima semana cumplirá un mes sin comer. Reconoce que ya le cuesta moverse. El plazo para que el gobierno de respuesta a sus demandas vence el martes, después del “dieciocho”. De lo contrario va por huelga seca.
Junto a ella, hay cuatros adolescentes que caminan hacia los dos meses sin alimentarse. Son: Johanna Choapa, 17 años; Karla Fernández, 15 años; Francisco García, 19 años y Maura Roque 18 años. A estos se suma Sergio Yáñez, apoderado, de 47 años. Los puntos que exigen se pueden resumir en el ya consabido eslogan: educación gratuita y de calidad.
Los seis se encuentran cobijados en el tercer piso del Liceo Darío Salas de Santiago. El lugar no se encuentra en las mejores condiciones higiénicas. Basta subir por las escaleras para sentir el olor. Hay chicos que se turnan para dormir. Casi viven ahí. Urge mantenimiento.
-¿Qué le parece que todo Chile celebre las Fiestas Patrias, mientras ustedes están en huelga de hambre?
-La gente no va a dejar de festejar por nosotros y no esperamos que lo haga. Quiero que la gente que mientras todos celebran, lo pasaremos acá, los seis juntos. No vamos a ir a ninguna parte. No vamos a celebrar porque no hay nada que celebrar. Qué podemos celebrar en un país tan injusto como éste. El pasado fin de semana una chica celebró sus 18 años con un vaso de agua. Esto último refleja nuestra motivación.
-¿Qué la motivó a llevar a cabo la huelga de hambre?
-Nos sumamos como apoderados para acompañar a los chicos en esta decisión valiente que tomaron. Pensamos que al participar más gente, podíamos disminuir la cantidad de días de huelga. Sin embargo no resultó así. Lo más importante, en todo caso, que como apoderado estoy comprometida en legarle buena educación a mi hija que está en el liceo. No soy de las personas que mira por televisión como las cosas pasan. No soy violentista. Esta es mi lucha. No soy de barricadas y piedras. Creo que la gente puede dialogar de manera pacífica. Dentro de mi lucha, la huelga de hambre, uno entiende que te puede pasar algo mayor como al tipo que es apaleado o al que le cae la molotov. El riesgo es alto.
-¿Cómo se organiza su familia sin usted?
-Sino está la mamá, está el papá. Mi hija mayor tiene 23 años. Ellos se organizan y no hay problemas.
-¿Qué hace durante el día?
-Me despierto a las 9 de la mañana, tomo un agua con azúcar. Después vienen los médicos a las 10 horas. Nos revisan y controlan. Después de esos recibimos mucha gente. Viene mi pareja y mis hijas. Así se va el día. Tengo harto apoyo afectivo. También vienen sindicatos y personas de otras organizaciones sociales. Estamos bien acogidos y acompañados. Nos llama la atención que vengan más medios extranjeros que chilenos. Hemos tenido visitas de Europa, México y hasta de países asiáticos. Esto nos lleva a concluir que le importamos más a la gente de afuera que a los propios medios chilenos. En general creo que el gobierno y los medios son un circo. El gobierno le tiene miedo a la movilización social y a la gente. Los medios le tienen miedo a los empresarios.
-¿Cómo nota que su salud se ve afectada por la huelga?
-He bajado seis kilos y a veces me mareo. A veces uno tiene toda la alegría y fuerza para recibir a la gente, sin embargo uno se siente débil y la fuerza no acompaña. Circulo por el tercer piso pues me cuesta bajar las escaleras. El otro problema que tenemos son las lacrimógenas en las protestas. Acá Carabineros viene preparado para la guerra. Tiran bombas adentro del liceo. El otro día cuatro de los seis huelguistas nos fuimos intoxicados al hospital. Una chica terminó en la UTI.
-¿Qué piensa del ministro Mañalich?
- A nosotros nos importa lo que diga el ministro Bulnes, lo que diga Mañalich no nos interesa.
-¿Tengo entendido que no han venido ni lo han apoyado los dirigentes de la CONFECH?
-En realidad la Confech no se ha manifestado. Ellos no están interesados en conversar con nosotros ni han preguntado por nuestra situación. Nosotros tampoco podemos salir de acá para hablar con ellos. Creo que somos un estorbo para que ellos puedan negociar tranquilo con el gobierno. Si no fuera así, habrían demostrado viniendo. Ni siquiera una llamada de Camila ni Giorgio para saber la salud de los chicos.

jueves, septiembre 15, 2011

SUEÑO QUE SOY LA MUERTE DE ORFEO por ADRIENNE RÍCH



Estoy caminando aprisa por las estriaciones de luz
y oscuridad tiradas bajo una arcada.
Soy una mujer en la plenitud de la vida con ciertos
poderes,
y esos poderes severamente limitados
por autoridades cuyas caras raramente veo.
Soy una mujer en la plenitud de la vida
manejando a su poeta muerto en un negro
Rolls-Royce
a través de un paisaje de crepúsculos y abrojos.
Una mujer con cierta misión
que obedecida al pie de la letra
la dejará intacta.
Una mujer con nervios de pantera
una mujer de contactos entre Hell's-Angels
una mujer sintiendo la abundancia de sus poderes
en el momento preciso en que no debe usarlos
una mujer juramentada con la lucidez
que ve a través de fuegos humeantes
y de mutilaciones criminales de estas subterráneas
calles
a su poeta muerto aprendiendo a caminar
hacia atrás contra el viento
al otro lado del espejo

EL COLGADO por SYLVIA PLATH




Por las raíces de mi pelo algún dios me agarró.
Me crispé en sus azules voltios como un profeta del
desierto.
Las noches de pronto se cerraron como párpado de
lagarto:
Un mundo de calvos días blancos en una cuenca sin
sombra.
Un aburrimiento de buitres me clavó a este árbol.
Si él fuera yo, haría lo que yo hice.

Dead Can Dance - Cantara

ALTAZOR CANTO VI por VICENTE HUIDOBRO



Alhaja apoteosis y mol usco
Anudado
noche
nudo
El corazón
Esa entonces dirección
nudo temblando
Flexible corazón la apoteosis
Un dos tres
cuatro
lágrima
mi lámpara
y molusco
El pecho al melodioso
Anudado la joya
Conque temblando angustia
Normal tedio
Sería pasión
Muerte el violonchelo
Una bujía el ojo
Otro otra
Cristal si cristal era
Cristaleza
Magnetismo
sabéis la seda
Viento flor
lento nube lento
Seda cristal lento seda
El magnetismo
seda aliento cristal seda
Así viajando en postura de ondulación
Cristal nube
Molusco sí por violonchelo y joya
Muerte de joya y violonchelo
Así sed por hambre o hambre y sed
Y nube y joya
Lento
nube
Ala ola ole ala Aladino
El ladino Aladino Ah ladino dino la
Cristal nube
Adónde
en dónde
Lento lenta
ala ola
Ola ola el ladino si ladino
Pide ojos
Tengo nácar
En la seda cristal nube
Cristal ojos
y perfumes
Bella tienda
Cristal nube
muerte joya o en ceniza
Porque eterno porque eterna
lento lenta
Al azar del cristal ojos
Gracia tanta
y entre mares
Miramares
Nombres daba
por los ojos hojas mago
Alto alto
Y el darín de la Babel
Pida nácar
tenga muerte
Una dos y cuatro muerte
Para el ojo y entre mares
Para el barco en los perfumes
Por la joya al infinito
Vestir cielo sin desmayo
Se deshoja tan prodigio
El cristal ojo
Y la visita
flor y rama
Al gloria trino
apoteosis
Va viajando Nudo Noche
Me daría
cristaleras
tanto azar
y noche y noche
Que tenía la borrasca
Noche y noche
Apoteosis
Que tenía cristal ojo cristal seda cristal nube
La escultura seda o noche
Lluvia
Lana flor por ojo
Flor por nube
Flor por noche
Señor horizonte viene viene
Puerta
Iluminando negro
Puerta hacia idas estatuarias
Estatuas de aquella ternura
A dónde va
De dónde viene
el paisaje viento seda
El paisaje
señor verde
Quién diría
Que se iba
Quién diría cristal noche
Tanta tarde
Tanto cielo que levanta
Señor
cielo cristal cielo
Y las llamas
y en mi reino
Ancla noche apoteosis
Anudado
la tormenta
Ancla cielo
sus raíces
El destino tanto azar
Se desliza deslizaba
Apagándose pradera
Por quien sueña
Lunancero cristal luna
En que sueña
En que reino
de sus hierros
Ancla mía golondrina
Sus resortes en el mar
Ángel mío
tan oscuro
tan color
Tan estatua y tan aliento
Tierra y mano
La marina tan armada
Armaduras los cabellos
Ojos templo
y el mendigo
Estallado corazón
Montanario
Campañoso
Suenan perlas
Llaman perlas
El honor de los adioses
Cristal nube
El rumor y la lazada
Nadadora
Cristal noche
La medusa irreparable
Dirá espectro
Cristal seda
Olvidando la serpiente
Olvidando sus dos piernas
Sus dos ojos
Sus dos manos
Sus orejas
Aeronauta
en mi terror
Viento aparte
Mandodrina y golonlina
Mandolera y ventolina
Enterradas
Las campanas
Enterrados los olvidos
En su oreja
viento norte
Cristal mío
Baño eterno
el nudo noche
El gloria trino
sin desmayo
Al tan prodigio
Con su estatua
Noche y rama
Cristal sueño
Cristal viaje
Flor y noche
Con su estatua
Cristal muerte

PRIMER MANIFIESTO SURREALISTA por ANDRE BRETON




Tanta fe se tiene en la vida, en la vida en su aspecto más precario, en la vida real,
naturalmente, que la fe acaba por desaparecer. El hombre, soñador sin remedio, al sentirse de día en día más descontento de su sino, examina con dolor los objetos que le han enseñado a utilizar, y que ha obtenido al través de su indiferencia o de su interés, casi siempre al través de su interés, ya que ha consentido someterse al trabajo o, por lo menos no se ha negado a aprovechar las oportunidades... ¡Lo que él llama oportunidades! Cuando llega a este momento, el hombre es profundamente modesto: sabe cómo son las mujeres que ha poseído, sabe cómo fueron las risibles aventuras que emprendió, la riqueza y la pobreza nada le importan, y en este aspecto el hombre vuelve a ser como un niño recién nacido; y en cuanto se refiere a la aprobación de su conciencia moral, reconozco que el hombre puede prescindir de ella sin grandes dificultades. Si le queda un poco de lucidez, no tiene más remedio que dirigir la vista hacia atrás, hacia su infancia que siempre le parecerá maravillosa, por mucho que los cuidados de sus educadores la hayan destrozado. En la infancia la ausencia de toda norma conocida ofrece al hombre la perspectiva de múltiples vidas vividas al mismo tiempo; el hombre hace suya esta ilusión; sólo le interesa la facilidad momentánea, extremada, que todas las cosas ofrecen. Todas las mañanas los niños inician su camino sin inquietudes. Todo está al alcance de la mano, las peores circunstancias materiales parecen excelentes. Luzca el sol o esté negro el cielo, siempre seguiremos adelante, jamás dormiremos.

Pero no se llega muy lejos a lo largo de este camino; y no se trata solamente de una cuestión de distancia. Las amenazas se acumulan, se cede, se renuncia a una parte del terreno que se debía conquistar. Aquella imaginación que no reconocía límite alguno ya no puede ejercerse sino dentro de los límites fijados por las leyes de un utilitarismo convencional; la imaginación no puede cumplir mucho tiempo esta función subordinada, y cuando alcanza aproximadamente la edad de veinte años prefiere, por lo general, abandonar al hombre a su destino de tinieblas.
Pero si más tarde el hombre, fuese por lo que fuere, intenta enmendarse al sentir que poco a poco van desapareciendo todas las razones para vivir, al ver que se ha convertido en un ser incapaz de estar a la altura de una situación excepcional, cual la del amor, difícilmente logrará su propósito. Y ello es así por cuanto el hombre se ha entregado, en cuerpo y alma al imperio de unas necesidades prácticas que no toleran el olvido. Todos los actos del hombre carecerán de altura, todas sus ideas, de profundidad. De todo cuanto le ocurra o cuanto pueda llegar a ocurrirle, el hombre solamente verá aquel aspecto del conocimiento que lo liga a una multitud de acontecimientos parecidos, acontecimientos en los que no ha tomado parte, acontecimientos que se ha perdido. Más aún, el hombre juzgará cuanto le ocurra o pueda ocurrirle poniéndolo en relación con uno de aquellos acontecimientos últimos, cuyas consecuencias sean más tranquilizadoras que las de los demás. Bajo ningún pretexto sabrá percibir su salvación. Amada imaginación, lo que más amo en ti es que jamás perdonas.

Únicamente la palabra libertad tiene el poder de exaltarme. Me parece justo y bueno mantener indefinidamente este viejo fanatismo humano. Sin duda alguna, se basa en mi única aspiración legítima. Pese a tantas y tantas desgracias como hemos heredado, es preciso reconocer que se nos ha legado una libertad espiritual suma. A nosotros corresponde utilizarla sabiamente. Reducir la imaginación a la esclavitud, cuando a pesar de todo quedará esclavizada en virtud de aquello que con grosero criterio se denomina felicidad, es despojar a cuanto uno encuentra en lo más hondo de sí mismo del derecho a la suprema justicia. Tan sólo la imaginación me permite llegar a saber lo que puede llegar a ser, y esto basta para mitigar un poco su terrible condena; y esto basta también para que me abandone a ella, sin miedo al engaño (como si pudiéramos engañarnos todavía más). ¿En qué punto comienza la imaginación a ser perniciosa y en qué punto deja de existir la seguridad del espíritu? ¿Para el espíritu, acaso la posibilidad de errar no es sino una contingencia del bien? Queda la locura, la locura que solemos recluir, como muy bien se ha dicho. Esta locura o la otra...

Todos sabemos que los locos son internados en méritos de un reducido número de actos
reprobables, y que, en la ausencia de estos actos, su libertad (y la parte visible de su libertad) no sería puesta en tela de juicio. Estoy plenamente dispuesto a reconocer que los locos son, en cierta medida, víctimas de su imaginación, en el sentido que ésta le induce quebrantar ciertas reglas, reglas cuya transgresión define la calidad de loco, lo cual todo ser humano ha de procurar saber por su propio bien. Sin embargo, la profunda indiferencia de los locos dan muestra con respecto a la crítica de que les hacemos objeto, por no hablar ya de las diversas correcciones que les infligimos, permite suponer que su imaginación les proporciona grandes consuelos, que gozan de su delirio lo suficiente para soportar que tan sólo tenga validez para ellos. Y, en realidad, las alucinaciones, las visiones, etcétera, no son una fuente de placer despreciable. La sensualidad más culta goza con ella, y me consta que muchas noches acariciaría con gusto aquella linda mano que, en las últimas páginas de L’Intelligence, de Taine, se entrega a tan curiosas fechorías. Me pasaría la vida entera dedicado a provocar las confidencias de los locos. Son como la gente de escrupulosa honradez, cuya inocencia tan sólo se pude comparar a la mía. Para poder descubrir América, Colón tuvo que iniciar el viaje en compañía de locos. Y ahora podéis ver que aquella locura dio frutos reales y duraderos.

No será el miedo a la locura lo que nos obligue a bajar la bandera de la imaginación.
Después de haber instruido proceso a la actitud materialista, es imperativo instruir proceso a la actitud realista. Aquélla, más poética que ésta, desde luego, presupone en el hombre un orgullo monstruoso, pero no comporta una nueva y más completa frustración. Es conveniente ver ante todo en dicha escuela bienhechora reacción contra ciertas risibles tendencias del espiritualismo. Y, por fin, la actitud materialista no es incompatible con cierta elevación intelectual.

Contrariamente, la actitud realista, inspirada en el positivismo, desde Santo Tomás a Anatole France, me parece hostil a todo género de elevación intelectual y moral. Le tengo horror por considerarla resultado de la mediocridad, del odio, y de vacíos sentimientos de suficiencia. Esta actitud es la que ha engendrado en nuestros días esos libros ridículos y esas obras teatrales insultantes. Se alimenta incesantemente de las noticias periodísticas, y traiciona a la ciencia y al arte, al buscar halagar al público en sus gustos más rastreros; su claridad roza la estulticia, y está a altura perruna. Esta actitud llega a perjudicar la actividad de las mejores inteligencias, ya que la ley del mínimo esfuerzo termina por imponerse a éstas, al igual que a las demás. Una consecuencia agradable de dicho estado de cosas estriba, en el terreno de la literatura, en la abundancia de novelas. Todos ponen a contribución sus pequeñas dotes de «observación». A fin de proceder a aislar los elementos esenciales, M. Paul Valéry propuso recientemente la formación de una antología en la que se reuniera el mayor número posible de novelas primerizas cuya insensatez esperaba alcanzase altas cimas. En esta antología también figurarían obras de los autores más famosos. Esta es una idea que honra a Paul Valéry, quien no hace mucho me aseguraba, en ocasión de hablarme del género novelístico que siempre se negaría a escribir la siguiente frase: la marquesa salió a las cinco. Pero, ¿ha cumplido la palabra dada?

Si reconocemos que el estilo pura y simplemente informativo, del que la frase antes citada constituye un ejemplo, es casi exclusivo patrimonio de la novela, será preciso reconocer también que sus autores no son excesivamente ambiciosos. El carácter circunstanciado, inútilmente particularista de cada una de sus observaciones me induce a sospechar que tan sólo pretenden divertirse a mis expensas. No me permiten tener siquiera la menor duda acerca de los personajes: ¿será este personaje rubio o moreno? ¿Cómo se llamará? ¿Le conoceremos en verano...?

Todas estas interrogantes quedan resueltas de una vez para siempre, a la buena de Dios; no me queda más libertad que la de cerrar el libro, de lo cual no suelo privarme tan pronto llego a la primera página de la obra, más o menos. ¡Y las descripciones! En cuanto a vaciedad, nada hay que se les pueda comparar; no son más que superposiciones de imágenes de catálogo, de las que el autor se sirve sin limitación alguna, y aprovecha la ocasión para poner bajo mi vista sus tarjetas postales, buscando que juntamente con él fije mi atención en los lugares comunes que me ofrece:

La pequeña estancia a la que hicieron pasar al joven tenía las paredes cubiertas de papel amarillo; en las ventanas había geranios y estaban cubiertas con cortinillas de muselina, el sol poniente lo iluminaba todo con su luz cruda. En la habitación no había nada digno de ser destacado. Los muebles de madera blanca eran muy viejos. Un diván de alto respaldo inclinado, ante el diván una mesa de tablero ovalado, un lavabo y un espejo adosados a un entrepaño, unas cuantas sillas arrimadas a las paredes, dos o tres grabados sin valor que representaban a unas señoritas alemanas con pájaros en las manos... A eso se reducía el mobiliario.
No estoy dispuesto a admitir que la inteligencia se ocupe, siquiera de paso, de semejantes temas.


Habrá quien diga que esta parvularia descripción está en el lugar que le corresponde, y que en este punto de la obra el autor tenía sus razones para atormentarme. Pero no por eso dejó de perder el tiempo, porque yo en ningún momento he penetrado en tal estancia. La pereza, la fatiga de los demás no me atraen. Creo que la continuidad de la vida ofrece altibajos demasiado contrastados para que mis minutos de depresión y de debilidad tengan el mismo valor que mis mejores minutos. Quiero que la gente se calle tan pronto deje de sentir. Y quede bien claro que no ataco la falta de originalidad por la falta de originalidad. Me he limitado a decir que no dejo constancia de los momentos nulos de mi vida, y que me parece indigno que haya hombres que expresen los momentos que a su juicio son nulos. Permitidme que me salte la descripción arriba reproducida, así como muchas otras.
Y ahora llegamos a la psicología, tema sobre el que no tendré el menor empacho en bromear un poco.

El autor coge un personaje, y, tras haberlo descrito, hace peregrinar a su héroe a lo largo y ancho del mundo. Pase lo que pase, dicho héroe, cuyas acciones y reacciones han sido admirablemente previstas, no debe comportarse de un modo que discrepe, pese a revestir apariencias de discrepancia, de los cálculos de que ha sido objeto. Aunque el oleaje de la vida cause la impresión de elevar al personaje, de revolcarlo, de hundirlo, el personaje siempre será aquel tipo humano previamente formado. Se trata de una simple partida de ajedrez que no despierta mi interés, porque el hombre, sea quien sea, me resulta un adversario de escaso valor. Lo que no puedo soportar son esas lamentables disquisiciones referentes a tal o mal jugada, cuando ello no comporta ganar ni perder. Y si el viaje no merece las alforjas, si la razón objetiva deja en el más terrible abandono -y esto es lo que ocurre- a quien la llama en su ayuda, ¿no será mejor prescindir de tales disquisiciones? «La diversidad es tan amplia que en ella caben todos los tonos de voz, todos los modos de andar, de toser, de sonarse, de estornudar...» Si un racimo de uvas no contiene dos granos semejantes, ¿a santo de qué describir un grano en representación de otro, un grano en representación de todos, un grano que, en virtud de mi arte, resulte comestible? La insoportable manía de equiparar lo desconocido a lo conocido, a lo clasificable, domina los cerebros. El deseo de análisis impera sobre los sentimientos. De ahí nacen largas exposiciones cuya fuerza persuasiva radica tan sólo en su propio absur?do, y que tan sólo logran imponerse al lector, mediante el recurso a un vocabulario abstracto, bastante vago, ciertamente. Si con ello resultara que las ideas generales que la filosofía se ha ocupado de estudiar, hasta el presente momento, penetrasen definitivamente en un ámbito más amplio, yo sería el primero en alegrarme.

Pero no es así, y todo queda reducido a un simple discreteo; por el momento, los rasgos de ingenio y otras galanas habilidades, en vez de dedicarse a juegos inocuos consigo mismas, ocultan a nuestra visión, en la mayoría de los casos, el verdadero pensamiento que, a su vez, se busca a sí mismo. Creo que todo acto lleva en sí su propia justificación, por lo menos en cuanto respecta a quien ha sido capaz de ejecutarlo; creo que todo acto está dotado de un poder de irradiación de luz al que cualquier glosa, por ligera que sea, siempre debilitará. El solo hecho de que un acto sea glosado determina que, en cierto modo, este acto deje de producirse. El adorno del comentario ningún beneficio produce al acto. Los personajes de Stendhal quedan aplastados por las apreciaciones del autor, apreciaciones más o menos acerta?das pero que en nada contribuyen a la mayor gloria de los personajes, a quienes verdaderamente descubrimos en el instante en que escapan del poder de Stendhal.

Todavía vivimos bajo el imperio de la lógica, y precisamente a eso quería llegar. Sin embargo, en nuestros días, los procedimientos lógicos tan sólo se aplican a la resolución de problemas deinterés secundario. La parte de racionalismo absoluto que todavía solamente puede aplicarse a hechos estrechamente ligados a nuestra experiencia. Contrariamente, las finalidades de orden puramente lógico que?dan fuera de su alcance. Huelga decir que la propia experiencia se ha visto sometida a ciertas limitacio?nes. La experiencia está confinada en una jaula, en cuyo interior da vueltas y vueltas sobre sí misma, y de la que cada vez es más difícil hacerla salir.

La lógica también, se basa en la utilidad inmediata, y queda protegida por el sentido común. So pretexto de civilización, con la excusa del progreso, se ha llegado a desterrar del reino del espíritu cuanto pueda clasificarse, con razón o sin ella, de superstición o quimera; se ha llegado a proscribir todos aquellos modos de investigación que no se conformen con los imperantes. Al parecer, tan sólo al azar se debe que recientemente se haya descubierto una parte del mundo intelectual, que, a mi juicio, es, con mucho, la más importante y que se pretendía relegar al olvido. A este respecto, debemos reconocer que los descubrimientos de Freud han sido de decisiva importancia. Con base en dichos descubrimientos, comienza al fin a perfilarse una corriente de opinión, a cuyo favor podrá el explorador avanzar y llevar sus investigaciones a más lejanos territorios, al quedar autorizado a dejar de limitarse únicamente a las realidades más someras. Quizá haya llegado el momento en que la imaginación esté próxima a volver a ejercer los derechos que le corresponden.

Si las profundidades de nuestro espíritu ocultan extrañas fuerzas capaces de aumentar aquellas que se advierten en la superficie, o de luchar vi ctoriosamente contra ellas, es del mayor interés captar estas fuerzas, captarlas ante todo para, a continuación, someterlas al dominio de nuestra razón, si es que resulta procedente. Con ello, incluso los propios analistas no obtendrán sino ventajas. Pero es conveniente observar que no se ha ideado a priori ningún método para llevar a cabo la anterior empresa, la cual, mientras no se demuestre lo contrario, puede ser competencia de los poetas al igual que de los sabios, y que el éxito no depende de los caminos más o menos caprichosos que se sigan.

Con toda justificación, Freud ha proyectado su labor crítica sobre los sueños, ya que,
efectivamente, es inadmisible que esta importante parte de la actividad psíquica haya merecido, por el momento, tan escasa atención. Y ello es así por cuanto el pensamiento humano, por lo menos desde el instante del nacimiento del hombre hasta el de su muerte, no ofrece solución de continuidad alguna, y la suma total de los momentos de sueño, desde un punto de vista temporal, y considerando solamente el sueño puro, el sueño de los períodos en que el hombre duerme, no es inferior a la suma de los momentos de realidad, o, mejor dicho, de los momentos de vigilia. La extremada diferencia, en cuanto a importancia y gravedad, que para el observador ordinario existe entre los acontecimientos en estado de vigilia y aquellos correspondientes al estado de sueño, siempre ha sido sorprendente. Así es debido a que el hombre se convierte, principalmente cuando deja de dormir, en juguete de su memoria que, en el estado normal, se complace en evocar muy débilmente las circunstancias del sueño, a privar a éste de toda trascendencia actual, y a situar el único punto de referencia del sueño en el instante en que el hombre cree haberlo abandonado, unas cuantas horas antes, en el instante de aquella esperanza o de aquella preocupación anterior.

El hombre, al despertar, tiene la falsa idea de emprender algo que vale la pena. Por esto, el sueño queda relegado al interior de un paréntesis, igual que la noche. Y, en general, el sueño, al igual que la noche, se considera irrelevante. Este singular estado de cosas me induce a algunas reflexiones, a mi juicio, oportunas:

1. Dentro de los límites en que se produce (o se cree que se produce), el sueño es, según todas las apariencias, continuo con trazas de tener una organización o estructura. Únicamente la memoria se irroga el derecho de imponerlas, de no tener en cuenta las transiciones y de
ofrecernos antes una serie de sueños que el sueño propiamente dicho. Del mismo modo,
únicamente tenemos una representación fragmentaria de las realidades, representación cuya coordinación depende de la voluntad . Aquí es importante señalar que nada puede justificar el proceder a una mayor dislocación de los elementos constitutivos del sueño. Lamento tener que expresarme mediante unas fórmulas que, en principio, excluyen el sueño. ¿Cuándo llegará, señores lógicos, la hora de los filósofos durmientes? Quisiera dormir para entregarme a los durmientes, del mismo modo que me entrego a quienes me leen, con los ojos abiertos, para dejar de hacer prevalecer, en esta materia, el ritmo consciente de mi pensamiento. Acaso mi sueño de la última noche sea continuación del sueño de la precedente, y prosiga, la noche siguiente, con un rigor harto plausible. Es muy posible, como suele decirse. Y habida cuenta de que no se ha demostrado en modo alguno que al ocurrir lo antes dicho la «realidad» que me ocupa subsista en el estado de sueño, que esté oscuramente presente en una zona ajena a la memoria, ¿por qué razón no he de otorgar al sueño aquello que a veces niego a la realidad, este valor de certidumbre que, en el tiempo en que se produce, no queda sujeto a mi escepticismo? ¿Por qué no espero de los indicios del sueño más lo que espero de mi grado de conciencia, de día en día más elevado?
¿No cabe acaso emplear también el sueño para resolver los problemas fundamentales de la vida?
¿Estas cuestiones son las mismas tanto en un estado como en el otro, y, en el sueño, tienen ya el carácter de tales cuestiones? ¿Conlleva el sueño menos sanciones que cuanto no sea sueño? Envejezco, y quizá sea sueño, antes que esta realidad a la que creo ser fiel, y quizá sea la indiferencia con que contemplo el sueño lo que me hace envejecer.

2. Vuelvo, una vez más, al estado de vigilia. Estoy obligado a considerarlo como un fenómeno de interferencia. Y no sólo ocurre que el espíritu da muestras, en estas condiciones, de una extraña tendencia a la desorientación (me refiero a los lapsus y malas interpretaciones de todo género, cuyas causas secretas comienzan a sernos conocidas) sino que, lo que es todavía más, parece que el espíritu, en su funcionamiento normal, se limite a obedecer sugerencias procedentes de aquella noche profunda de la que yo acabo de extraerle. Por muy bien condicionado que esté, el equilibrio del espíritu es siempre relativo. El espíritu apenas se atreve a expresarse y, caso de que lo haga, se limita a constatar que tal idea, tal mujer, le hace efecto. Es incapaz de expresar de qué clase de efecto se trata, lo cual únicamente sirve para darnos la medida de su subjetivismo.
Aquella idea, aquella mujer, conturban al espíritu, le inclinan a no ser tan rígido, producen el efecto de aislarle durante un segundo del disolvente en que se encuen?tra sumergido, de depositarle en el cielo, de convertirle en el bello precipitado que puede llegar a ser, en el bello precipitado que es. Carente de esperanzas de hallar las causas de lo anterior, el espíritu recurre al azar, divinidad más oscura que cualquiera otra, a la que atribuye todos sus extravíos. ¿Y quién podrá demostrarme que la luz bajo la que se presenta esa idea que impresiona al espíritu, bajo la que advierte aquello que más ama en los ojos de aquella mujer, no sea precisamente el vínculo que le une al sueño, que le encadena a unos presupuestos básicos que, por su propia culpa, ha olvidado? ¿Y si no fuera así, de qué sería el espíritu capaz? Quisiera entregarle la llave que le permitiera penetrar en estos pasadizos.

3. El espíritu del hombre que sueña queda plenamente satisfecho con lo que sueña. La angustiante incógnita de la posibilidad deja de formularse. Mata, vuela más de prisa, ama cuanto quieras. Y si mueres, ¿acaso no tienes la certeza de despertar entre los muertos? Déjate llevar, los
acontecimientos no toleran que los difieras. Careces de nombre. Todo es de una facilidad preciosa.

Me pregunto qué razón, razón muy superior a la otra, confiere al sueño este aire de naturalidad, y me induce a acoger sin reservas una multitud de episodios cuya rareza me deja anonadado, ahora, en el momento en que escribo. Sin embargo, he de creer el testimonio de mi vista, de mis oídos; aquel día tan hermoso existió, y aquel animal habló.
La dureza del despertar del hombre, lo súbito de la ruptura del encanto, se debe a que se le ha inducido ha formarse una débil idea de lo que es la expiación.

4. En el instante en que el sueño sea objeto de un examen metódico o en que, por medios aún desconocidos, lleguemos a tener conciencia del sueño en toda su integridad (y esto implica una disciplina de la memoria que tan sólo se puede lograr en el curso de varias generaciones, en la que se comenzaría por registrar ante todo los hechos más destacados) o en que su curva se desarrolle con una regularidad y amplitud hasta el momento desconocidas, cabrá esperar que los misterios que dejen de serlo nos ofrezcan la visión de un gran Misterio. Creo en la futura armonización de estos dos estados, aparentemente tan contradictorios, que son el sueño e la realidad, en una especie de realidad absoluta, en una sobrerrealidad o surrealidad, si así se puede llamar. Esto es la conquista que pretendo, en la certeza de jamás conseguirla, pero demasiado olvidadizo de la perspectiva de la muerte para privarme de anticipar un poco los goces de tal posesión.
Se cuenta que todos los días, en el momento de disponerse a dormir, Saint-Pol-Roux hacía colocar en la puerta de su mansión de Camaret un cartel en el que se leía: EL POETA TRABAJA.

Habría mucho más que añadir sobre este tema, pero tan sólo me he propuesto tocarlo ligeramente y de pasada, ya que se trata de algo que requiere una exposición muy larga y mucho más rigurosa; más adelante volveré a ocuparme de él. En la presente ocasión, he escrito con el propósito de hacer justicia a lo maravilloso, de situar en su justo contexto este odio hacia lo maravilloso que ciertos hombres padecen, este ridículo que algunos pretenden atribuir a lo maravilloso. Digámoslo claramente: lo maravilloso es siempre bello, todo lo maravilloso, sea lo que fuere, es bello, e incluso debemos decir que solamente lo maravilloso es bello.

En el ámbito de la literatura únicamente lo mara?villoso puede dar vida a las obras pertenecientes a géneros inferiores, tal como el novelístico, y, en gene?ral, todos los que se sirven de la anécdota. El monje, de Lewis, constituye una admirable demostración de lo anterior. El soplo de lo maravilloso penetra la obra entera. Mucho antes de que el autor haya liberado a sus personajes de toda servidumbre temporal, se nota que están prestos a actuar con su orgullo carente de precedentes. Aquella pasión de eternidad que les eleva incesantemente da acentos inolvidables a su tortura y a la mía. A mi entender, este libro exalta ante todo, desde el principio al fin, y de la manera más pura que jamás se haya dado, cuanto en el espíritu aspira a elevarse del suelo; y esta obra, una vez una vez despojada de su fabulación novelesca, de moda en la época en que fue escrita, constituye un ejemplo de justeza y de inocente grandeza. A mi juicio pocas son las obras que la superan, y el personaje de Mathilde, en especial, es la creación más conmovedora que cabe anotar en las partidas del activo de aquella moda de figuración en literatura. Mathilde no es tanto un personaje cuanto una constante tentación. Y si un personaje no es una tentación, ¿qué otra cosa puede ser? Extremada tentación la de Mathilde. El principio «nada es imposible para quien quiere arriesgarse» tiene en El monje su máxima fuerza de convicción. Las apariciones ejercen en esta obra una función lógica, por cuanto el espíritu crítico no se preocupa de desmentirlas. Del mismo modo, el castigo de Ambrosio queda tratado de manera plenamente legítima, ya que a fin de cuentas es aceptado por el espíritu crítico como un desenlace natural.

Quizá parezca injustificado que haya empleado el anterior ejemplo, al referirme a lo maravilloso, cuando las literaturas nórdicas y las orientales se han servido de él constantemente, por no hablar ya de las literaturas propiamente religiosas de todos los países. Sin embargo, si así lo he hecho, ello se debe a que los ejemplos que estas literaturas hubieran podido proporcionarme están plagados de puerilidades, ya que se dirigen a niños. En un principio, éstos no pueden percibir lo maravilloso, y, después, no conservan la suficiente virginidad espiritual para que Piel de Asno les produzca demasiado placer. Por encantadores que sean los cuentos de hadas, el hombre se sentiría frustrado si tuviera que alimentarse sólo con ellos, y, por otra parte, reconozco que no todos los cuentos de hadas son adecuados para los adultos. La trama de adorables inverosimilitudes exige una mayor finura espiritual que la propia de muchos adultos, y uno ha de ser capaz de esperar todavía mayores locuras... Pero la sensibilidad jamás cambia radicalmente.
El miedo, la atracción sentida hacia lo insólito, el azar, el amor al lujo, son recursos que nunca se utilizarán estérilmente. Hay muchos cuentos que escribir con destino a los mayores, cuentos que todavía son casi azules.

Lo maravilloso no siempre es igual en todas las épocas; lo maravilloso participa oscuramente de cierta clase de revelación general de la que tan sólo perci?bimos los detalles: éstos son las ruinas románticas, el maniquí moderno, o cualquier otro símbolo suscepti?ble de conmover la sensibilidad humana durante cierto tiempo. Sin embargo, en estos cuadros que nos hacen sonreír se refleja siempre la irremediable inquietud humana, y por esto he fijado mi atención en ellos, ya que los estimo inseparablemente unidos a ciertas pro?ducciones geniales que están más dolorosamente influenciadas por aquella inquietud que muchas otras obras. Y al decirlo, pienso en los patíbulos de Villon, en los griegos de Racine, en los divanes de Baude?laire. Coinciden con un eclipse del buen gusto que soportar muy bien, por cuanto considero que el buen gusto es una formidable lacra. En el ambiente de mal gusto propio de mi época, me esfuerzo en lle?gar lejos que cualquier otro. Si hubiese vivido en 1820 yo hubiera hablado de la «ensangrentada mon?ja», y no hubiera ahorrado aquel astuto y trivial «disimulemos» de que habla el Cuisin enamorado de la parodia, y yo hubiese utilizado las gigantescas metáforas en todas las fases, tal como Cuisin dice, del curso del «disco, plateado». En los presentes días pienso en un castillo, la mitad del cual no ha de encontrarse forzosamente en ruinas; este castillo es mío, y le veo situado en un lugar agreste, no muy lejos de París. Las dependencias de este castillo son infinitas, y su interior ha sido terriblemente restaurado, de modo que no deja nada que desear en cuanto se refiere a comodidades. Ante la puerta que las sombras de los árboles ocultan, hay automóviles que esperan. Algunos de mis amigos viven en él: ahí va Louis Aragón, que abandona el castillo y apenas tiene tiempo para deciros adiós; Philippe Soupault se levanta con las estrellas, y Paul Eluard, nuestro gran Eluard, todavía no ha regresado. Ahí están Robert Desnos y Roger Vitrac, que descifran en el parque un viejo edicto sobre los duelos; y Georges Auric y Jean Paulhan; Max Morise, quien tan bien rema, y Benjamin Péret, con sus ecuaciones de pájaros; y Joseph Delteil; y Jean Carrive; y Georges Limbour, y Georges Limbour (hay un bosque de Georges Limbour); y Marcel Noll; he ahí a T. Fraenkel, quien nos saludó desde un globo cautivo, Georges Malkine, Antonin Artaud, Francis Gérard, Pierre Naville, J.-A. Boiffard, después Jacques Baron y su hermano, apuestos y cordiales, y tantos otros, y mujeres de arrebatadora belleza, de verdad. A esa gente joven nada se le puede negar, y, en cuanto concierne a la riqueza, sus deseos son órdenes.
Francis Picabia nos visita, y, la semana pasada, hemos dado una recepción a un tal Marcel Duchamp, a quien todavía no conocíamos. Picasso caza por los alrededores. El espíritu de la desmoralización ha fijado su domicilio en el castillo, y a él recurrimos todas las veces que tenemos que entrar en relación con nuestros semejantes, pero las puertas están siempre abiertas, y no comenzamos nuestras relaciones dando las gracias al prójimo, ¿saben ustedes? Por lo demás, grande es la soledad, y no nos reunimos con frecuencia, porque, ¿acaso lo esencial no es que seamos dueños de nosotros mismos, y, también, señores de las mujeres y del amor?
Se me acusará de incurrir en mentiras poéticas; todos dirán que vivo en la calle Fontaine, y que jamás gozarán de tanta belleza. ¡Maldita sea! ¿Es absolutamente seguro que este castillo del que acabo de hacer los honores se reduce simplemente a una imagen? Pero, si a pesar de todo tal castillo existiera... Ahí están más invitados para dar fe; su capricho es el camino luminoso que a él conduce. En verdad, vivimos en nuestra fantasía, cuando estamos en ella. ¿Y cómo es posible que cada cual pueda molestar al otro, allí, protegidos dos por el afán sentimental, al encuentro de las ocasiones?.

El hombre propone y dispone. Tan sólo de él depende poseerse por entero, es decir, mantener en estado de anarquía la cuadrilla de sus deseos, de día en día más temible. Y esto se lo enseña la poesía. La lleva en sí la perfecta compensación de las miserias que padecemos. Y también puede actuar como ordenadora, por poco que uno se preocupe, bajo los efectos de una decepción menos íntima, de tomársela a lo trágico. ¡Se acercan los tiempos en que la poesía decretará la muerte del dinero, y ella sola romperá en pan del cielo para la tierra! Habrá aún asambleas en las plazas públicas, y movimientos en los que uno habría pensado en tomar parte. ¡Adiós absurdas selecciones, sueños de vorágine, rivalidades, largas esperas, fuga de las estaciones, artificial orden de las ideas, pendiente del peligro, tiempo omnipresente! Preocupémonos tan sólo de practicar la poesía. ¿Acaso no somos nosotros, los que ya vivimos de la poesía, quienes debemos hacer prevalecer aquello que consideramos nuestra más vasta argumentación.

Poco importa que se dé cierta desproporción entre la anterior defensa y la ilustración que viene acontinuación. Antes, hemos intentado remontarnos a las fuentes de la imaginación poética, y, lo que es más difícil todavía, quedarnos en ellas. Y conste que no pretendo haberlo logrado. Es preciso aceptar una gran responsabilidad, si uno pretende establecerse en aquellas lejanas regiones en las que, desde un principio, todo parece desarrollarse de tan mala manera, y más todavía si uno pretende llevar al prójimo a ellas. De todos modos, el caso es que uno nunca está seguro de hallarse verdaderamente en ellas. Uno siempre está tan propicio a aburrirse como a irse a otro lugar y quedarse en él. Siempre hay una flecha que indica la dirección en que hay que avanzar para llegar a estos países, y alcanzar la verdadera meta no depende más que del buen ánimo del viajero.

Ya sabemos, poco más o menos, el camino seguido. Tiempo atrás me tomé el trabajo de contar, en el curso de un estudio sobre el caso de Robert Desnos, titulado «Entrada de los médiums» ,que me había sentido inducido a «fijar mi atención en frases más o menos parciales que, en plena soledad, cuando el sueño se acerca, devienen perceptibles al espíritu, sin que sea posible descubrir su previo factor determinante». Entonces, intenté correr la aventura de la poesía, reduciendo los riesgos al mínimo, con lo cual quiero decir que mis aspiraciones eran las mismas que tengo hoy, pero entonces confiaba en la lentitud de la elaboración, a fin de hurtarme a inútiles contactos, a contactos a los que yo era muy hostil. Esto se debía a cierto pudor intelectual, del que todavía me queda un poco. Al término de mi vida, difícil será, sin duda, que hable como se suele hablar, que excuse el tono de mi voz y el reducido número de mis gestos. La perfección en la palabra hablada (y en la palabra escrita mucho más) me parecía estar en función de la capacidad de condensar de manera emocionante la exposición (y exposición había) de un corto número de hechos, poéticos o no, que constituían la materia en que centraba mi atención. Había llegado a la convicción de que éste, y no otro, era el procedimiento empleado por Rimbaud. Con una preocupación por la variedad, digna de mejor causa, compuse los últimos poemas de Monte de Piedad, con lo que quiero decir que de las líneas en blanco de este libro llegué a sacar un partido increíble.

Estas líneas equivalían a mantener los ojos cerrados ante unas operaciones del pensamiento que me consideraba obligado a ocultar al lector. Eso no significaba que yo hiciera trampa, sino solamente que obraba impulsado por el deseo de superar obstáculos bruscamente. Conseguía hacerme la ilusión de gozar de una posible complicidad, de la que de día en día me era más difícil prescindir. Me entregué a prestar una inmoderada atención a las palabras, en cuanto se refería al espacio que admitían a su alrededor, a sus tan?genciales contactos con otras palabras prohibidas que no escribía. El poema «Bosque negro», deriva preci?samente de este estado de espíritu.

Emplee seis meses en escribirlo, y les aseguro que no descansé ni un día. Pero de este poema dependía la propia estimación en que me tenía, en aquel entonces, y creo que todos comprenderéis mi actitud, aun cuando no la consideréis suficientemente motivada. Me gusta hacer estas confesiones estúpidas. En aquellos tiempos, se intentaba implantar la seudopoesía cubista, pero había nacido inerme del cerebro de Picasso, y en cuanto a mí hace referencia debo decir que era considerado como un ser más pesado que una lápida (y todavía se me considera así). Por otra parte, no estaba seguro de seguir el buen camino, en lo referente a poesía, pero procuraba protegerme como mejor podía, enfrentándome con el lirismo, contra el que esgrimía todo género de definiciones y fórmulas (no tardarían mucho en producirse los fenómenos Dada), y pretendiendo hallar una aplicación de la poesía a la publicidad (aseguraba que todo terminaría, no con la culminación de un hermoso libro, sino con la de una bella frase de reclamo en pro del infierno o del cielo).
En esta época, un hombre que, por lo menos era tan pesado como yo, es decir, Pierre Reverdy,
escribió:
La imagen es una creación pura del espíritu.
La imagen no puede nacer de una comparación, sino del acercamiento de dos realidades más o menos lejanas.
Cuanto más lejanas y justas sean las concomitancias de las dos realidades objeto de
aproximación, más fuerte será la imagen, más fuerza emotiva y más realidad poética tendrá...

Estas palabras, un tanto sibilinas para los profanos, tenían gran fuerza reveladora, y yo las medité durante mucho tiempo. Pero la imagen se me escapaba. La estética de Reverdy, estética totalmente a posteriori me inducía a confundir las causas con los efectos. En el curso de mis meditaciones, renuncié definitivamente a mi anterior punto de vista.

El caso es que una noche, antes de caer dormido, percibí, netamente articulada hasta el punto de que resultaba imposible cambiar ni una sola palabra, pero ajena al sonido de la voz, de cualquier voz, una frase harto rara que llegaba hasta mí sin llevar en sí el menor rastro de aquellos acontecimientos de que, según las revelaciones de la conciencia, en aquel entonces me ocupaba, y la frase me pareció muy insistente, era una frase que casi me atrevería a decir estaba pegada al cristal. Grabé rápidamente la frase en mi concien?cia y, cuando me disponía a pasar a, otro asunto, el carácter orgánico de la frase retuvo mi atención. Verdaderamente, la frase me había dejado atónito; des?graciadamente no la he conservado en la memoria, era algo así como «Hay un hombre a quien la ventana ha partido por la mitad», pero no había manera de interpretarla erróneamente, ya que iba acompañada de una débil representación visual de un hombre que caminaba, partido, por la mitad del cuerpo aproximadamente, por una ventana perpendicular al eje de aquél. Sin duda se trataba de la consecuencia del sim?ple acto de enderezar en el espacio la imagen de un hombre asomado a la ventana. Pero debido a que la ventana había acompañado al desplazamiento del hombre, comprendí que me hallaba ante una imagen de un tipo muy raro, y tuve rápidamente la idea de incorporarla al acervo de mi material de construcciones poéticas. No hubiera concedido tal importancia a esta frase si no hubiera dado lugar a una sucesión casi ininterrumpida de frases que me dejaron poco menos sorprendido que la primera, y que me produjeron un sentimiento de gratitud (gratuidad) tan grande que el dominio que, hasta aquel instante, había conseguido sobre mí mismo me pareció ilusorio, y comencé a preocuparme únicamente de poner fin a la interminable lucha que se desarrollaba en mi interior .

En aquel entonces, todavía estaba muy interesado en Freud, y conocía sus métodos de examen que había tenido ocasión de practicar con enfermos durante la guerra, por lo que decidí obtener de mí mismo lo que se procura obtener de aquéllos, es decir, un monólogo lo más rápido posible, sobre el que el espíritu crítico del paciente no formule juicio alguno, que, en consecuencia, quede libre de toda reticencia, y que sea, en lo posible, equivalente a pensar en voz alta. Me pareció entonces, y sigue pareciéndome ahora -la manera en que me llegó la frase del hombre cortado en dos lo demuestra-, que la velocidad del pensamiento no es superior a la de la palabra, y que no siempre gana a la de la palabra, ni siquiera a la de la pluma en movimiento.

Basándonos en esta premisa, Philippe Soupault, a quien había comunicado las primeras conclusiones a que había llegado, y yo nos dedicamos a emborronar papel, con loable desprecio hacia los resultados literarios que de tal actividad pudieran surgir. La facilidad en la realización material de la tarea hizo todo lo demás. Al término del primer día de trabajo, pudimos leernos recíprocamente unas cincuenta páginas escritas del modo antes dicho, y comenzamos a comparar los resultados. En conjunto, lo escrito por Soupault y por mí tenía grandes analogías, se advertían los mismos vicios de construcción y erro?res de la misma naturaleza, pero, por otra parte, tam?bién había en aquellas páginas la ilusión de una fecundidad extraordinaria, mucha emoción, un considerable conjunto de imágenes de una calidad que no hubiésemos sido capaces de conseguir, ni siquiera una sola, escribiendo lentamente, unos rasgos de pintoresquismo especialísimo y, aquí y allá, alguna frase de gran comicidad. Las únicas diferencias que se advertían en nuestros textos me parecieron derivar esencialmente de nuestros respectivos temperamentos, el de Soupault: menos estático que el mío, y, si se me permite una ligera crítica, también derivaban de que Soupault cometió el error de colocar en lo alto de algunas páginas, sin duda con ánimo de inducir a error, ciertas palabras, a modo de título. Por otra parte, y a fin de hacer plena justicia a Soupault, debo decir que se negó siempre, con todas sus fuerzas, a efectuar la menor modificación, la menor corrección, en los párrafos que me parecieron mal pergeñados. Y en este punto llevaba razón .

Ello es así por cuanto resulta muy difícil apreciar en su justo valor los diversos elementos presentes, e incluso podemos decir que es imposible apreciarlos en la primera lectura.

En apariencia, estos elementos son, para el sujeto que escribe, tan extraños como para cualquier otra persona, y el que los escribe recela de ellos, como es natural. Poéticamente hablando, tales elementos destacan ante todo por su alto grado de absurdo inmediato, y este absurdo, una vez examinado con mayor detención, tiene la característica de conducir a cuanto hay de admisible y legítimo en nuestro mundo, a la divulgación de cierto número de propiedades y de hechos que, en resumen, no son menos objetivos que otros muchos.

En homenaje a Guillermo Apollinaire, quien había muerto hacía poco, y quien en muchos casos nos parecía haber obedecido a impulsos del género antes dicho, sin abandonar por ello ciertos mediocres recursos literarios, Soupault y yo dimos el nombre de SURREALISMO al nuevo modo de expresión que teníamos a nuestro alcance y que deseábamos comunicar lo antes posible, para su propio beneficio, a todos nuestros amigos. Creo que en nuestros días no es preciso someter a nuevo examen esta denominación, y que la acepción en que la empleamos ha prevalecido, por lo general, sobre la acepción de Apollinaire. Con mayor justicia todavía, hubiéramos podido apropiarnos del término SUPERNATURALISMO, empleado por Gérard de Nerval en la dedicatoria de Muchachas de fuego . Efectivamente, parece que Nerval conoció a maravilla el espíritu de nuestra doctrina, en tanto que Apollinaire conocía tan sólo la letra, todavía imperfecta, del surrealismo, y fue incapaz de dar de él una explicación teórica duradera. He aquí unas frases de Nerval que me parecen muy significativas a este respecto:
Voy a explicarle, mi querido Dumas, el fenómeno del que usted ha hablado con mayor altura.

Como muy bien sabe, hay ciertos narradores que no pueden inventar sin identificarse con los personajes por ellos creados. Sabe muy bien con cuánta convicción nuestro viejo amigo Nodier contaba cómo había padecido la desdicha de ser guillotinado durante la Revolución; uno quedaba tan convencido que incluso se preguntaba cómo se las había arreglado Nodier para volver a pegarse la cabeza al cuerpo.

Y como sea que tuvo usted la imprudencia de citar uno de esos sonetos compuestos en aquel estado de ensueño SUPERNATURALISTA, cual dirían los alemanes, es preciso que los conozca todos. Los encontrará al final del volumen. No son mucho más oscuros que la metafísica de Hegel o los «Mémorables» de Swedenborg, y perderían su encanto si fuesen explicados, caso de que ello fuera posible, por lo que te ruego me conceda al menos el mérito de la expresión...
Indica muy mala fe discutirnos el derecho a emplear la palabra SURREALISMO, en el sentido particular que nosotros le damos, ya que nadie puede dudar que esta palabra no tuvo fortuna, antes de que nosotros nos sirviéramos de ella. Voy a definirla, de una vez para siempre:
SURREALISMO: sustantivo, masculino. Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta
expresar verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del
pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral.

ENCICLOPEDIA, Filosofía: el surrealismo se basa en la creencia en la realidad superior de ciertas formas de asociación desdeñadas hasta la aparición del mismo, y en el libre ejercicio del pensamiento. Tiende a destruir definitivamente todos los restantes mecanismos psíquicos, y a sustituirlos en la resolución de los principales problemas de la vida. Han hecho profesión de fe de SURREALISMO ABSOLUTO, los siguientes señores: Aragon, Baron, Boiffard, Breton, Carrive, Crevel, Delteil, Desnos, Eluard, Gérard, Limbour, Malkine, Morise, Naville, Noll, Péret, Picon, Soupault, Vitrac.
Por el momento parece que los antes nombrados forman la lista completa de los surrealistas, y pocas dudas caben al respecto, salvo en el caso de Isidore Ducasse, de quien carezco de datos.

Cierto es que si únicamente nos fijamos en los resultados, buen número de poetas podrían pasar por surrealistas, comenzando por el Dante y, también en sus mejores momentos, el propio Shakespeare. En el curso de las diferentes tentativas de definición, por mí efectuadas, de aquello que se denomina, con abuso de confianza, el genio, nada he encontrado que pueda atribuirse a un proceso, que no sea el anteriormente definido.

Las Noches de Young son surrealistas de cabo a rabo; desgraciadamente no se trata más que de un sacerdote que habla, de un mal sacerdote, sin duda, pero sacerdote al fin.
Swift es surrealista en la maldad.
Sade es surrealista en el sadismo.
Chateaubriand es surrealista en el exotismo. Constant es surrealista en política.
Hugo es surrealista cuando no es tonto.
Desbordes-Valmore es surrealista en el amor.
Bertrand es surrealista en el pasado.
Rabbe es surrealista en la muerte.
Poe es surrealista en la aventura.
Baudelaire es surrealista en la moral.
Rimbaud es surrealista en la vida práctica y en todo.
Mallarmé es surrealista en la confidencia.
Jarry es surrealista en la absenta.
Nouveau es surrealista en el beso.
Saínt-Pol-Roux es surrealista en los símbolos. Fargue es surrealista en la atmósfera.
Vaché es surrealista en mí.
Reverdy es surrealista en sí.
Saint-John Perse es surrealista a distancia.
Roussel es surrealista en la anécdota.
Etcétera.
Insisto en que no todos son siempre surrealistas, por cuanto advierto en cada uno de ellos cierto número de ideas preconcebidas a las que, muy ingenuamente, permanecen fieles.

Mantenían esta fidelidad debido a que no habían escuchado la voz surrealista, esa voz que sigue predicando en vísperas de la muerte, por encima de las tormentas, y no la escucharon porque no querían servir únicamente para orquestar la maravillosa partitura. Fueron instrumentos demasiado orgullosos, y por eso jamás produjeron ni un sonido armonioso.

Pero nosotros, que no nos hemos entregado jamás a la tarea de mediatización, nosotros que en nuestras nosotros que en nuestras obras nos hemos convertido en los sordos receptáculos de tantos ecos, en los modestos aparatos registradores que no quedan hipnotizados por aquello que registran, nosotros quizá estemos al servido de una causa todavía más noble. Nosotros devolvemos con honradez el «talento» que nos ha sido prestado. Si os atrevéis, habladme del talento de aquel metro de platino, de aquel espejo, de aquella puerta, o del cielo. Nosotros no tenemos talento.

Preguntádselo a Philippe Soupault:
Las manufacturas anatómicas y las habitaciones baratas destruirán las más altas ciudades.
A Roger Vitrac:
Apenas hube invocado al mármol-almirante, éste dio media vuelta sobre sí mismo como un caballo que se encabrita ante la Estrella Polar, y me indicó en el plano de su bicornio una región en la que debía pasar el resto de mis días.
A Paul Eluard:
Es una historia muy conocida esa que cuento, es poema muy célebre ese que releo: estoy
apoyado en un muro, verdeantes las orejas, y calcinados los labios.
A Max Morise:
El oso de las cavernas y su compañero el alcaraván, la veleta y su valet el viento, el gran Canciller con sus cancelas, el espantapájaros y su cerco de pájaros, la balanza y su hija el fiel, ese carnicero y su hermano el carnaval, el barrendero y su monóculo, el Mississipi y su perrito, el coral y su cántara de leche, el milagro y su buen Dios, ya no tienen más remedio que desaparecer de la faz del mar.
A Joseph Delteil:
¡Sí! Creo en la virtud de los pájaros. Y basta una pluma para hacerme morir de risa.
A Louis Aragon:
Durante una interrupción del partido, mientras los jugadores se reunían alrededor de una jarra de llameante ponche, pregunté al árbol si aún conservaba su cinta roja.
Y yo mismo, que no he podido evitar el escribir las líneas locas y serpenteantes de este prefacio.
Preguntad a Robert Desnos, quien quizá sea el que, en nuestro grupo, está más cerca de la verdad surrealista, quien, en sus obras todavía inéditas y en el curso de las múltiples experiencias a que se ha sometido, ha justificado plenamente las esperanzas que puse en el surrealismo, y me ha inducido a esperar aún más de él. En la actualidad, Desnos habla en surrealista cuando le da la gana. La prodigiosa agilidad con que sigue oralmente su pensamiento nos admira tanto cuanto nos complacen sus espléndidos discursos, discursos que se pierden porque Desnos, en vez de fijarlos, prefiere hacer otras cosas más importantes. Desnos lee en sí mismo como en un libro abierto, y no se preocupa de retener las hojas que el viento de su vida se lleva.

CULMINACION DEL DOLOR por CHARLES BUKOWSKI



oigo incluso como ríen
las montañas
arriba y abajo de sus azules laderas
y abajo en el agua
los peces lloran
y toda el agua
son sus lágrimas.
oigo el agua
las noches que consumo bebiendo
y la tristeza se hace tan grande
que la oigo en mi reloj
se vuelve perillas en la cómoda,
se vuelve papel sobre el suelo,
se vuelve calzador,
ticket de la lavandería,
se vuelve humo de cigarrillo
escalando un templo de oscuras enredaderas...
poco importa
poco amor
o poca vida
no es tan malo.
lo que cuenta
es observar las paredes
yo nací para eso.
nací para robar rosas de las avenidas de la muerte

domingo, septiembre 11, 2011

INDISCRECIÓN por EDUARDO J. FARIAS ALDERETE



a S.M.H.



Se acercó a mi
Y en medio de la conversación dijo:
“A tu maestro jamás le gustó Maiakovski”
Levanté las cejas sorprendido
a punto de mencionarle
que había besado a su mujer
en la cocina de la anfitriona
a pocos minutos atrás…
devorado su boca
recorrido su cuerpo
con estas amplias
manos de poeta,
su piel ya gozada
bajo decena de cielos…

Entorné la vista
Calé hondo en mi cigarro
Bebí un trago de vino
Torciendo un poco la boca
contesté solemne:

IMPOSIBLE!

ODA MARITIMA por FERNANDO PESSOA




SOLO, EN EL MUELLE desierto, en esta mañana de
verano,
miro hacia la entrada del puerto, miro hacia lo
Indefinido,
miro y me alegra ver,
negro y claro, pequeño, un paquebote entrando.
Viene lejos, nítido, clásico a su manera.
Distante, en el aire lo sigue la vana orla de su humo.
Viene entrando y la mañana entra con él
y en el río,
aquí, allá, despierta la vida marítima,
se izan velas, avanzan remolcadores,
surgen barcos pequeños detrás de las naves que
están en el puerto.
Hay una tenue brisa.
Y mi alma se une con lo que apenas distingo,
con el paquebote que entra,
porque él está con la distancia, con la mañana,
con el sentido marítimo de esta hora,
con la dolorosa dulzura que me sube como náusea,
como un principio de furia en el espíritu.
Miro a lo lejos el paquebote,
independiente del alma,
y dentro de mí un volante comienza a girar,
lentamente.
Los paquebotes que entran de mañana
en el puerto traen ante mis ojos
el misterio alegre y triste de quien llega y parte.
Traen una memoria de muelles y momentos
distantes,
puentes que conducen hacia otra humanidad.
Todo el atracar, todo el desprendimiento de la nave
es―lo siento en mí como sangre―
inconscientemente simbólico,
terrible amenaza de revelaciones metafísicas
que perturban en mí al que yo fui.
Ah, todo el muelle es una soledad de piedra.
Y cuando la nave se aleja
y de pronto reparo en que se abrió un espacio
entre el muelle y la nave,
no sé por qué sufro una súbita angustia,
una niebla de tristes sentimientos
que brilla en el suelo de mis penas de hierba
como la primer ventana donde el alba golpea,
y queme envuelve como si recordara a una persona
que misteriosamente fuese mía.
Ah, ¿quién sabe, quién sabe
si antes de mí, en otro tiempo,
no partí de muelle?
¿Si no dejé otra clase de puerto
en una nave hacia el sol oblicuo del amanecer?
¿Quién sabe si no dejé,
anterior al tiempo del mundo exterior
que veo raerse en mí,
un gran muelle con poca gente
de una gran ciudad despierta a medias,
enorme ciudad comercial, crecida y apopléjica
aunque eso quede fuera del Espacio y elTiempo?
Sí, un muelle de algún modo material,
visible como muelle, veraz, realmente muelle,
el Muelle Absoluto por cuyo modelo
inconscientemente imitado,
insensiblemente evocado,
construimos nuestros muelles en nuestros puertos,
nuestros muelles de piedra actual sobre
agua verdadera,
que después de construidos se revelan
Cosas Reales, Hechos de Espíritu, Entidades
en Piedras que son Almas,
en la fugacidad de nuestros sentimientos
de hierba o raíz,
cuando delmuro exterior parece abrirse una puerta
y sin que nada se altere
todo se manifiesta diverso.
Ah, Gran Muelle donde partimos en
Naciones-Navíos.
Gran Muelle Anterior, eterno y divino.
¿De qué puerto? ¡En qué mar?
Oh, ¿por qué pienso esto?
Gran Muelle, igual a todos los muelles, pero Único.
Lleno también de murmurantes silencios
en las albas,
desabotonando con las mañanas un ruido
de guindastes
y comboyes que arriban con mercaderías,
bajo la nube negra que surge, ocasional y leve,
del fondo de las chimeneas de las fábricas cercanas
y sombrea el llano de carbones pequeños
que brillan
como si fuese la sombra de una nube que pasa
sobre agua sombría.
En los momentos de silencios y angustia,
¡qué esencia de misterio y de sentido
de un éxtasis divino y revelador
no es puente entre cualquier muelle y el Muelle!
Muelle que en las aguas inmóviles se refleja oscuro,
y el bullicio a bordo de las naves.
Oh alma errante e inestable de la gente
que se embarca,
gente simbólica que pasa y en quien nada perdura,
y que al volver la nave al puerto
ha cesado de ser la misma.
Oh ebriedad de lo diverso, idas, fugas continuas,
alma eterna de los navegantes y las navegaciones,
quilla reflejada lentamente en las aguas
cuando la nave sale del puerto.
Fluctuar como el alma de la vida; como la voz,
partir,
trémulo vivir el instante sobre las aguas eternas.
Despertar a días más reales que los días de Europa,
ver puertos misteriosos en la soledad del mar,
doblar cabos apartados hacia súbitos vastos paisajes
por innumerables costas atónitas…
Ah las playas distantes, los muelles vistos a lo lejos.
Las playas cercanas, los muelles vistos de cerca.
El misterio de cada ida y cada arribo,
a cada hora marítima
la dolorosa inestabilidad e incomprensión
de este universo imposible, sentido en nuestra piel.
La solución absurda que nuestras almas esparcen
sobre extensiones de mares diferentes
e islas lejanas,
sobre las distantes islas de las costas ya pasadas,
sobre el crecimiento nítido de los puertos
con sus casas y gentes
hacia el barco que se aproxima.
Ah las frescas mañanas del arribo
y la palidez de las mañanas en que se parte,
cuando nuestras entrañas se contraen
y una vaga sensación semejante al miedo
―el miedo ancestral de separarse y partir,
elmisterioso y ancestral recelo al arribo y lo nuevo―
nos recorre la piel y nos tortura
y todo nuestro cuerpo angustiado siente,
como si fuese alma,
un inexplicable deseo por sentir de otra manera:
una nostalgia de algo,
una zozobra del cariño ¿a qué vaga patria?
¿A qué costa? ¿A qué nave? ¿A qué muelle?
Nos duele su pensamiento
y queda por dentro un gran vacío,
una hueca saciedad de minutos marítimos
y una vaga ansiedad que sería tedio o dolor
si supiese cómo serlo…
A pesar del verano la mañana está fresca.
Una tenue torpeza de noche perdura
en el aire sacudido.
Ligeramente se apresura el volante dentro demí.
Y el paquebote viene entrando… porque así
tiene que ser,
no porque lo vea avanzar en su distancia excesiva.
En mi imaginación está cerca y visible,
en toda su extensión las líneas de sus vigías,
y todo tiembla en mí, la carne y la piel,
por esa criatura que no llega en nave alguna
y que yo vine a esperar al muelle por un
inexplicable mandamiento.
Las naves que entran y salen de los puertos,
las que pasan a lo lejos
(me imagino viéndolas desde una playa desierta),
todas estas naves casi abstractas al partir,
todas me conmueven como si fueran otra cosa,
no sólo naves que parten y regresan.
Y vistas de cerca, aunque no se embarque uno
en ellas,
vistas desde abajo, en los botes, murallas elevadas,
y por dentro, a través de las cámaras, de la salas,
de las despensas,
mirando de cerca los mástiles afilándose
hacia lo alto,
rozando las cuerdas, descendiendo corredores
incómodos,
oliendo la untada mezcla metálica y marina de
todo aquello
―vistas de cerca son ellas y son otra cosa,
producen en la misma nostalgia y la misma
ansiedad otras distintas.
Toda la vida marítima, todo en la vida marítima,
toda esa preciosa seducción se insinúa
en mi sangre
y sueño indefinidamente los viajes.
Ah, las líneas de las costas distantes, oprimidas por
el horizonte,
los cabos, las islas y las playas arenosas.
Soledades marinas, como los momentos
del Pacífico
en que una sugestión nacida en la escuela
uno siente en los nervios el peso de que sea
el mayor de los océanos,
y el mundo y el sabor de las cosas se tornan
un desierto dentro de nosotros.
La extensión más humana, más furiosa,
del Atlántico.
El Índico, el más misterioso de los océanos.
El Mediterráneo, dulce sin misterio alguno,
clásico, un mar que se golpea
encontrando explanadas de jardines cercanos
mirados por estatuas blancas.
Todos los mares, todos los estrechos,
las bahías, los golfos,
quisiera apretarlos a mi pecho, oh sentirlos y morir.
Y ustedes, oh cosas navales, mis viejos juguetes
de sueño,
fuera de mí componen mi vida interior;
quillas, mástiles y velas, guindolas y cordajes,
chimeneas de vapor, gavias, hélices, flámulas,
calderas, colectores, válvulas, galdropes y escotillas,
caen dentro de mí como se precipita en el suelo
el contenido confuso de una gaveta abierta.
Sean el tesoro de mi avaricia febril,
sean los frutos del árbol de mi imaginación,
tema de mis cantos, sangre en las venas
de mi inteligencia,
sean el lazo que me una al exterior por la belleza,
provéanme de imágenes, literatura, metáforas,
porque en serio, en verdad, real, literalmente,
mis sensaciones son una nave que rompe el aire
con la quilla,
mi imaginación un ancla sumergida a medias,
mi ansiedad un remo quebrado
y la tesitura de mis nervios una red secándose
en la playa.
Suena por casualidad en el río un silbato, sólo uno.
Se estremece ya todo el campo de mi psiquismo.
Se apresura cada vezmás el volante dentro demí.
Ah, los paquebotes, los viajeros, el se-ignorael-
paradero
de Fulano de Tal, marino, conocido nuestro.
Ah, la gloria de saber que un hombre que
andaba con nosotros
murió ahogado junto a una isla del Pacífico.
Nosotros que íbamos con él hablaremos de eso
con un orgullo legítimo, con una inexpresable
confianza
de que tenga un sentido más bello y más vasto
que el de apenas perder el barco donde iba
y haber quedado en el fondo con los pulmones
reventados…
Ah, los paquebotes, los cargueros, los barcos
de vela.
Van escaseando en los mares―ay de mí―
los veleros.
Y yo que amo la civilización moderna, que
con el alma beso las máquinas;
yo, el ingeniero, el civilizado, el educado
en el extranjero,
quisiera ver sólo veleros y barcos de madera,
saber de la vida marítima sólo la antigua vida
de los mares.
Porque los antiguos mares son la Distancia Total,
la Lejanía Pura, libre del peso actual…
Ah, todo me recuerda esa vida mejor,
esos mares más extensos porque
se navegaban despacio,
misteriosos porque se sabía menos de ellos.
Todo vapor lejano es de cerca un velero.
Toda nave distante ahora, vista de cerca es otra
en el pasado.
Todos los invisibles marineros a bordo
de las naves en el horizonte
son los marineros visibles del tiempo
de las viejas naves,
esa época lenta, el velero de peligrosas travesías,
el tiempo de madera y lona
y de viajes que duraban meses.
Me invade poco a poco el delirio
de las cosas marítimas,
me penetran físicamente el muelle y su atmósfera,
el murmullo del Tajo corre por encima
de mis sentidos,
y comienzo a soñar, y me envuelvo con el sueño
de las aguas,
comienzo a pegar bien el cordaje de transmisión
en mi alma
y la premura del volante me seduce nítidamente.
Gritan por mí las aguas,
gritan por mí los mares,
gritan por mí las lejanías, levantando al gritar
una voz corpórea
todas las épocas marítimas vividas en el pasado.
Tú, marinero inglés, Jim Barns, amigo mío, fuiste tú
el que me enseñó ese grito antiquísimo, inglés,
que tan mortalmente resume
en las almas complejas como la mía
el llamado confuso de las aguas,
la voz inédita e implícita de todas las cosas delmar,
de los naufragios, de los viajes lejanos
y travesías peligrosas.
Ese grito inglés tuyo, hecho universal en mi sangre,
sin rasgo de grito, sin forma humana ni voz.
Ese grito tremendo que parece sonar
es una caverna cuya bóveda es el cielo
y parece narrar todas las cosas siniestras
que pueden suceder en la Lejanía, en el Mar,
por la Noche.
(Fingías siempre que era por una goleta
que gritabas,
y decías así, poniendo las manos junto a la boca,
haciendo bocina con las grandes manos curtidas
y oscuras:
Ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó—- yyy
Schoonerahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó---yyyy...)
Te escucho aquí, ahora, y algo enmí se despierta.
Se estremece el viento. Avanza la mañana.
El calor se abre.
Siento mis mejillas encenderse.
Mis ojos conscientes se dilatan.
El éxtasis en mí se eleva, crece, avanza,
y con un ruido ciego, amotinado, se acentúa
el vivo giro del volante.
Oh clamoroso llamado
cuyo calor, cuya furia hierve en mí,
todas mis ansias en una unidad explosiva,
mis propios tedios apresurándose, todos…
Grito que lanza a mi sangre
un amor ya pasado, no sé dónde, que retorna
y aún tiene fuerza para atraerme e impulsar,
que aún tiene fuerza para hacerme odiar esta vida
que transcurre entre el límite corporal y del alma
de la gente real con que vivo.
Ah, sea como sea, vaya a donde vaya, partir.
Irme fuera, por las olas, por el peligro, por elmar.
Ir Lejos, hacia Fuera, a la Distancia Abstracta,
indefinidamente, por las noches hondas ymisteriosas,
y como la polvareda llevado por los vientos,
entregado a los vendavales.
Ir, ir, ir, ir de una vez.
El deseo de tener alas enfurece mi sangre.
Todo mi cuerpo se arroja ante mí.
Fuera de mi imaginación me precipito en torrentes.
Clamo, me abalanzo, me atropello…
Mis ansias estallan en espuma
y mi carne son olas que se golpean contra las rocas.
Pensando en esto, oh ira, pensando en esto, oh furia,
pensando en las estrechez de mi vida llena
de ansiedad,
súbita, trémula, exorbitadamente,
con una oscilación vasta, viciosa, violenta,
del volante vivo de mi imaginación,
se desata en mí, agobiante, vertiginosa, silbante,
la brama sombría y sádica del estruendo
de la vida marítima.
Eh, marineros, grumetes, eh, tripulantes, pilotos.
Navegantes,marinos, hombres demar, aventureros.
Eh, capitanes. Hombres que duermen
en rudas tarimas.
Hombres que duermen en los mástiles,
avistando el peligro.
Hombres que tienen la muerte por almohada.
Hombres que poseen una toldilla, que miran
desde la borda
la inmensa inmensidad del mar.
Eh, manipuladores de los guindastes de carga.
Eh, amainadores de velas, fogoneros, servidumbre,
eh, los que enrollan cabos en el combés,
los que llevan la carga a las bodegas
y limpian el metal de las escotillas.
Hombres del timón y de las máquinas y
de los mástiles.
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Gente de playeras y bonete,
con anclas y banderas cruzadas tatuadas
en el pecho.
Gente de amurada, fumadores de pipa,
oscuros de tanto sol, curtidos por tanta lluvia,
limpios de los ojos, por tanta inmensidad ante ellos,
audaces por tantos vientos que sus rostros
batieron con valor.
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Hombres que vieron Patagonia
y pasaron por Australia,
que colmaron su mirada de costas que nunca veré
y pisaron tierra en tierras donde jamás descenderé.
Que compraron toscos artículos en colonias,
adentrándose en tierras inhóspitas,
y haciéndolo todo si nada hicieran,
como si eso fuese natural,
como si la vida fuese así
y ni siquiera cumpliendo un destino.
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Hombres del mar actual y del pasado.
Encargados de abordo, esclavos de galeones.
Combatientes de Lepanto.
Piratas del tiempo de Roma.Navegantes de Grecia.
Fenicios. Cartagineses. Portugueses salidos de Sagrés
a la aventura indefinida, hacia el Mar Total,
a realizar lo imposible.
Hombres que asentaron patrones y dieron
nombres a cabos,
que por primera vez traficaron con esclavos
y negros de nuevas tierras
y dieron el primer espasmo europeo a las negras
atónitas.
Que trajeron oro, hongos, abalorios,
maderas olorosas,
de costas de lujuriosa explosión vegetal.
Hombres que saquearon tranquilos
pueblos africanos,
que hicieron huir a esas razas con el ruido
de cañones
y se entregaron a la matanza, al robo y a torturar
y ganaron los trofeos de novedad
arremetiendo con la cabeza ante el misterio de
nuevos mares.
Eh-eh-eh-eh-eh
A todos ustedes en uno solo,
a todos ustedes en todos ustedes como uno,
a todos ustedes mezclados, cruzados,
a todos sanguinarios, violentos, odiados,
temidos, ensangrentados,
yo los saludo, yo los saludo, yo los saludo.
Eh- eh-eh-eh-eh Eheh-eh-eh-eh
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Eh laho-laho laHO-lahá-á-á-á-á
Quiero ir con ustedes, quiero ir
al mismo tiempo con todos ustedes
a todo lugar donde vayan.
Quiero tener sus peligros frente a frente,
sentir en mi cara los vientos que deshicieron
las suyas,
escupir de mis labios la sal de los mares que
los suyos besaron,
tender los brazos para ayudarlos, compartir
sus tormentas,
llegar por fin como ustedes a puertos extraordinarios.
Huir juntos de la civilización,
perder con ustedes toda idea moral,
sentir que se transforma lejos mi humanidad.
Juntos beber en mares del sur
nuevos tumultos del alma, nuevos salvajismos,
nuevos fuegos primitivos de mi volcánico espíritu.
Ir con ustedes, arrojar de mí
―ah, poeta de dentro hacia afuera―
mi traje de civilizado, mis blandas acciones,
mi miedo innato de encadenado,
mi pacífica vida,
mi sentada, estática, reglamentada
e inspeccionada vida.
En el mar, en el mar, en el mar, en el mar.
Eh, dejar la vida en el mar, al viento, a las olas.
Salar con la espuma arremetida por los vientos
mi paladar de grandes viajes.
Fustigar con agua conmovida la carne
de mi aventura,
y que fríos oceánicos recorran los huesos
de mi existencia.
Flagear, acuchillar, oprimir con vientos,
con espuma, con soles,
mi ser ciclónico y atlántico,
mis nervios tendidos como jarcias,
lira en las manos de los vientos.
Sí, sí, sí… Crucifíquenme en las navegaciones
y mi espalda gozará su cruz.
Átenme a los viajes como a maderos
y la sensación de esa tortura recorrerá
mis vértebras
en un incansable espasmo pasivo.
Háganme lo que sea, pero que esté en los mares,
sobre el combés, al son de las olas,
hieran, maten, acuchillen.
Lo que quiero es llevar a la muerte
un alma que se transborde en el mar,
que embriagada se derrumbe de cosas marítimas,
tanto de marineros como de anclas, de cabos,
tanto de cosas de la distancia como el ruido
de los vientos,
tanto de la Lejanía como del Muelle,
de los naufragios,
de los tranquilos comercios,
de los mástiles, del oleaje,
llevar a la muerte con dolor, voluptuosamente,
una copa de sanguijuelas llena para beber,
para beber extrañas verdes absurdas
sanguijuelas marinas.
Hagan jarcias de mis venas,
amarras de mis músculos.
Arránquenme la piel y péguenla en las quillas,
que sienta el dolor de los clavos y que nunca
cese de sentirlos.
Hagan con mi corazón una flámula de almirante
de aquellos tiempos de guerra de las viejas naves
y coloquen al pie de los combés mis ojos
arrancados.
Quiebren mis huesos golpeándolos contra
las amuradas,
fustíguenme atado a los mástiles, fustíguenme,
y a todos los vientos de todas las latitudes
y longitudes
lancen mi sangre en las aguas que atraviesan
la nave
de lado a lado, arrojadas a la cubierta
en las violentas convulsiones de las tormentas.
Tener la audacia de las velas henchidas
con el viento
y ser el agobio de los vientos como las altas gavias,
la vieja guitarra del Fado de los mares llenos
de peligros,
canción que los navegantes oyeron y
no pudieron repetir.
Los marineros que se sublevaron
ahorcando al capitán en una verga.
Que desembarcaron a otro en una isla desierta.
Marooned.
El sol de los trópicos provocó la fiebre
de la piratería antigua
enmis venas intensas.
Los vientos de la Patagonia tatuaronmi imaginación
con imágenes trágicas y obscenas.
Fuego, fuego, fuego dentro de mí.
Sangre, sangre, sangre, sangre,
me estalla el cerebro.
El mundo se rae en mí, enrojecido.
Me estallan las venas con un sonido de amarras
y feroz, voraz, revienta en mí
la muerte en bramidos del gran pirata cantando
hasta que sus hombres abajo sentían el pavor
en sus vértebras,
Fifteen men on the Dead Man’s chest.
Yo-ho ho and a bottle of rum!
Y después gritar, en una voz irreal, hasta denotar
en el aire:
Darby M’Graw-aw-aw-aw-aw
Darby M’Graw-aw-aw-aw-aw-aw-aw-aw
Fetch a-a-aft- the ru-u-u-u-u-u-u-u-u-um,Darby
Ah, qué vida aquella, esa era vida.
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Eh-laho-laHO-lahá-á-á-á-á
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Quillas quebradas, naves a pique, sangre
en los mares,
combés ensangrentados, despojos,
dedos cercenados en las amuradas,
cabezas de niños aquí y allá,
gente con los ojos desorbitados al gritar, al aullar.
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Todo estome envuelve como una capa en el frío.
Me froto con todo esto como una gata en celo
con un muro.
Clamo como un león hambriento,
arremeto contra todo como un toro enfurecido,
clavo las uñas, me destrozo las garras, sangran
mis encías sobre todo esto.
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
De repente estalla en mis oídos
como un clarín junto a mí
el viejo grito, mas ahora metálico, airado,
llamando por la presa que ya se distingue,
la goleta que va a ser asaltada:
Ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó —-yyyy ...
Schooner ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó —-yyyy ...
Ya en mí no existe el mundo entero.
Me enardezco,
bramo en la furia del abordaje,
pirata-menor, César-Pirata;
robo, mato, despedazo, acuchillo,
sólo siento el mar, la presa, el saqueo.
Sólo siento que golpeo y que me golpean
la venas de mis fuentes.
Derrama sangre caliente la sensación de mis ojos.
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Ah piratas, piratas, piratas,
ámenme y ódienme, piratas,
mézclenme con ustedes, piratas.
Su furia, su crueldad, hablan a mi sangre
de un cuerpo de mujer que fue mío
en otro tiempo y cuyo celo sobrevive.
Quisiera ser una bestia que abarca todos
sus movimientos,
una bestia que hundiese los dientes
en las amuradas, en las quillas,
que comiese mástiles, bebiese sangre y alquitrán
en los combés,
destrozase remos, cordajes, poleame y velas,
serpiente de los mares, femenina y monstruosa,
cebándose en los crímenes.
Y hay una sinfonía de sensaciones incompatibles
y afines,
una orquestación en mi sangre de confusión
de crímenes,
de estrépitos espasmódicos en orgías de sangre
en los mares,
con furia, como un vendaval ardiendo en
el espíritu,
una polvareda caliente que nubla mi lucidez
haciéndome ver esto y soñarlo sólo con la piel
y las venas.
Los piratas, la piratería, las naves, el instante,
aquel instante marítimo en que la presa es asaltada
y el terror de las víctimas huye hasta la locura
―ese instante
en su total de crímenes, terror, naves, gente, mar,
nubes, cielo,
brisa, latitud, longitud, gritos,
quisiera que en su Todo fuese mi cuerpo
en su Todo, sufriendo,
que fuese mi cuerpo y mi sangre,mi ser enardecido,
y floreciera como una herida que se expande
en la carne irreal de mi alma.
Ah, ser todo en los crímenes, ser yo todos
los elementos que forman
los asaltos a los barcos y las matanzas
y las violaciones.
Ser cuanto sucedió en los saqueos,
cuanto vivió o quedó inerte en el lugar
de las tragedias sangrientas.
Ser el pirata resumen de toda la piratería en
su apogeo,
y la víctima síntesis, de carne y hueso, de todos
los piratas del mundo.
Ah, que mi cuerpo pasivo fuese la mujer todaslas
mujeres
que fueron violadas, heridas, muertas, destrozadas
por los piratas.
Ser en mi subyugado ser la hembra que
teme pertenecerles
y sentir todo esto, sentir todas estas cosas recorrer
al mismo tiempo mis vértebras.
Oh, mis velludos y ásperos héroes de la aventura
y el crimen.
Mis bestias marítimas, esposos de mi imaginación.
Amantes casuales del desvió de mis sensaciones.
Quisiera ser Aquella que los espera en los puertos,
amantes odiados en el sueño de su sangre
de pirata.
Porque ella estaría con ustedes, única en el espíritu,
furiosa sobre los cadáveres desnudos de sus víctimas
en los mares.
Ella los habría acompañado en sus crímenes
y en la orgía oceánica,
su espíritu de bruja danzaría invisible entre
los movimientos
de sus cuerpos, de sus cuchillos, de sus manos
estranguladoras.
Y ella, esperándolos en tierra cuando llegaban,
si acaso llegaban,
bebería en los rugidos de ese amor todo el vasto,
todo el denso y siniestro perfume de sus victorias,
y a través de sus espasmos entonaría un Sabbat
enrojecido y amarillo.
La carne herida, abierta y destripada, con la sangre
derramándose.
Ahora, en el auge preciso de soñar lo que
ustedes hacían,
acercándome todo a mí, ya no les pertenezco,
soy ustedes,
ya mi femineidad que los acompaña es ser
sus almas.
Estar dentro de toda su ferocidad, cuando
la liberaban,
beber dentro de la conciencia sus sensaciones
cuando teñían de sangre altamar
y cuando arrojaban a los tiburones
los cuerpos aún vivos de los heridos,
la carne sonrosada de los niños
y llevan a las madres a mirar por la borda
lo que les ocurría.
Estar con ustedes en la carnicería, en el pillaje,
orquestado en la sinfonía de los saqueos.
Ah, no sé, no sé cuánto quisiera ser para ustedes.
No sólo ser una hembra, ser las hembras,
las víctimas,
las víctimas―hombres, mujeres, niños, naves―,
no sólo ser la hora y los barcos y el oleaje,
no sólo ser sus almas, sus cuerpos, su furia,
su posesión,
ni concretamente ser su hecho abstracto de orgía,
no es sólo esto que yo quisiera ser―es más
que esto: Dios-Esto.
Porque es preciso ser Dios, el Dios de un culto
contrario,
un Dios monstruoso y satánico, Dios de
un panteísmo de sangre
que pueda colmar en toda su medida
mi furor imaginativo
y que nunca logre agotar mi ansia de identificarme
con cada uno y con todo y con el Más-Todo
de sus victorias.
Ah, tortúrenme para satisfacerme.
Hagan de mi carne el aire que sus cuchillos
atraviesan
antes de caer sobre las cabezas y las espaldas.
Que sean mis venas los vestidos que
las dagas traspasan,
mi imaginación el cuerpo de las mujeres que violan,
mi inteligencia el combés donde luchan de pie,
matando,
y toda mi vida―en su conjunto nervioso,
histérico, absurdo―
el gran organismo cuyas células conscientes
fueran cada acto de piratería cometido
―y todo yo un torbellino como una inmensa
pudrición del oleaje, ah y ser todo esto.
Con pavorosa velocidad, desmedido,
el mecanismo febril de mis visones
que se transbordan
gira ahora que es apenas mi conciencia, mi
volante,
un nebuloso círculo agobiado en el aire.
Fifteen men on the Dead Man´s chest.
Yo-ho ho and a bottle of rum!
Eh- laho-LaHO—-lahá-á-ááá—-ááá…
Ah, lo salvaje de este salvajismo.Mierda
toda la vida que no es esto, como la nuestra.
Yo, ingeniero, práctico por fuerza, sensible a todo,
aquí, en relación a ustedes cuando estoy detenido
y cuando camino,
también cuando yazgo o cuando, débil,me impongo;
estático, quebrando, disidente cobarde de su gloria,
de su gran poder estridente, encendido y sangriento.
Arre, por no actuar de acuerdo con mi delirio.
Arre, por andar siempre aferrado a la enaguas
de la civilización.
Por andar con la douceur des moeurs a cuestas,
como un fardo de olanes.
Niños de aceras―todos somos―del humanitarismo
moderno.
Estupores de tísicos, de neurasténicos,
de linfáticos,
sin coraje para ser violentos y audaces,
con el alma como gallina amarrada por una pierna.
Ah, los piratas, los piratas.
El ansia de lo que es ilegal y feroz,
el ansia de las cosas crueles y abominables
que como brama abstracta roe nuestros
débiles cuerpos,
nuestros nervios femeninos y delicados,
y nos enloquece con incontenibles fiebres
la mirada vacía.
Oblíguenme a arrodillarme ante ustedes.
Humíllenme y golpéenme.
Hagan de mí su esclavo, algo suyo,
y que su desprecio jamás me abandone,
oh, mis señores, mis señores.
Siempre tomar gloriosamente la parte sumisa
en los hechos sangrientos y en las sensualidades
desatadas.
Derriben sobre mí, como grandes, pesados muros,
las barbaries del antiguo mar.
Del este al oeste de mi cuerpo
esparzan la sangre de mi sangre,
besen con cuchillos y látigos y furia
mi alegre terror carnal de pertenecerles,
mi ansia masoquista de ofrecerme a su furor,
de ser el objeto inerte que sienta
su omnívora crueldad,
señores, dominadores, emperadores, corsarios.
Ah, tortúrenme,
acuchíllenme y ábranme,
deshecho en pedazos conscientes
frótenme en los combés,
espárzanme en los mares, déjenme
en las ávidas playas de las islas.
En mí ceben todo mi misticismo suyo,
cincelen la sangre de mi alma
y abran, hieran.
Oh, tatuadores de mi corporal imaginación,
amados desolladores de mi sumisión carnal.
Sométanme como se mata perro a patadas,
hagan de mí el pozo para su desprecio
de dominadores.
Háganme todas sus víctimas.
Como Cristo sufrió por todos los hombres,
quiero sufrir
por todas las víctimas que cayeron bajo sus manos,
sus manos callosas, sangrientas, con dedos
cercenados
en salvajes asaltos de amuradas.
Háganme cualquier cosa, como si fuese arrastrado
―oh placer, oh beso de dolor―
arrastrado por caballos que ustedes fustigan…
Pero esto en el mar, todo esto en el ma-a-a-ar,
esto en el MA-A-A-AR
Eh-eh-eh-eh-eh Eh-eh-eh-eh-eh-eh Eh-EHEH-
EH-EH-EH EH en el MA A-A-A-AR
Yeh eh-eh-eh-eh-ehYeh-eh-eh-eh-eh-eh
Yeh- eh-eh-eh-eh-eh eh-eh
Todo grita. Gritan vientos, oleaje, barcos,
mares, gavias, piratas, mi alma , la sangre
y el aire, y el aire.
Eh- eh-eh-eh.Yeh- eh-eh-eh-eh-eh.Yeh-eheh-
eh-eh-eh Todo canta gritando
FIFTEEN MEN ON THE DEAD MAN’S CHEST.
YO-HO-HO AND A BOTTLE OF RUM !
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh Eh-eh-eh-eh-eh-eheh
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Eh-laho-laHO-O-oo-lahá-á —-ááá
AHO-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O —-YYYY…
SCHOONER AHO-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O- - -YYYY…
Darby M’Graw-aw-aw-aw-aw-aw
DARBY M’GRAW -AW-AW-AW-AW-AW-AW
FETCH A-A-AFT THE RU-U-U-U-U-UM, DARBY!
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eheh-
eh!
EH-EH EH-EH-EHEH-
EHEH-
EHEH-
EH-EH!
EH-EH-EH-EH-EH-EH-EH-EH-EHEH-
EH-!
EH-EH-EH-EH-EH-EHEH-
EH-EH-EH-EH-EH-!
EH-EH-EH-EH-EH-EH-EH-EH-EH-EH-EH!
Algo se rompe en mí.
El enardecimiento ha anochecido.
Sentí un exceso: no puedo ya continuar sintiendo.
Se hundió mi alma y dentro de mí sólo quedó
un eco.
Decrece notablemente la velocidad del volante.
Salen un poco los sueños en las manos de los ojos.
Dentro de mí sólo hay un vacío, un desierto,
un mar nocturno.
Y al sentir el mar nocturno dentro de mí,
sube de sus lejanías, nace de su silencio
otra vez, otra vez el basto grito antiquísimo,
de repente , como un relámpago de sonido
que no es un estruendo sino ternura,
abarcando súbitamente todo el horizonte marino
húmedo y sombrío, humano, marino y nocturno,
voz de sirena distante llorando, llamando,
que viene del fondo de la Lejanía, del fondo del
Mar, del alma de los Abismos,
y a su tono, como algas, boyan mis sueños
desechos…
Ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó—-yy…
Schooner ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-—-yy…
Ah, sobre mi excitación el rocío.
La frescura nocturna en mi océano interior.
He aquí, ante una noche en el mar
llena de enorme misterio humano
de las olas nocturnas,
todo está en mí pronto.
La luna sube en el horizonte
y mi infancia feliz despierta en mí, como
una lágrima.
Mi pasado resurge como si ese grito marítimo
fuese un aroma, una voz, el eco de una canción
que busca de mi pasado
aquella felicidad que nunca más volveré a tener.
Era en la vieja casa sosegada a la orilla del río…
(las ventanas de mi cuarto y las del comedor
daban, por encima de una casas bajas, al río
cercano,
al Tajo, este mismo Tajo, pero en otro punto, más
distante…
Si yo ahora llegase a la misma ventana no llegaría
a la mismaVentana.
Aquel tiempo pasó como el humo de un vapor
en altamar…)
Una inexplicable ternura,
un remordimiento conmovido y lloroso
por todas aquellas víctimas —especialmente
los niños—
que imaginé hacer al soñarme un antiguo pirata.
Una emoción conmovida porque fueron
mis víctimas;
pero tierna y suave, porque no lo fueron realmente.
Una ternura confusa, como un vidrio empañado,
azulado,
canta viejas canciones en mi pobre alma dolorida.
Ah, ¿cómo pude pensar, soñar aquellas cosas?
Que diferente soy de lo que fui hace
unos momentos.
Histeria de sensaciones —primero éstas,
después sus contrarias.
En la mañana rubia que se levanta como mi olvido
sólo escoge las cosas de acuerdo con esta emoción
—el murmullo de las aguas,
el leve murmullo de las aguas del río al encontrarse
con el muelle…
La vela pasando al otro lado del río,
los montes lejanos, de un azul japonés,
las casas de Almada,
y lo que hay de suavidad y de infancia en
la hora matutina…
Una gaviota pasa
y mi ternura es mayor.
Pero en nada he reparado durante este tiempo.
Todo fue una impresión de la piel, como una caricia.
Todo este tiempo no quité la vista de mi sueño
lejano,
de mi casa al pie del río,
de la ventana demi cuarto que en la noche deba al río
y la paz del lugar esparcida en las aguas…
Mi vieja tía que me amaba a causa de un hijo
que perdió.
Mi vieja tía acostumbraba cantarme para que
yo durmiera
(si bien ya era yo un poco grande para eso)…
Recuerdo y las lágrimas caen sobre mi corazón
y lo lavan de la vida,
y se levanta una leve brisamarina dentro demí.
A veces ella cantaba la“Nao Catrineta”:
Allá va la Nao Catrina
sobre las aguas del mar…
Y otras veces, una melodía muy melancólica y
tan medieval,
la“Bella Infanta”… Recuerdo, y la pobre vieja voz
se levanta dentro de mí.
Recuerdo que muy poco la recordé después, y ella
que me amaba tanto.
Qué ingrato fui con ella —y finalmente, ¿qué hice
yo con la vida?
Era la“Bella Infanta”…Yo cerraba los ojos y ella
cantaba:
Estando la Bella Infanta
en su jardín sentada
Yo abría un poco los ojos y veía la ventana
llena de luna
y después cerraba los ojos otra vez, y con esto
era feliz.
Estando la Bella Infanta
es su jardín sentada
su peine de oro en la mano
sus cabellos peinaba
Oh, mi pasado de infancia, muñeco que
me rompieron.
No poder viajar al pasado, a aquella casa y a
aquel cariño,
y siempre quedar allí, siempre contento y
siempre niño.
Pero esto fue el pasado —linterna en una esquina
de calle vieja
Pensar en esto me da frío, hambre de algo que
no puede obtenerse.
Me da remordimiento pensar en esto.
Oh, torbellino lento de sensaciones opuestas,
vértigo suave en el alma por causas confusas.
Furias rotas, ternuras como cordeles con que
los niños brincan,
gran abatimiento de la imaginación en los ojos
de los sentidos,
lágrimas, lágrimas inútiles,
suaves brisas de contradicción recorriendo la faz
del alma…
Evoco, para salir de esta emoción, por un esfuerzo
voluntario,
con un esfuerzo desesperado, marchito, inútil,
la canción del Gran Pirata cuando estaba muriendo:
Fifteen men on the Dead Man’s chest.
Yo-ho-ho and a bottle of rum!
Mas la canción es una línea recta mal trazada
en mi Interior…
Me esfuerzo y otra vez logro traer ante mis ojos
del alma,
otra vez, pero con una imaginación casi literaria,
la furia de la matanza, de la piratería, el apetito
del saqueo que se paladea,
de la carnicería inútil de mujeres y de niños,
de la frívola tortura de los pasajeros pobres hecha
por distracción
y de la sensualidad de romper y destruir las cosas
más amadas de los otros,
pero sueño todo esto con mi miedo, como si
alguien respirarse de pronto sobremi nuca.
Recuerdo que sería interesante
ahorcar a los hijos frente a las madres
(sin querer me siento las madres de ellos),
enterrar vivos en las islas desiertas a los niños
de cuatro años
y llevar a los padres en lanchas hasta allá, para verlos
(me estremezco, y recuerdo un hijo que no tengo
y que está durmiendo tranquilo en casa).
Aguijón de un ansia fría de crímenes marinos,
de una inquisición sin la disculpa de la Fe,
crímenes ni siquiera como razón de ser de la maldad
o la furia.
hechos fríamente, ni siquiera por herir o por el mal,
ni siquiera para divertirnos:
apenas para pasar el tiempo
igual que uno pasa el rato en un comedor
de provincia
con la servilleta tirada al otro lado de la mesa
después de comer,
sólo por el suave gusto de cometer crímenes
abominables y no considerarlos gran cosa,
de ver sufrir hasta la locura y la muerte-por-eldolor
pero nunca llegar más allá…
porque mi imaginación rehúsa acompañarme.
Un escalofrío me contrae.
Y de pronto, pero más repentinamente
que la otra vez, de más lejos, de más hondo,
de pronto —oh pavor por todas mis venas—
el frío súbito de la puerta del Misterio que dentro
de mí se abrió y dejó pasar una corriente de aire.
Recuerdo a Dios, lo trascendental de la vida,
y de pronto la vieja voz del marino Jim Barns,
con quien hablaba,
convertida en la voz de ternura misteriosa
de mi anterior,
de esas pequeñas cosas de regazo de madre y cinta
de cabello de hermana,
pero asombrosamente venida del más allá
de la apariencia de las cosas,
la voz sorda y remota convertida en laVoz Total,
la voz sin Boca,
venida por fuera y por dentro de la soledad nocturna
de los mares,
llama por mí, llama por mí …
Viene sordamente, como si estuviese sofocada
y aún se oyese,
lejanamente, como si estuviese en otro lugar
y no la pudiéramos oír,
como un líquido guardado, una luz que se apaga,
un aliento silencioso,
de ningún sitio del espacio, ningún lugar
en el tiempo,
el grito eterno y nocturno, el soplo hondo y confuso:
Ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó—-yyy…
Ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó—-—-yyy…
Shooner ah- ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó
—-—-yyy…
Tiemblo por un frío del alma que recorre
mi cuerpo.
De pronto abro los ojos, que no tenía cerrados.
Ah, qué placer por fin salir de los sueños.
He aquí de nuevo al mundo real, tan bondadoso
para los nervios.
Aquí, en esta hora matutina cuando entran en
el puerto los paquebotes que arriban temprano.
No me importa ya el paquebote que entra:
aún está lejos.
Ahora lo que esté cerca me eleva el alma.
Mi imaginación práctica, higiénica, poderosa,
comienza en este momento a ocuparse
con las cosas modernas y útiles,
con los cargueros, con los paquebotes
y los pasajeros,
con las modernas cosas inmediatas, potentes,
comerciales, verdaderas.
Modera su giro en mi interior el volante.
Moderna vida marítima.
Todo limpieza, higiene, máquinas.
Todo tan bien arreglado, tan naturalmente ajustado:
las piezas de las máquinas, las naves por los mares,
todos los procesos comerciales de exportación
e importación
combinándose perfectamente,
corriendo todo como por leyes naturales,
ninguna cosa chocando con otra.
Nada perdió la poesía.Y están además
las máquinas ahora
con su poesía, y también esa nueva vida
sentimental, comercial, intelectual, mundana,
que infundieron las máquinas en las almas.
Como antes, los viajes son bellos,
y un barco siempre será bello sólo por ser un barco.
Viajar todavía es viajar y lo lejos está donde
siempre estuvo
en ninguna parte, gracias a Dios.
Los puertos están llenos con vapores
de muchas especies.
Pequeños, grandes, con diferentes disposiciones
de vigías,
de tan deliciosamente tantas compañías
de navegación.
Vapores diferentes en la destacada separación
de los anclamentos.
Tan agradable su garbo estático de cosas comerciales
que se desplazan en el mar,
en el viejo mar siempre homérico, oh Ulises.
La mirada humana de los faros en la distancia
de la noche,
y el faro repentinamente cercano en la noche
muy oscura
(“Qué cerca e la tierra estábamos pasando”.
Y el sonido del
agua hablándonos al oído)…
Todo es hoy como siempre, y ahora además
hay comercio.
Y el destino comercial de los grandes vapores
me envanece de mi época.
La gente a bordo de los barcos de pasajeros
me produce el orgullo de vivir en un tiempo
donde es fácil el mestizaje de las razas
y se transponen espacios para ver todas las cosas,
viviendo con la realidad de los sueños.
Limpios, reglados, modernos como un
escritorio con clips en redes de hilo amarillo,
mis sentimientos, comedidos ahora y naturales,
como de gentlemen,
son prácticos, ajenos a desvaríos.
Lleno de aire marino los pulmones,
como gente perfectamente consciente de cómo
es saludable respirar la brisa del mar.
El día ha avanzado ya hasta horas de trabajo.
Comienza todo a moverse, a regularizarse.
Con gran placer natural, directo, repaso
con el alma
todas las operaciones comerciales que necesitan
un embarque de mercancías.
Mi época es el sello que llevan todas las facturas,
y siento que todas las cartas de todos
los escritorios
debían estar dirigidas a mí.
Un grado de abordo posee tanta singularidad
y es hermosa como una asignatura
de comandante de la nave.
Rigor comercial de principio a fin en las cartas:
Dear Sirs —Messieurs―Amigos y Señores;
Yours faithfully― …nos salutation empressées…
Esto es humano y limpio, y por eso es bello,
y su fin es un destino marítimo, un vapor
donde embarcan
las mercancías de que trataron las cartas y facturas
Ah, complejidad de la vida. Las facturas
son escritas por gente
que vive amores, odios, pasiones políticas,
a veces crímenes
―pero son tan cuidadas, tan bien escritas,
tan ajenas a esto.
Hay quien mira una factura y no siente esto.
Con seguridad que tú, Cesario Verde, lo sentías.
Yo, hasta las lágrimas lo siento humano.
Vengan a decirme que no hay poesía
en el comercio, en los escritorios.
Ahora entra por toda la piel. La respiro
con este aire marino.
Pero esto viene con motivo de los vapores,
de la navegación moderna.
Pues las facturas y las cartas comerciales son
el principio de la historia,
y las naves que llevan las mercancías por
el mar eterno son el fin.
Ah, y los viajes, los viajes de recreo o
cualquier otros,
los viajes por mar donde somos compañeros
de una manera especial, como si un misterio
marino
uniese las almas y nos convirtiera por un momento
en patriotas efímeros de una inconstante patria
que eternamente se desplaza en la inmensidad
de las aguas.
Grandes hoteles del Infinito, oh trasatlánticos míos.
Con el cosmopolitismo total, perfecto, de nunca
detenerse en un punto
pero conteniendo todas las formas de vestidos,
de caras, de razas.
Los viajes, los viajeros—cuánta variedad de ellos,
cuántas nacionalidades sobre el mundo,
y profesiones, gentes.
Diversos destinos que se dan en la vida,
la vida que en el fondo es siempre la misma.
Cuántas caras raras.Todas las caras son raras
y nada posee tanta religiosidad como mirar
mucho a la gente.
La fraternidad no es una idea revolucionaria,
es algo que la gente aprende en su vida diaria,
donde tiene que tolerar todo,
y en ocasiones encuentra agrado en lo que tiene
que tolerar,
y un día acaba por llorar de ternura sobre
lo que toleró.
Esto es bello, es humano,
abraza nuestros sentimientos humanos,
tan convenientes y burgueses,
tan complicadamente sencillos,
tan metafísicamente tristes.
La vida inestable, diversa, acaba por educarnos
en lo humano.
Pobre gente, pobre gente toda la gente.
Me separo de esta hora en el cuerpo de esa nave
que ahora va saliendo. Es un tramp-steamer inglés,
muy sucio, como si fuese una nave francesa,
con un aire simpático de proletario de los mares,
y sin duda anunciado ayer en la última página
de los periódicos.
Me enternece el pobre vapor, va tan humilde
y tan natural.
Parece tener un cierto escrúpulo no sé en qué,
ser persona honrada,
muy cumplida en el alguna de tantas especies
de deberes.
Allá va dejando el lugar frente al muelle,
donde yo estoy.
Allá va tranquilamente, pasando donde
las naves estuvieron
en otro tiempo, en otro tiempo…
¿Hacia Cardiff? ¿Hacia Liverpool? ¿Hacia Londres?
No importa.
Él hace su deber. Así nosotros hacemos el nuestro.
Hermosa vida.
Buen viaje. Buen viaje.
Buen viaje, mi pobre amigo casual, que me hiciste
el favor
de llevar contigo la fiebre y la tristeza de mis sueños,
de restituirme a la vida para verte pasar.
Buen viaje. Buen viaje. Esto es la vida…
Cuán natural es tu aplomo, inevitablemente
matutino,
al salir hoy del puerto de Lisboa.
Siento un curioso cariño, grato, por eso.
¿Por cuál eso? Allá sé lo que es…Va …Pasa…
con un ligero estremecimiento
(T-t—t—-t——t——-t…).
Dentro de mí se detiene el volante.
Pasa, lento vapor, pasa y no permanezcas…
Pasa de mí, pasa de mi vista,
vete de dentro de mi corazón,
piérdete en la Lejanía, en la Lejanía (bruma
de Dios),
piérdete, sigue tu camino y déjame…
¿Quién soy para que llore o interrogue?
¿Quién soy para que te hable y te ame?
¿Quién soy para que me duela mirarte?
Se aleja del muelle, crece el sol, levanta su oro,
brillan los tejados de los edificios del muelle,
todo este lado de la ciudad brilla…
Parte, déjame,
sé ahora la nave en medio del río, destacada
y nítida,
después la nave saliendo del puerto, pequeña
y cercana,
después el vago punto en el horizonte
—oh angustia mía—,
un punto cada vezmás vago en el horizonte….
después nada, y sólo yo mi tristeza,
y la gran ciudad ahora llena de sol
y la hora real y desnuda como un muelle
ya sin naves,
y el giro lento del guindaste que, como un compás
que gira,
traza un semicírculo de no sé qué emoción
en el silencio conmovido de mi alma...
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