sábado, agosto 27, 2011

POLICIA por CHARLES BUKOWSKI




tres niños pequeños se me acercan corriendo,
soplando sus silbatos,
y me gritan:
¡esta usted detenido!
¡anda borracho!
y comienzan a pegarme
en las piernas
con sus macanas de juguete.
uno de ellos incluso trae una placa.
otro unas esposas
pero mis manos están en alto.
cuando entro en la licolería
se arremolinan afuera
como abejas
expulsadas de su colmena.
compro una botella de
whiskey barato
y tres dulces.

jueves, agosto 25, 2011

SOBRE EL ENFRENTAMIENTO DIRECTO E INDIRECTO (C A P I T U L O VII del ARTE DE LA GUERRA SUN TZU)





La regla ordinaria para el uso del ejército es que el mando del ejército reciba órdenes de las autoridades civiles y después reúne y concentra a las tropas, acuartelándolas juntas. Nada es más difícil que la lucha armada.
Luchar con otros cara a cara para conseguir ventajas es lo más arduo del mundo.
La dificultad de la lucha armada es hacer cercanas las distancias largas y convertir los problemas en ventajas.
Mientras que das la apariencia de estar muy lejos, empiezas tu camino y llegas antes que el enemigo.
Por lo tanto, haces que su ruta sea larga, atrayéndole con la esperanza de ganar. Cuando emprendes la marcha después que los otros y llegas antes que ellos, conoces la estrategia de hacer que las distancias sean cercanas.
Sírvete de una unidad especial para engañar al enemigo atrayéndole a una falsa persecución, haciéndole creer que el grueso de tus fuerzas está muy lejos; entonces, lanzas una fuerza de ataque sorpresa que llega antes, aunque emprendió el camino después.
Por consiguiente, la lucha armada puede ser provechosa y puede ser peligrosa.
Para el experto es provechosa, para el inexperto peligrosa.
Movilizar a todo el ejército para el combate en aras de obtener alguna ventaja tomaría mucho tiempo, pero combatir por una ventaja con un ejército incompleto tendría como resultado una falta de recursos.
Si te movilizas rápidamente y sin parar día y noche, recorriendo el doble de la distancia habitual, y si luchas por obtener alguna ventaja a miles de kilómetros, tus jefes militares serán hechos prisioneros. Los soldados que sean fuertes llegarán allí primero, los más cansados llegarán después - como regla general, sólo lo conseguirá uno de cada diez.
Cuando la ruta es larga las tropas se cansan; si han gastado su fuerza en la movilización, llegan agotadas mientras que sus adversarios están frescos; así pues, es seguro que serán atacadas.
Combatir por una ventaja a cincuenta kilómetros de distancia frustrará los planes del mando, y, como regla general, sólo la mitad de los soldados lo harán.
Si se combate por obtener una ventaja a treinta kilómetros de distancia, sólo dos de cada tres soldados los recorrerán.
Así pues, un ejército perece si no está equipado, si no tiene provisiones o si no tiene dinero.
Estas tres cosas son necesarias: no puedes combatir para ganar con un ejército no equipado, o sin provisiones, lo que el dinero facilita.
Por tanto, si ignoras los planes de tus rivales, no puedes hacer alianzas precisas.
A menos que conozcas las montañas y los bosques, los desfiladeros y los pasos, y la condición de los pantanos, no puedes maniobrar con una fuerza armada. A menos que utilices guías locales, no puedes aprovecharte de las ventajas del terreno.
Sólo cuando conoces cada detalle de la condición del terreno puedes maniobrar y guerrear.
Por consiguiente, una fuerza militar se usa según la estrategia prevista, se moviliza mediante la esperanza de recompensa, y se adapta mediante la división y la combinación.
Una fuerza militar se establece mediante la estrategia en el sentido de que distraes al enemigo para que no pueda conocer cuál es tu situación real y no pueda imponer su supremacía. Se moviliza mediante la esperanza de recompensa, en el sentido de que entra en acción cuando ve la posibilidad de obtener una ventaja. Dividir y volver a hacer combinaciones de tropas se hace para confundir al adversario y observar cómo reacciona frente a ti; de esta manera puedes adaptarte para obtener la victoria.
Por eso, cuando una fuerza militar se mueve con rapidez es como el viento; cuando va lentamente es como el bosque; es voraz como el fuego e inmóvil como las montañas.
Es rápida como el viento en el sentido que llega sin avisar y desaparece como el relámpago. Es como un bosque porque tiene un orden. Es voraz como el fuego que devasta una planicie sin dejar tras sí ni una brizna de hierba. Es inmóvil como una montaña cuando se acuartela.
Es tan difícil de conocer como la oscuridad; su movimiento es como un trueno que retumba.
Para ocupar un lugar, divide a tus tropas. Para expandir tu territorio, divide los beneficios.
La regla general de las operaciones militares es desproveer de alimentos al enemigo todo lo que se pueda. Sin embargo, en localidades donde la gente no tiene mucho, es necesario dividir a las tropas en grupos más pequeños para que puedan tomar en diversas partes lo que necesitan, ya que sólo así tendrán suficiente.
En cuanto a dividir el botín, significa que es necesario repartirlo entre las tropas para guardar lo que ha sido ganado, no dejando que el enemigo lo recupere.
Actúa después de haber hecho una estimación. Gana el que conoce primero la medida de lo que está lejos y lo que está cerca: ésta es la regla general de la lucha armada.
El primero que hace el movimiento es el "invitado", el último es el "anfitrión". El "invitado" lo tiene difícil, el "anfitrión lo tiene fácil". Cerca y lejos significan desplazamiento: el cansancio, el hambre y el frío surgen del desplazamiento.
Un antiguo libro que trata de asuntos militares dice: "Las palabras no son escuchadas, par eso se hacen los símbolos y los tambores. Las banderas y los estandartes se hacen a causa de la ausencia de visibilidad." Símbolos, tambores, banderas y estandartes se utilizan para concentrar y unificar los oídos y los ojos de los soldados. Una vez que están unificados, el valiente no puede actuar solo, ni el tímido puede retirarse solo: ésta es la regla general del empleo de un grupo.
Unificar los oídos y los ojos de los soldados significa hacer que miren y escuchen al unísono de manera que no caigan en la confusión y el desorden. La señales se utilizan para indicar direcciones e impedir que los individuos vayan a donde se les antoje.
Así pues, en batallas nocturnas, utiliza fuegos y tambores, y en batallas diurnas sírvete de banderas y estandartes, para manipular los oídos y los ojos de los soldados.
Utiliza muchas señales para confundir las percepciones del enemigo y hacerle temer tu temible poder militar.
De esta forma, haces desaparecer la energía de sus ejércitos y desmoralizas a sus generales.
En primer lugar, has de ser capaz de mantenerte firme en tu propio corazón; sólo entonces puedes desmoralizar a los generales enemigos. Por esto, la tradición afirma que los habitantes de otros tiempos tenían la firmeza para desmoralizar, y la antigua ley de los que conducían carros de combate decía que cuando la mente original es firme, la energía fresca es victoriosa.
De este modo, la energía de la mañana está llena de ardor, la del mediodía decae y la energía de la noche se retira; en consecuencia, los expertos en el manejo de las armas prefieren la energía entusiasta, atacan la decadente y la que se bate en retirada. Son ellos los que dominan la energía.
Cualquier débil en el mundo se dispone a combatir en un minuto si se siente animado, pero cuando se trata realmente de tomar las armas y de entrar en batalla, es poseído por la energía; cuando esta energía se desvanece, se detendrá, estará asustado y se arrepentirá de haber comenzado. La razón por la que esa clase de ejércitos miran por encima del hombro a enemigos fuertes, lo mismo que miran a las doncellas vírgenes, es porque se están aprovechando de su agresividad, estimulada por cualquier causa.
Utilizar el orden para enfrentarse al desorden, utilizar la calma para enfrentarse con los que se agitan, esto es dominar el corazón.
A menos que tu corazón esté totalmente abierto y tu mente en orden, no puedes esperar ser capaz de adaptarte a responder sin límites, a manejar los acontecimientos de manera infalible, a enfrentarte a dificultades graves e inesperadas sin turbarte, dirigiendo cada cosa sin confusión.
Dominar la fuerza es esperar a los que vienen de lejos, aguardar con toda comodidad a los que se han fatigado, y con el estómago saciado a los hambrientos.
Esto es lo que se quiere decir cuando se habla de atraer a otros hacia donde estás, al tiempo que evitas ser inducido a ir hacia donde están ellos.
Evitar la confrontación contra formaciones de combate bien ordenadas y no atacar grandes batallones constituye el dominio de la adaptación.
Por tanto, la regla general de las operaciones militares es no enfrentarse a una gran montaña ni oponerse al enemigo de espaldas a ésta.
Esto significa que si los adversarios están en un terreno elevado, no debes atacarles cuesta arriba, y que cuando efectúan una carga cuesta abajo, no debes hacerles frente.
No persigas a los enemigos cuando finjan una retirada, ni ataques tropas expertas.
Si los adversarios huyen de repente antes de agotar su energía, seguramente hay emboscadas esperándote para atacar a tus tropas; en este caso, debes retener a tus oficiales para que no se lancen en su persecución.
No consumas la comida de sus soldados.
Si el enemigo abandona de repente sus provisiones, éstas han de ser probadas antes de ser comidas, por si están envenenadas.
No detengas a ningún ejército que esté en camino a su país.
Bajo estas circunstancias, un adversario luchará hasta la muerte. Hay que dejarle una salida a un ejército rodeado.
Muéstrales una manera de salvar la vida para que no estén dispuestos a luchar hasta la muerte, y así podrás aprovecharte para atacarles.
No presiones a un enemigo desesperado.
Un animal agotado seguirá luchando, pues esa es la ley de la naturaleza.
Estas son las leyes de las operaciones militares.

miércoles, agosto 24, 2011

LA FE DE NUESTROS PADRES por PHILIP K. DICK




En las calles de Hanoi se encontró frente a un vendedor ambulante sin piernas que iba sobre un carrito de madera y llamaba con gritos chillones a todos los transeúntes. Chien disminuyó la marcha escuchó, pero no se detuvo. Los asuntos del Ministerio de Artefactos Culturales ocupaban su mente y distraían su atención: era como si estuviera solo, y no lo rodearan los que iban en bicicletas y ciclomotores y motos a reacción. Y, asimismo, era como si el vendedor sin piernas no existiera.
—Camarada—lo llamó sin embargo, y persiguió hábilmente a Chien con su carrito, propulsado por una batería a helio—. Tengo una amplia variedad de remedios vegetales y testimonios de miles de clientes satisfechos. Descríbeme tu enfermedad y podré ayudarte.
—Está bien—dijo Chien, deteniéndose—, pero no estoy enfermo.
"Excepto—pensó— de la enfermedad crónica de los empleados del Comité Central: el oportunismo profesional poniendo a prueba en forma constante las puertas de toda posición oficial, incluyendo la mía."
—Por ejemplo puedo curar las afecciones radiactivas—canturreó el vendedor ambulante, persiguiéndolo aún—. O aumentar, si es necesario, la potencia sexual. Puedo hacer retroceder los procesos cancerígenos, incluso los temibles melanomas, lo que podríamos llamar cánceres negros.—Alzando una bandeja de botellas, pequeños recipientes de aluminio y distintas clases de polvos en recipientes de plástico, el vendedor canturreó—: Si un rival insiste en tratar de usurpar tu ventajosa posición burocrática, puedo darte un ungüento que bajo su apariencia de bálsamo cutáneo es una toxina increíblemente efectiva. Y mis precios son bajos, camarada. Y como atención especial a alguien de aspecto tan distinguido como el tuyo, te aceptaré en pago los dólares inflacionarios de posguerra en billetes, que tienen fama de moneda internacional pero en realidad no valen mucho más que el papel higiénico.
—Vete al infierno—dijo Chien, y le hizo señas a un taxi sobre colchón de aire que pasaba en ese momento.
Ya se había atrasado tres minutos y medio para su primera cita del día, y en el Ministerio sus diversos superiores de opulento trasero estarían haciendo rápidas anotaciones mentales, al igual que sus subordinados, que las harían en proporción aún mayor.
El vendedor dijo con calma:
—Pero, camarada, debes comprarme.
—¿Por qué?—preguntó Chien. Sentía indignación.
—Porque soy un veterano de guerra, camarada. Luché en la Colosal Guerra Final de Liberación Nacional con el Frente Democrático Unido del Pueblo contra los Imperialistas. Perdí mis extremidades inferiores en la batalla de San Francisco.—Ahora su tono era triunfante y socarrón—. Es la ley. Si te niegas a comprar las mercancías ofrecidas por un veterano, te arriesgas a que te multen o que te envíen a la cárcel..., además de la deshonra.
Con gesto cansado, Chien indicó al taxi que siguiera.
—Concedido—dijo—. Está bien, debo comprarte.—Dio un rápido vistazo a la pobre exhibición de remedios vegetales, buscando uno al azar—. Éste—decidió, señalando un paquetito de la última hilera y envuelto en papel.
El vendedor ambulante se rió.
—Eso es un espermaticida, camarada. Lo compran las mujeres que no pueden aspirar a La Píldora por razones políticas. Te sería poco útil. En realidad no te sería nada útil, porque eres un caballero.
—La ley no exige que te compre algo útil—dijo Chien en tono cortante—. Sólo que debo comprarte algo. Me llevaré ése.
Metió la mano en su chaqueta acolchada, buscando la billetera, henchida por los billetes inflacionarios de posguerra con los que le pagaban cuatro veces a la semana, en su calidad de servidor del gobierno.
—Cuéntame tus problemas—dijo el vendedor.
Chien lo miró asombrado. Atónito ante la invasión de su vida privada... por alguien que no era del gobierno.
—Está bien, camarada—dijo el vendedor, al ver su expresión—. No te sondearé. Perdona. Pero como doctor, como curador naturista, lo indicado es que sepa todo lo posible.—Lo examinó, con sus delgados rasgos sombríos—. ¿Miras la televisión mucho más de lo normal?—preguntó de pronto.
Tomado por sorpresa, Chien dijo:
—Todas las noches. Menos los viernes, cuando voy al club a practicar el enlace de novillos, ese arte esotérico importado del Oeste.
Era su única gratificación. Aparte de eso, se dedicaba por completo a las actividades del Partido.
El vendedor se estiró y eligió un paquetito de papel gris.
—Sesenta dólares de intercambio—declaró—. Con garantía total. Si no cumple con los efectos prometidos, devuelves la porción sobrante y se te reintegra todo el dinero, sin rencor.
—¿Y cuáles son los efectos prometidos?—dijo Chien, sarcástico.
—Descansa los ojos fatigados por soportar los absurdos monólogos oficiales—dijo el vendedor—. Es un preparado tranquilizante. Tómalo cuando te encuentres expuesto a los secos y extensos sermones de costumbre que...
Chien le dio el dinero, aceptó el paquete, y siguió su camino. "La ordenanza que ha establecido a los veteranos de guerra como clase privilegiada es una mafia—pensó—. Hacen presa en nosotros, los más jóvenes, como aves de rapiña."
El paquetito gris quedó olvidado en el bolsillo de su chaqueta mientras entraba al imponente edificio de posguerra del Ministerio de Artefactos Culturales, y a su propia oficina, bastante majestuosa, para comenzar su día de trabajo.


En la oficina lo esperaba un caucásico adulto, corpulento, vestido con un traje de seda Hong Kong marrón, cruzado, con chaleco. Junto al desconocido caucásico estaba su propio superior inmediato, Ssu-Ma Tso-pin. Tso-pin hizo las presentaciones en cantonés, un dialecto que dominaba bastante mal.
—Señor Tung Chien, le presento al señor Darius Pethel. El señor Pethel será el director de un nuevo establecimiento ideológico y cultural que se va a inaugurar en San Francisco, California. El señor Pethel ha dedicado una vida rica y plena al apoyo de la lucha del pueblo por destronar a los países del bloque imperialista mediante la utilización de instrumentos pedagógicos. De ahí su alta posición.
Se estrecharon la mano.
—¿Té?—le preguntó Chien.
Apretó el botón del hibachi infrarrojo y en un instante el agua comenzó a burbujear en el adornado recipiente de cerámica de origen japonés. Cuando se sentó ante su escritorio, vio que la fiel señorita Hsi había preparado la hoja de información (confidencial) sobre el camarada Pethel. Le dio un vistazo mientras simulaba efectuar un trabajo de rutina.
—El Benefactor Absoluto del Pueblo se ha entrevistado personalmente con el señor Pethel, y confía en él—dijo Tso-pin—. Eso es algo fuera de lo común. La escuela de San Francisco aparentará enseñar las filosofías taoístas comunes pero, desde luego, en realidad mantendrá abierto para nosotros un canal de comunicación con el sector joven intelectual y liberal de los Estados Unidos occidentales. Aún hay muchos vivos, desde San Diego a Sacramento; calculamos que unos diez mil. La escuela aceptará dos mil. El enrolamiento será obligatorio para los que seleccionemos. Usted estará relacionado en forma importante con los programas del señor Pethel. Ejem, el agua del té está hirviendo.
—Gracias—murmuró Chien, dejando caer la bolsita de té Lipton en el agua.
Tso-pin prosiguió:
—Aunque el señor Pethel supervisará la confección de los cursos educativos presentados por la escuela a su cuerpo de estudiantes, todos los exámenes escritos serán enviados a su oficina para que usted efectúe un estudio experto, cuidadoso, ideológico de ellos. En otras palabras, señor Chien, determinará cuál de los dos mil estudiantes es confiable, quiénes responden realmente a la programación y quiénes no.
—Ahora serviré el té—dijo Chien, haciéndolo ceremoniosamente.
—Hay algo de lo que debemos darnos cuenta—dijo Pethel en un cantonés retumbante aún peor que el de Tso-pin—. Una vez perdida la guerra contra nosotros, la juventud norteamericana ha desarrollado una aptitud notable para disimular.
Dijo la última palabra en inglés. Como no la entendía, Chien se volvió interrogante hacia su superior.
—Mentir—explicó Tso-pin.
—Pronunciar las consignas correctas en lo superficial, pero creerlas falsas interiormente—dijo Pethel. Los exámenes escritos de este grupo se parecerán mucho a los de los auténticos...
—¿Quiere decir que los exámenes escritos de dos mil estudiantes pasarán por mi oficina?—preguntó Chien. No podía creerlo—. Eso es un trabajo absorbente; no tengo tiempo para nada que se parezca.—Estaba espantado—. Dar aprobación o negativa crítica oficial a un grupo astuto como el que usted prevé...—gesticuló—. Me cago en...—inició en inglés.
Parpadeando ante el brutal insulto occidental, Tso-pin dijo:
—Usted tiene un equipo. Además, puede incorporar otros ayudantes. El presupuesto del Ministerio, aumentado este año, lo permitirá. Y recuerde: el mismo Benefactor Absoluto del Pueblo eligió al señor Pethel.
Ahora su tono era ominoso, aunque sólo sutilmente. Lo necesario para penetrar en la histeria de Chien y debilitarla hasta que se transformara en sumisión. Al menos momentánea. Para subrayar su afirmación, Tso-pin caminó hasta el fondo de la oficina; se detuvo ante el tridi-retrato tamaño natural del Benefactor Absoluto. Luego puso en funcionamiento el pasacinta montado tras el retrato. El rostro del Benefactor Absoluto se movió y brotó de él una homilía familiar, modulada en acentos más que familiares.
—Luchen por la paz, hijos míos—entonó con suavidad, con firmeza.
—Ajá—dijo Chien, aún perturbado, pero ocultándolo.
Era posible que una de las computadoras del Ministerio pudiese clasificar los exámenes escritos; podía emplearse una estructura de sí-no-quizá, junto a un preanálisis del esquema de corrección (o incorrección) ideológica. El asunto podía transformarse en rutina. Probablemente.
—He traído cierto material y me gustaría que usted lo analice, señor Chien—dijo Darius Pethel. Corrió el cierre de un desagradable y anticuado portafolio de plástico—. Dos ensayos de examen —dijo mientras le pasaba los documentos a Chien—. Esto nos permitirá saber si usted está capacitado para el trabajo.—Se volvió hacia Tso-pin. Sus miradas se encontraron—. Tengo entendido que si usted tiene éxito en la empresa será nombrado viceconsejero del Ministerio, y su Excelencia el Benefactor Absoluto del Pueblo le otorgará personalmente la medalla Kisterigian.
Pethel y Tso-pin le brindaron una sonrisa de cauteloso acuerdo.
—La medalla Kisterigian—repitió Chien como un eco. Aceptó los exámenes escritos, les dio un vistazo mostrando una tranquila indiferencia. Pero en su interior el corazón vibraba con tensión mal disimulada—. ¿Por qué estos dos? Quiero decir: ¿qué tengo que buscar en ellos, señor?
—Uno es obra de un progresista dedicado, un miembro leal del partido, cuyas convicciones han sido investigadas a fondo—dijo Pethel—. El otro es un joven stilyagi de quien se sospecha que sostiene degeneradas criptoideas imperialistas de pequeño burgués. Le corresponde decidir, señor, a quién pertenece cada trabajo.
Leyó el título del primer ensayo:

DOCTRINAS DEL BENEFACTOR ABSOLUTO ANTICIPADAS EN LA POESÍA DE BAHA AD-DIN ZUHAYR. DEL SIGLO TRECE. ARABIA.

Al hojear las primeras páginas, Chien vio una estrofa que le era familiar; se llamaba Muerte y la había conocido durante la mayor parte de su vida adulta, educada.

Fallará una vez, fallará dos veces,
sólo elige una entre muchas horas;
para él no hay profundidad ni altura,
es todo una llanura en donde busca flores.

—Poderoso—dijo Chien—. Este poema.
—El autor utiliza el poema para referirse a la sabiduría ancestral desplegada por el Benefactor Absoluto en nuestras vidas cotidianas, de modo que ningún individuo esté seguro—dijo Pethel al notar que los labios de Chien se movían releyendo la estrofa—. Todo somos mortales, y sólo la causa suprapersonal, históricamente esencial, sobrevive. Y así debe ser. ¿Estaría usted de acuerdo con él? ¿Con este estudiante, quiero decir? O...—Pethel hizo una pausa— ¿Quizás esté, en realidad, satirizando las proclamas de nuestro Benefactor Absoluto?
Precavido, Chien dijo:
—Permítame examinar el otro texto.
—No necesita más información. Decida.
Vacilante, Chien dijo:
—Yo... nunca había pensado en este poema de ese modo.—Se sentía irritado—. De todos modos, no es de Baha ad-Din Zuhayl forma parte de la recopilación las Mil y una noches. Sin embargo, es del siglo trece; lo admito.
Leyó con rapidez el texto que acompañaba al poema. Parecía ser un párrafo rutinario, poco inspirado, de clisés partidistas que él sabía de memoria. El ciego monstruo imperialista que segaba y absorbía (metáfora mixta) la aspiración humana, los cálculos del grupo anti-Partido aún en existencia en los Estados Unidos del Este... Se sentía sordamente aburrido, y tan poco inspirado como el estudiante del examen. Debemos perseverar, declaraba el texto. Eliminar los restos del Pentágono en las montañas Catskills, dominar a Tennessee y sobre todo el bolsón de reaccionarios empecinados de las colinas rojas de Oklahoma. Suspiró.
—Creo que debemos permitir que el señor Chien pueda considerar este difícil material cómodamente—dijo Tso-pin. Luego se dirigió a Chien—: Tiene permiso para llevarlo a su departamento, esta noche, y juzgarlos en sus horas libres.
Efectuó una reverencia entre burlona y solícita. Fuera o no un insulto, había librado a Chien del anzuelo, y Chien se lo agradecía.
—Son ustedes muy bondadosos al permitirme cumplir con esta nueva y estimulante labor en mis horas libres. De estar vivo, Mikoyan los aprobaría—murmuró.
"Bastardos—se dijo, incluyendo en el insulto tanto a su superior como al caucásico Pethel—. Arrojándome un clavo ardiente como éste, y en mis horas libres. Es obvio que el PC de Estados Unidos tiene problemas. Sus academias de adoctrinamiento no cumplen su trabajo con la excéntrica y muy terca juventud yanqui. Y se han ido 0asando este clavo ardiente de uno a otro hasta que llegó a mí."
"Gracias por nada”, pensó con amargura.

Aquella noche, en su departamento pequeño pero bien equipado, leyó el otro examen, escrito esta vez por una tal Marion Culper, y descubrió que también tenía que ver con la poesía. Era obvio que se trataba de un curso de poesía. Siempre le había resultado desagradable la utilización de la poesía (o de cualquier arte) con propósitos sociales. De todos modos, sentado en su cómodo sillón especial enderezador de columna, imitación de cuero, encendió un enorme cigarro corona Cuesta Rey Número Uno del Mercado Inglés y empezó a leer.
La autora del ensayo, la señorita Culper, había elegido como texto las líneas finales de la famosa Canción para el día de Santa Cecilia, de un poema de John Dryden, poeta inglés del siglo XVII:

... Así, cuando la última y temible hora
esta gastada procesión devore,
la trompeta se oirá en lo alto,
los muertos vivirán, los vivos morirán,
y la Música destemplará el cielo.

Bueno, esto es increíble, pensó Chien, cáusticamente. ¡Se supone que debemos creer que Dryden anticipó la caída del capitalismo? ¿Eso quiso decir al escribir "gastada procesión"?
Se inclinó para tomar el cigarro y descubrió que se había apagado. Tanteó en los bolsillos buscando su encendedor japonés, se detuvo...
¡Tuuiiii! se oyó por el televisor al otro lado de la sala de estar.
—Ajá—dijo Chien—. El Líder va a hablarnos. El Benefactor Absoluto del Pueblo. Lo hará desde Pekín, donde ha vivido durante los últimos noventa años. ¿O cien? O, como a veces nos gusta pensar en él, el Asno...
—Que los diez mil capullos de la abyecta pobreza autoasumida florezcan en vuestro jardín espiritual—dijo el locutor del canal televisivo.
Chien se detuvo con un gruñido y ejecutó la reverencia de respuesta obligatoria. Cada televisor estaba equipado con mecanismos de control que informaban a la Polseg, la Policía de Seguridad, si el propietario estaba haciendo la reverencia y/o mirando.
Un rostro claramente definido se manifestó en la pantalla: los rasgos amplios, lisos, saludables del líder del PC oriental, de ciento veinte años de edad, gobernante desde muchos..., demasiados años. Chien le sacó la lengua mentalmente y volvió a sentarse en el sillón de imitación de cuero, ahora frente al televisor.
—Mis pensamientos están concentrados en ustedes, hijos míos —dijo el Benefactor Absoluto con sus tonos ricos y lentos—. Y sobre todo en el señor Tung Chien, de Hanoi, que tiene una difícil tarea por delante, una tarea que enriquece al pueblo del Oriente Democrático, además de la Costa Oeste Americana. Debemos pensar todos juntos en este hombre noble y dedicado, y en el trabajo que enfrenta, y yo mismo he decidido emplear algunos momentos de mi tiempo para honrarlo y alentarlo. ¿Me está oyendo, señor Chien?
—Sí, Su Excelencia—dijo Chien, y consideró las posibilidades de que el Líder del Partido lo hubiera elegido a él en esta noche en especial.
Las posibilidades eran tan escasas que experimentó un cinismo anormal en un camarada. Le sonaba poco convincente. Lo más probable era que la transmisión se emitiera sólo a su edificio de departamentos... o al menos sólo a aquella ciudad. También podría ser un trabajo de sincronización labial hecho en la TV de Hanoi. Incorporado. Sea como fuere, se le exigía que escuchara y mirara... y absorbiera. Lo hizo, gracias a toda una vida de práctica. Exteriormente parecía prestar una atención inflexible. En su fuero interno aún cavilaba sobre los dos exámenes escritos, preguntándose cuál era el correcto: ¿dónde terminaba el devoto entusiasmo por el Partido y comenzaba la sátira sardónica? Era difícil determinarlo..., lo cual explicaba, desde luego, por qué habían descargado la labor en su regazo.
Volvió a tantear los bolsillos en busca del encendedor... y encontró el sobrecito gris que le había vendido el mercachifle veterano de guerra. Recordó lo que le había costado. Dinero tirado, pensó. ¿Y qué era lo que hacía este remedio? Nada. Dio vuelta al envoltorio y vio, en la parte de atrás, un texto en letras muy pequeñas. Comenzó a desdoblar el paquete con cuidado. Las palabras lo habían atrapado... para eso estaban preparadas, por supuesto.
¿Fracasando como miembro del Partido y ser humano? ¿Temeroso de volverse obsoleto y ser arrojado al montón de cenizas de la historia por

Paseó la vista con rapidez sobre el texto, ignorando sus afirmaciones, buscando datos para saber qué había comprado.
Entretanto, la voz del Benefactor Absoluto seguía zumbando.
Rapé. El paquetito contenía rapé. Innumerables granitos negros, como pólvora, de los que subía un atrayente aroma que le cosquilleó la nariz. Descubrió que el nombre de esa mezcla en particular era Princess Special. Y era muy agradable. En una época había tomado rapé (durante un tiempo, fumar tabaco había estado prohibido por razones sanitarias) en sus días de estudiante en la Universidad de Pekín; estaba de moda, sobre todo las mezclas afrodisíacas preparadas en Chungking. ¿Sería ésta como aquéllas? Al rapé se le podía agregar casi cualquier sustancia aromática, desde esencia de naranja hasta excremento de bebé pulverizado... o al menos eso parecían algunas, sobre todo una mezcla inglesa llamada High Dry Toast que por sí sola habría bastado para poner punto final a su costumbre de inhalar tabaco.
En la pantalla televisiva el Benefactor Absoluto seguía retumbando monótono, mientras Chien aspiraba el polvo con cautela y leía el prospecto: curaba todo, desde llegar tarde al trabajo hasta enamorarse de mujeres con pasado político dudoso. Interesante. Pero típico de los prospectos...
Sonó el timbre.
Se levantó y caminó hasta la puerta, sabiendo perfectamente lo que iba a encontrar. Como no podía ser de otra manera, allí estaba Mou Kuei, el guardia del edificio, pequeño y torvo y dispuesto a cumplir con su deber; se había colocado la faja en el brazo y el casco metálico, para mostrar que estaba de servicio.
—Señor Chien, camarada trabajador del Partido. He recibido una llamada de la autoridad televisiva. Usted no está mirando su pantalla y en vez de eso juguetea con un paquete de contenido dudoso.—Extrajo un anotador y un bolígrafo—. Dos marcas rojas, y se le ordena en forma sumaria que a partir de ese momento descanse en una posición cómoda y sin tensiones ante su pantalla, y brinde al Líder su excelsa atención. Esta noche sus palabras se dirigen a usted en especial, señor. A usted.
—Lo dudo—se oyó decir Chien.
Parpadeando, Kuei dijo:
—¿Qué quiere usted decir?
—El Líder gobierna ocho mil millones de camaradas. No va a elegirme a mí.
Se sentía furioso; la exactitud del reproche del guardia lo fastidiaba.
Kuei dijo:
—Lo oí claramente con mis propios oídos. Usted fue mencionado.
Acercándose al televisor, Chien aumentó el volumen.
—¡Pero ahora está hablando sobre el fracaso de las cosechas en la India Popular! Eso no tiene importancia para mí.
—Todo lo que el Líder expone es importante.—Mou Kuei garabateó una marca en la hoja de su anotador, se inclinó ceremoniosamente y se giró—. La orden de venir aquí para que usted enfrentara su negligencia procedía del Departamento Central. Es obvio que consideran importante su atención; debo ordenarle que ponga en marcha el circuito de grabación automática y vuelva a pasar las partes anteriores del discurso del Líder.
Chien hizo un sonido obsceno con la lengua. Y cerró la puerta.
Caminó hasta el televisor, empezó a apagarlo; una luz roja parpadeó de inmediato, informándole que no tenía permiso para hacerlo: en realidad, no podía terminar con la perorata y la imagen, ni siquiera desenchufándolo. "Los discursos obligatorios nos van a matar—pensó—. Nos van a enterrar a todos; si pudiera librarme del ruido de los discursos, librarme del alboroto del Partido cuando ladra para azuzar a la humanidad..."
Sin embargo, no había ordenanza conocida que le impidiera tomar rapé mientras contemplara al Líder. Así que abrió el paquetito gris y derramó una porción de gránulos negros sobre el dorso de su mano izquierda. Luego alzó la mano con gesto profesional hasta su nariz e inhaló profundamente, haciendo que el polvo le penetrase bien en las fosas nasales. Pensó en la antigua superstición. Que las fosas nasales están conectadas con el cerebro, y en consecuencia la inhalación de rapé afectaba en forma directa la corteza cerebral. Sonrió, otra vez sentado, con la vista fija en la pantalla y en el individuo gesticulante tan conocido por todos.
El rostro se fue achicando, desapareció. El sonido cesó. Estaba ante un vacío, una superficie lisa. La pantalla, frente a él, era blanca y pálida, y en el altavoz sonaba un débil zumbido.
Inhaló golosamente el polvo que quedaba sobre la mano, haciéndolo subir con avidez hacia la nariz, hacia las fosas nasales y—o al menos así lo sentía—hacia el cerebro; se hundió en el rapé, absorbiéndolo con júbilo.
La pantalla permaneció vacía y luego, en forma gradual, una imagen fue tomando forma. No era el Líder. No era el Benefactor Absoluto del Pueblo; a decir verdad, no era nada que se pareciera a una figura humana.
Ante él había un muerto aparato metálico, construido con circuitos impresos, seudópodos giratorios, lentes y una caja chirriante. Y la caja empezó a arengarlo con un clamor zumbante y monótono.
Sin poder apartar los ojos de la imagen pensó: "¿Qué es esto? ,¿La realidad? Una alucinación—decidió—. El vendedor ambulante ha hallado alguna de las drogas psicodélicas utilizadas durante la Guerra de Liberación... ¡La está vendiendo y yo tomé un poco, tomé una porción completa!"
Caminó dificultosamente hasta el videófono y marcó el número de la seccional Polseg más cercana al edificio.
—Quiero informar sobre un traficante de drogas alucinógenas —dijo en el receptor.
—¿Podría decirme su nombre, señor, y la ubicación de su departamento?
Era un burócrata oficial eficiente, enérgico e impersonal.
Le dio la información, luego volvió tambaleando a su sillón a imitación de cuero, para presenciar una vez más la aparición sobre la pantalla televisiva. "Esto es mortal—se dijo—. Debe de ser un producto desarrollado en Washington D. C., o en Londres: más fuerte y más extraño que el LSD-25 que vertieron con tanta eficacia en nuestros depósitos de agua. Y yo creía que iba a aliviarme de la carga de los discursos del Líder... esto es mucho peor, esta monstruosidad electrónica, de plástico y acero, farfullando, contorsionándose, parloteando: es algo terrorífico."
"Tener que enfrentarme a esto por el resto de mis días..."
El equipo de dos hombres de la Polseg llegó en diez minutos. Y para entonces la imagen familiar del Líder había vuelto a entrar en foco en una serie de pasos sucesivos, reemplazando la horrible construcción artificial que agitaba sus tentáculos y chirriaba sin fin. Temblando, Chien hizo entrar a los dos agentes y los condujo hasta la mesa donde había dejado el paquete con el resto de rapé.
—Toxina psicodélica—dijo con voz apagada—. Efectos de corta duración. La corriente sanguínea la absorbe en forma directa, a través de los capilares nasales. Les daré detalles acerca de cómo la conseguí, quién me la vendió, y demás.
Aspiró con fuerza, tembloroso; la presencia de la policía era reconfortante.
Con los boligrafos listos, los dos oficiales esperaban. Y durante todo ese tiempo sonaba como fondo el discurso interminable del Líder. Como había ocurrido mil veces antes en la vida de Tung Chien. "Pero nunca volverá a ser igual—pensó—, al menos para mí. No después de inhalar ese rapé casi tóxico."
"¿Eso es lo que ellos pretendían?", se preguntó.
Le pareció extraño pensar en ellos. Curioso... pero de algún modo correcto. Vaciló un instante, sin dar a la policía los detalles necesarios para encontrar al hombre. Un vendedor ambulante, empezó a decir. No sé dónde; no puedo recordar.
Pero recordaba la intersección exacta de las calles. Así que, con una resistencia inexplicable se lo dijo.
—Gracias, camarada Chien.—El agente de mayor graduación tomó con cuidado lo que quedaba de rapé (quedaba la mayor parte) y lo colocó en el bolsillo de su uniforme severo, elegante—. Le informaremos de inmediato en caso de que tenga que tomar medidas médicas. Algunas de las antiguas sustancias psicodélicas de la guerra eran fatales, como sin duda usted habrá leído.
—He leído—asintió.
Justamente en eso había estado pensando.
—Buena suerte y gracias por avisarnos—dijeron los dos agentes, y partieron.
El informe del laboratorio llegó con rapidez sorprendente, teniendo en cuenta la burocracia estatal. Se lo pasaron por el videófono antes de que el Líder hubiese terminado su discurso televisivo.
—No es un alucinógeno—le informó el técnico del laboratorio Polseg.
—¿No?—dijo perplejo y, extrañamente, sin sentir alivio en ningún aspecto.
—Todo lo contrario. Es una fenotiacina, que como usted sin duda sabe es antialucinógena. Una fuerte dosis por cada gramo de mezcla, pero inofensiva. Puede bajarle la presión arterial o darle sueño. Es probable que la hayan robado de algún escondite de provisiones médicas de la guerra abandonado durante la retirada. Yo en su caso no me preocuparía.
Chien colgó el videófono lentamente, abstraído. Y luego caminó hasta la ventana del departamento, la ventana que daba sobre la espléndida vista de otros edificios horizontales de Hanoi.
Sonó el timbre. Cruzó la sala alfombrada para contestar, como en un trance.


La muchacha que estaba allí de pie, vestida con un impermeable y un pañuelo atado sobre su cabello oscuro, brillante y muy largo, dijo con una tímida vocecita:
—Eh... ¿Camarada Chien? ¿Tung Chien? Del Ministerio de...
—Han estado controlando mi videófono—le dijo; era un disparo al azar, pero una certeza muda le indicaba que era cierto.
—¿Ellos... se llevaron lo que quedaba de rapé?—Miró a su alrededor—. Oh, espero que no; es tan difícil conseguirlo en estos días.
—El rapé es fácil de conseguir—dijo él—. La fenotiacina, no. ¿Es eso lo que quiere usted decir?
La muchacha alzó la cabeza y lo estudió con sus amplios y oscuros ojos lunares.
—Sí, señor Chien... —Vaciló, con una indecisión tan obvia como la seguridad de los agentes de la Polseg—. Cuénteme lo que vio; para nosotros es muy importante estar seguros.
—¿Acaso puedo elegir?—dijo él, irónico.
—S... sí, ya lo creo. Eso es lo que nos confundió; eso es lo que se salió de los planes. No comprendemos; no se adapta a ninguna teoría. —Sus ojos se hicieron aún más oscuros y profundos—: ¿Tomó la forma del horror acuático? ¿O de la cosa con fango y dientes, la forma de vida extraterrestre? Por favor, dígamelo; necesitamos saberlo.
Su respiración era irregular, forzada, el impermeable subía y bajaba; Chien se descubrió contemplando el ritmo con que lo hacía.
—Una máquina—dijo.
—¡Oh!—ella sacudió la cabeza, asintiendo con vigor—. Sí, entiendo; un organismo mecánico que no se parece en nada a un hombre. No es un simulacro, algo construido para parecerse a un hombre.
—Este no parecía un hombre—dijo Tung Chien, y agregó para sí: "y no podía, no pretendía hablar como un hombre".
—Usted comprende que no era una alucinación.
—Oficialmente me informaron que lo que tomé era fenotiacina. Eso es todo lo que sé.
Decía lo mínimo posible, no quería hablar ni oír. Oír lo que la muchacha pudiera decirle.
—Bien, señor Chien...—lanzó un suspiro hondo, inseguro—. Si no era una alucinación, entonces ¿qué era? ¿Qué es lo que nos queda? Lo que llamamos "super-conciencia", ¿puede ser esto?
Él no contestó; dándole la espalda, tomó con lentitud los dos exámenes escritos, los hojeó, ignorándola. Esperando la próxima tentativa de la muchacha.
Apareció por sobre su hombro, exhalando un aroma a lluvia primaveral, a dulzura y agitación; su olor era hermoso, y su aspecto, y su modo de hablar. "Tan distinto de los ásperos discursos esquemáticos que oímos en la televisión y que he oído desde que nací."
—Algunos de los que toman la estelacina, y lo que usted tomó era estelacina, ven una aparición, algunos, otra. Pero han surgido distintas categorías; no hay una variedad infinita. Unos ven lo que usted vio, que llamamos el Chirriante. Otros ven el horror acuático, el Tragón. Y luego están el Pájaro, y el Tubo Trepador, y...—se interrumpió—. Pero otras reacciones nos dicen muy poco.—Vaciló, luego siguió adelante—. Ahora que le ha ocurrido esto, señor Chien, nos gustaría que se uniera a nuestra agrupación y que se unan a su grupo particular los que ven lo que usted ve. El Grupo Rojo. Queremos saber qué es eso realmente...—Hizo un gesto con sus dedos delgados, suaves como la cera—. No puede ser todas esas manifestaciones a la vez.
Su tono era conmovedor, ingenuo. Chien sintió que su tensión se relajaba. . . un poco.
—¿Qué ve usted?—dijo—. Usted en particular.
—Formo parte del Grupo Amarillo. Veo... una tormenta. Un remolino quejumbroso, maligno. Que lo arranca todo de raíz, tritura edificios horizontales construidos para durar un siglo.—Sobre su rostro apareció una sonrisa melancólica—. El Triturador. Son doce grupos en total, señor Chien. Doce experiencias absolutamente distintas, todas provocadas por las mismas fenotiacinas, todas del Líder cuando habla por televisión. Cuando eso habla, mejor dicho.
Sonrió hacia él, con sus largas pestañas (probablemente artificiales) y su mirada atractiva e incluso confiada. Como si creyera que él sabía algo o podía hacer algo.
—Como ciudadano debería hacerla arrestar—dijo un momento después.
—No hay leyes acerca de esto. Estudiamos los escritos jurídicos soviéticos antes de... encontrar gente que distribuyera la estelacina. No tenemos mucha; debemos elegir cuidadosamente a quién se la damos. Nos pareció que usted era alguien adecuado..., un joven profesional de posguerra en ascenso, muy conocido, dedicado a su trabajo.—Tomó los exámenes escritos que él tenía en la mano—. ¿Le ordenaron hacer Lectu-pol?—preguntó.
—¿Lectu-pol?
No conocía el término.
—Analizar algo dicho o escrito para ver si se adecua a la visión del mundo actual del Partido. En su nivel jerárquico lo llaman sencillamente "leer", ¿verdad?—Volvió a sonreír—. Cuando suba un escalón más, y esté junto al señor Tso-pin, conocerá esa expresión—agregó sombría—: Y al señor Pethel. Él ha llegado muy alto. No hay escuela ideológica en San Francisco; estos son exámenes fraguados, concebidos para que puedan reflejar un análisis cabal de su ideología política, señor Chien. "Y fue capaz de distinguir cuál texto es ortodoxo y cuál herético?—Su voz era como la de un duende. Se burlaba de él con divertida malicia—. Elija el equivocado y su carrera en flor morirá, se detendrá en seco. Elija el correcto. . .
—¿Usted sabe cuál es el correcto?—preguntó Chien.
—Sí—asintió ella con sobriedad—. Tenemos micrófonos ocultos en las oficinas internas del señor Tso-pin; controlamos su conversación con el señor Pethel... que no es el señor Pethel sino el Inspector Mayor de la Polseg, Judd Craine. Posiblemente haya oído hablar de él; actuó como asistente en jefe del juez Vorlawsky en los tribunales para crímenes de guerra de Zurich, en el noventa y ocho.
—Ya. .. veo—dijo con dificultad.
Bueno, aquello lo explicaba todo.
—Me llamo Tanya Lee —dijo la muchacha.
Chien no dijo nada; sólo asintió, demasiado aturdido como para hacer funcionar su cerebro.
—Técnicamente soy un empleado sin importancia en su Ministerio—dijo la señorita Lee—. Nunca nos hemos encontrado, al menos que yo recuerde. Tratamos de obtener puestos en todos los lugares que podamos. Los más altos posible. Mi propio jefe...
—¿Le parece correcto que me lo cuente?—señaló el televisor, que seguía encendido—. ¿No lo estarán registrando?
—Instalamos un factor de interferaencia en la recepción visual y auditiva de este edificio—dijo Tanya Lee—. Les llevará casi una hora localizarlo. Así que tenemos...—se fijó en el reloj de pulsera de su delgada muñeca—quince minutos más. Y aún estaremos seguros.
—Dígame cuál de los escritos es el ortodoxo.
—¿Eso es lo que le importa? ¿Realmente?
—¿Y qué es lo que debería importarme?—dijo él.
—¿No entiende, señor Chien? Usted ha aprendido algo. El Líder no es el Líder; es otra cosa, pero no podemos saber qué. Aún no. Señor Chien, con el debido respeto, ¿alguna vez hizo analizar su agua corriente? Sé que suena paranoico, ¿pero lo hizo?
—No—dijo Chien—. Por supuesto que no—sabiendo lo que iba a decir la muchacha.
La señorita Lee dijo con rapidez:
—Nuestros análisis demuestran que está saturada de alucinógenos. Lo está, lo estuvo y lo seguirá estando. No del tipo utilizado durante la guerra; no son los desorientadores, sino un derivado sintético, casi un alcaloide, llamado Datrox-3. Usted lo bebe en el edificio desde que se levanta; lo bebe en los restaurantes y en los departamentos que visita. Lo bebe en el Ministerio; llega por las cañerías desde una sola fuente central.—Su tono era frío y feroz—. Resolvimos el problema; apenas efectuamos el descubrimiento supimos que cualquier fenotiacina podía contrarrestarlo. Lo que no sabíamos, por supuesto, era esto: una variedad de experiencias auténticas; desde un punto de vista racional, eso no tiene sentido. Lo que debería cambiar de una persona a otra es la alucinación, y la experiencia de lo real debería ser omnipresente: está dado al revés. Ni siquiera hemos logrado elaborar una teoría adecuada que pueda explicarlo, y Dios sabe que lo hemos intentado. Doce alucinaciones que se excluyen entre sí: eso sería fácil de comprender. Pero no una alucinación y doce realidades.—Dejó de hablar y observó los dos exámenes escritos—. El del poema árabe es el ortodoxo—afirmó—. Si les dice eso confiarán en usted y le otorgarán un cargo más alto. Será un paso adelante en la jerarquía de la oficialidad del Partido. —Sus dientes eran perfectos y adorables. Sonriendo, terminó—: Su carrera está asegurada por un tiempo. Y gracias a nosotros.
—No le creo—dijo Chien.
Instintivamente, la cautela actuaba en su interior, la cautela de toda una vida vivida entre los duros hombres de la rama Hanoi del PC Oriental. Conocían una infinidad de métodos para dejar a un rival fuera de combate: había empleado algunos él mismo. Había visto otros utilizados contra él o contra los demás. Este podía ser un nuevo método, uno que no le resultaba familiar. Siempre era posible.
—En el discurso de esta noche, el Líder se dirigió a usted en especial—dijo la señorita Lee—. ¿No le sonó extraño? ¿Usted entre todos? Un funcionario menor de un pobre Ministerio.
—Lo admito—dijo—. Me dio esa impresión, sí.
—Era auténtico. Su Excelencia está preparando una élite de hombres jóvenes, de posguerra; espera que infunda nueva vida a la jerarquía fanática y moribunda de vejestorios y mercenarios del Partido. Su Excelencia lo eligió a usted por la misma razón que nosotros: si prosigue su carrera en forma correcta, ésta lo llevará a la cúspide. Al menos por un tiempo..., por lo que sabemos. Esas son las perspectivas.
"Así que prácticamente todos confían en mí—pensó Chien—. Salvo yo mismo; y mucho menos después de la experiencia con el rapé antialucinógeno. Eso había sacudido años de confianza. Sin embargo, empezaba a recuperar la serenidad; al principio lentamente, luego de golpe.
Fue hasta el videófono, alzó el receptor y comenzó a marcar el número de la Policía de Seguridad de Hanoi, por segunda vez en esa noche.
—Entregarme sería la segunda decisión regresiva que usted puede hacer—dijo la señorita Lee—. Les diré que me trajo aquí para sobornarme; usted pensaba que por mi posición en el Ministerio yo sabría qué examen escrito elegir.
—¿Y cuál fue mi primera decisión regresiva?—preguntó él.
—No tomar una dosis mayor de fenotiacina—dijo llanamente la señorita Lee.
Mientras colgaba el videófono, Chien pensó: "No entiendo lo que me está pasando. Hay dos fuerzas: por un lado el Partido y Su Excelencia... por el otro esta muchacha con su supuesto grupo. Uno quiere hacerme ascender lo más posible dentro de la jerarquía del partido; el otro..." ¿Qué quería Tanya Lee? Por debajo de las palabras, dentro de una membrana de desdén casi trivial por el Partido, el Líder, los esquemas éticos del Frente Democrático Unido del pueblo: ¿qué pretendía ella respecto a él?
—¿Es usted anti-Partido?—preguntó con curiosidad.
—No.
—Pero...—hizo un gesto—. Eso es todo lo que existe: Partido y anti-Partido. Usted debe de ser del Partido, entonces.—La miró a los ojos, perplejo; ella le sostuvo la mirada con serenidad—. Ustedes tienen una organización y se reúnen. ¿Qué pretenden destruir? ¿El funcionamiento normal del gobierno? Son como los estudiantes desleales de los Estados Unidos durante la Guerra de Vietnam, cuando detenían a los trenes de tropas, hacían demostraciones...
—No era así—dijo la señorita Lee con tono cansado—. Pero olvídelo; ese no es el tema. Lo que queremos saber es esto: ¿quién qué nos está dirigiendo? Debemos avanzar lo suficiente como para enrolar a alguien, un joven técnico en ascenso del Partido, que pueda llegar a ser invitado a una entrevista personal con el Líder, ¿comprende?—Su voz se hizo apremiante; consultó el reloj, era obvio que estaba ansiosa por partir: casi habían pasado los quince minutos—. En realidad, hay muy pocas personas que ven al Líder. Quiero decir verlo verdaderamente.
—Está recluido—dijo él—. Por su avanzada edad.
—Tenemos esperanzas de que si usted pasa la prueba fraguada que le han preparado, y con mi ayuda lo hará, será invitado a una de las reuniones que el Líder convoca de vez en cuando, de las que por supuesto no informan los periódicos. ¿Entiende ahora?—Su voz se hizó aguda, en un frenesí de desesperación—. Entonces sabríamos. Si usted puede entrar bajo la influencia de la droga antialucinógena, podrá enfrentar cara a cara lo que él es realmente...
Pensando en voz alta, Chien dijo:
—Y terminar con mi carrera como servidor público. Y quizá también con mi vida.
—Usted nos debe algo—estalló Tanya Lee, con las mejillas blancas—. Si yo no le hubiera dicho qué texto escoger habría elegido el equivocado y su carrera de servidor público habría terminado de cualquier manera. Habría fallado... ¡fallado en una prueba que ni siquiera sabía qué se pretendía con ella!
—Tenía un cincuenta por ciento de posibilidades a mi favor —dijo él con suavidad.
—No.—La muchacha sacudió la cabeza con furia—. El texto herético está adulterado con un montón de jerga partidista; elaboraron los dos escritos deliberadamente para atraparlo. ¡Quieren que usted falle!
Chien examinó otra vez los textos, confundido. "Tenía ella razón? Era posible. Probable. Conociendo como conocía a los funcionarios, y en particular a Tso-pin, su superior, aquello sonaba convincente. Se sintió cansado. Derrotado. Luego dijo a la muchacha:-
—Lo que están tratando de obtener de mí es un quid pro quo. Ustedes hicieron algo por mí: consiguieron, o pretenden haber conseguido, la respuesta para esta consulta del partido. Pero ya cumplieron con su parte. ¿Qué puede impedirme que la eche de aquí de mal modo? No estoy obligado a hacer absolutamente nada.
Oyó su propia voz, monótona, con la pobreza de énfasis emocional típica de los círculos del Partido.
La señorita Lee dijo:
—Mientras usted siga subiendo en la escala jerárquica, habrá otras consultas. Y las controlaremos también para usted en esos casos.
Estaba tranquila, serena; era obvio que había previsto su reacción.
—¿Cuánto tiempo tengo para pensarlo?
—Ahora me voy. No tenemos prisa; usted no va a recibir una invitación a la villa del Río Amarillo del Líder ni la semana próxima ni el mes próximo.—Mientras se dirigía a la puerta y la abría, hizo una pausa—. Nos pondremos en contacto con usted a medida que le den las pruebas de clasificación camufladas; le suministraremos las respuestas: se encontrará con uno o más de nosotros en esas ocasiones. Lo más probable es que no sea yo; ese veterano de guerra incapacitado le venderá las hojas con las respuestas correctas cuando usted salga del edificio del Ministerio. —Le brindó una sonrisa breve, como una vela que se apaga—. Pero uno de estos días, seguramente en forma inesperada, recibirá una invitación formal, elegante y oficial para ir a la villa del Líder, y cuando lo haga irá bien sedado con estelacina... quizá la última dosis de nuestra ya escasa provisión. Buenas noches.
La puerta se cerró tras ella: había partido.
"Pueden chantajearme por lo que he hecho—pensó—. Y ni siquiera se molestó en mencionarlo; visto y considerando en lo que están implicados, no valía la pena hacerlo. Ya había informado a la patrulla de la Polseg que le habían dado una droga que resultó ser una fenotiacina. Así que ellos lo saben. Me vigilarán; estarán alerta. Técnicamente, no he violado ninguna ley, pero... estarán vigilando... Sin embargo, siempre vigilan, de un modo u otro."
Se relajó un poco pensando en eso. Con el paso de los años se había acostumbrado, como todos.
"Veré al Benefactor Absoluto del Pueblo como es—se dijo—.Cosa que posiblemente nadie haya hecho. ¿Qué será? ¿Cuál de las subclases de imágenes no alucinatorias? Clases que ni siquiera conozco... una visión que puede abrumarme por completo. ¿Cómo voy a mantener la calma y el equilibrio durante esa noche, si es como la forma que vi en la pantalla del televisor? El Triturador, el Chirriante, el Pájaro, el Tubo Trepador, el Tragón... o algo peor."
Se preguntó en qué consistinan algunas de las otras visiones... y luego abandonó ese tipo de especulación; era improductiva. Y provocaba ansiedad.


A la mañana siguiente, el señor Tso-pin y el señor Darius Pethel lo encontraron en su oficina, ambos tranquilos pero expectantes. Sin decir una palabra, les tendió uno de los dos "exámenes escritos". El ortodoxo, con su breve y angustioso poema árabe.
—Este es obra de un dedicado miembro o candidato a miembro del Partido—dijo con firmeza—. El otro...—arrojó las hojas restantes sobre el escritorio—. Basura reaccionaria. —Se sentía furioso—. A pesar de una superficial...
—Está bien, señor Chien—dijo Pethel, asintiendo—. No necesitamos explorar todas y cada una de las ramificaciones; su análisis es correcto. ¿Oyó que anoche el Líder lo mencionó en su discurso televisivo?
—Por supuesto que sí—dijo Chien.
—Entonces sin duda habrá deducido que hay algo muy importante implicado en lo que estamos intentando—dijo Pethel. El Líder está interesado en usted; eso es evidente. Para ser más precisos, se ha comunicado conmigo al respecto.—Abrió su atestado portafolios y revolvió en su interior—. Extravié el maldito asunto. De todos modos...—Miró a Tso-pin, que asintió levemente—. A Su Excelencia le agradaría verlo en la cena que ofrecerá el próximo jueves por la noche en la villa del Río Yangtsé. Sobre todo, la señora Fletcher aprecia...
—¿La señora Fletcher?—dijo Chien—. ¿Quién es la señora Fletcher?
Luego de una pausa Tso-pin dijo con voz seca:
—La esposa del Benefactor Absoluto. El verdadero nombre de Su Excelencia, que sin duda usted no habrá oído nunca, es Thomas Fletcher.
—Es un caucásico—explicó Pethel—. Procede del Partico Comunista Neozelandés; participó en la difícil lucha por el poder en ese país. Esta información no es secreta en sentido estricto, pero por otra parte no se ha divulgado.—Titubeó, jugueteando con cadena de su reloj—. Probablemente sea mejor que la olvide. Desde luego, apenas se encuentre con él cara a cara lo advertirá, se dará cuenta de que es un caucásico. Como yo. Como muchos de nosotros.
—La raza no tiene nada que ver con la lealtad hacia el Líder y el Partido—señaló Tso-pin—. El señor Pethel es un ejemplo.
"Su Excelencia engaña—pensó Chien—. Sobre la pantalla de televisión no parecía ser occidental. "
—En la televisión...—comenzó a decir.
—La imagen es sometida a una complicada serie de retoques habilidosos—interrumpió Tso-pin—. Por motivos ideológicos. La mayor parte de las personas que ocupan altos puestos lo saben.
Y clavó en Chien una mirada de dura crítica.
"Así que todos están de acuerdo—pensó Chien—. Lo que vemos todas las noches no es real. La cuestión es: ¿hasta qué punto es irreal? ¿Parcialmente? ¿O completamente?"
—Estaré preparado—dijo con rigidez.
"Ha habido un fallo—pensó—. El grupo que representa Tanya Lee no esperaba que yo consiguiera entrar tan pronto. ¿Dónde está el antialucinógeno? ¿Podrán alcanzármelo o no? Es probable que no, con tan poco tiempo. "
Extrañamente, se sintió aliviado. Iba a presentarse ante Su Excelencia en una situación que le permitiría verlo como ser humano, verlo como él (y todos los demás) lo veían en la televisión. Sería una cena partidista estimulante y alegre, con algunos de los miembros más influyentes del Partido en Asia. "Creo que podremos pasarlo bien sin las fenotiacinas", se dijo. Y su sensación de alivio aumentó.
—Por fin la encontré—dijo Pethel de pronto, extrayendo un sobre blanco del portafolios—. Su tarjeta de entrada. Usted viajará en sino-cohete hasta la villa del Líder el jueves por la mañana; allí el oficial de protocolo lo instruirá acerca de cómo debe comportarse. Se trata de una cena de etiqueta, con corbata blanca y frac, pero la atmósfera será cordial. Siempre hay brindis en abundancia. He asistido a dos reuniones semejantes.—Emitió una sonrisa chillona—. EI señor Tso-pin no ha sido honrado de la misma forma. Pero como dicen, todo llega para quien sabe esperar. Ben Franklin lo dijo.
—Para el señor Chien la ocasión ha llegado de modo bastante prematuro—dijo Tso-pin. Se encogió de hombros filosóficamente. Pero nunca solicitaron mi opinión.
—Otra cosa—le dijo Pethel a Chien—. Es posible que cuando vea a Su Excelencia en persona se sienta desilusionado en ciertos aspectos. Esté atento para que no se note, si esos son sus sentimientos. Siempre nos hemos inclinado, y hemos sido educados para eso, a considerarlo como algo más que un hombre. Pero en la mesa es... un tonto malicioso. En algún sentido, como nosotros mismos. Por ejemplo, puede dar rienda suelta a un aspecto moderadamente humano de actividad oral agresiva y pasiva; quizá cuente una broma fuera de lugar o beba demasiado... Para ser francos, nadie sabe por anticipado cómo terminarán esas reuniones, pero por lo general duran hasta bien entrada la mañana del día siguiente. Así que sería sensato que acepte la dosis de anfetaminas que le ofrecerá el oficial de protocolo.
—¿Cómo?—dijo Chien.
Aquello era algo nuevo e interesante.
—Para la tensión nerviosa. Y para equilibrar los efectos de la bebida. Su Excelencia tiene un poder de resistencia admirable; a menudo sigue en pie y ansioso por continuar cuando todos los demás han abandonado.
—Un hombre notable—intervino Tso-pin—. Creo que sus... excesos sólo demuestran que es un compañero magnífico. Y completo; es como el hombre ideal del Renacimiento: como Lorenzo de Médicis, por ejemplo.
—Sí, eso es lo que uno piensa—confirmó Pethel.
Escrutó a Chien con tanta intensidad, que éste volvió a sentir el temor de la noche pasada. "¿Me están llevando de trampa en trampa?—se preguntó—. Aquella muchacha; ¿era en realidad un agente de la Polseg, poniéndome a prueba, buscando en mí una veta desleal, antipartidista?"
Se las arregló para esquivar al vendedor sin piernas de remedios vegetales al salir del trabajo; volvió al departamento por un camino totalmente distinto.
Tuvo éxito. Evitó al vendedor ese día, y también al día siguiente, y así hasta el jueves.
El jueves por la mañana, el vendedor ambulante salió como un bala de abajo de un camión estacionado y le obstruyó el camino enfrentándolo.
—¿Mi medicina?—preguntó el vendedor—. ¿Le sirvió? Sé que lo hizo; la fórmula viene de la dinastía Sung... podría asegurar que surtió efecto. ¿No es así?
—Déjeme—dijo Chien.
—¿Tendría la bondad de contestarme?—El tono no era el lloriqueo esperado, clásico de un vendedor callejero operando en forma marginal; y ese tono llegó con fuerza a Chien; lo oyó alto y claro... según el dicho proverbial de las tropas títeres imperialistas.
—Sé lo que me dio—dijo Chien—. Y no quiero más. Si cambio de idea puedo comprarlo en una farmacia. Gracias.
Empezó a caminar, pero el carrito, con su ocupante sin piernas, lo persiguió.
—La señorita Lee estuvo hablando conmigo—dijo el vendedor en voz alta.
—Ajá—dijo Chien, y aumentó en forma automática la marcha distinguió un taxi y empezó a hacerle señas.
—Esta noche va a asistir a la cena de la villa del Río Yang —dijo el vendedor, jadeando por el esfuerzo de mantener el ritmo de marcha—. ¡Tome la medicina... ahora!—Implorante, tendió un envoltorio—. Por favor, Miembro del Partido Chien por su propio bien, por el de todos nosotros. Así podremos saber contra qué luchamos. Buen Dios, podría ser algo extraterrestre ese es nuestro principal temor. ¿No comprende, Chien? ¿Qué su maldita carrera comparada con eso? Si no podemos averiguarlo. . .
El taxi frenó sobre el pavimento; su puerta se abrió. Chien empezó a abordarlo.
El paquete pasó junto a él, aterrizó sobre el borde inferior de la puerta, luego se deslizó hacia la alcantarilla, mojada por la lluvia reciente.
—Por favor—dijo el vendedor—. Y no le costará nada; hoy es gratis. Sólo agárrelo, úselo antes de la cena. Y no utilice las anfetaminas; son un estimulante talámico, contraindicado cuando se toma un depresivo de las adrenales como la fenotiacina...
La puerta del taxi se cerró tras Chien, y éste se sentó.
—¿Adónde vamos, camarada?—preguntó el mecanismo robot de conducción.
Le dio la chapa con el número que indicaba su departamento.
—Ese mercachifle imbécil se las arregló para introducir su mugrienta mercancía en mi inmaculado interior—dijo el taxi—. Fíjese. Está junto a su zapato.
Chien vio el paquete; era sólo un sobre de aspecto común. "Supongo que es así como las drogas llegan a uno", pensó; de pronto estaba allí. Se quedó inmóvil por un momento. Luego lo levantó.
Como en la primera vez, un papel escrito acompañaba al producto, pero vio que ahora estaba escrito a mano. Una letra femenina: de la señorita Lee:

Nos sorprendió por lo repentino. Pero gracias al cielo estábamos preparados. ¿Dónde se encontraba el martes y el miércoles? De todos modos, aquí lo tiene y buena suerte. Me pondré en contacto con usted durante la semana; no quiero que trate de localizarme.

Le prendió fuego a la nota y la hizo arder en el cenicero del taxi. Y se quedó con los gránulos negros.
"Durante todo este tiempo—pensó—. Alucinógenos en nuestra agua corriente. Año tras año. Décadas. Y no en tiempo de guerra sino de paz. Y no de parte del enemigo sino de nuestro propio campo. Quizá debiera tomar esto; quizá debiera averiguar qué es él o eso y dejar que el grupo de Tanya Lee lo sepa."
Lo haré, decidió. Y además. . . tenía curiosidad.
Una emoción perniciosa, lo sabía. Sobre todo en las actividades del Partido la curiosidad era un estado de ánimo que podía poner punto final a su carrera.
Un estado de ánimo que por el momento lo invadía por completo. Se preguntó si duraría hasta la noche, si inhalaría en realidad la droga cuando llegara el instante preciso.
El tiempo lo diría. Eso y todo lo demás. Como lo expresaba el poema árabe, "somos capullos en flor sobre la llanura, donde los elige la muerte". Trató de recordar el resto del poema, pero no pudo. Tal vez no tuviera importancia.

El oficial de protocolo de la villa, un japonés llamado Kimo Okubara, alto y fornido, sin duda un ex luchador, lo examinó con hostilidad innata, incluso luego de haberle presentado su invitación grabada y demostrarle en forma fehaciente su identidad.
—Me sorprende que se haya molestado en venir—murmuró Okubara—. ¿Por qué no quedarse en casa y mirar la TV? Nadie le echa de menos. Hasta ahora lo pasamos bien sin usted.
—Ya he mirado la televisión—dijo Chien, envarado.
Y, de todos modos, rara vez se televisaban las cenas del Partido; eran demasiado indecentes.
La pandilla de Okubara lo cacheó dos veces en busca de armas incluyendo la posibilidad de un supositorio anal, y luego le devolvieron la ropa. Sin embargo, no encontraron la fenotiacina. Porque ya la había tomado. Sabía que los efectos de dicha droga duraban unas cuatro horas. Era más que suficiente. Y tal como Tanya le había dicho, era una dosis fuerte. Se sentía perezoso, inepto y mareado, la lengua se le movía en espasmos, en un falso mal de Parkinson, un efecto secundario desagradable que no había previsto.
A su lado pasó una muchacha, desnuda a partir del pecho, con largo cabello cobrizo cayéndole sobre los hombros y la espalda. Interesante.
Una muchacha desnuda a partir de las nalgas apareció en sentido opuesto. Interesante, también. Las dos parecían desocupadas y aburridas, y completamente dueñas de sí mismas.
—Usted también debe entrar así—informó Okubara a Chien.
Alarmado, Chien dijo:
—Tenía entendido que debía llevar corbata blanca y frac.
—Es broma—dijo Okubara—. Sólo las muchachas van desnudas. Hasta puede llegar a disfrutarlo, a menos que sea homosexual.
"Bueno—pensó Chien—, supongo que será mejor que me guste." Comenzó a vagar entre los demás invitados. Usaban corbata blanca y frac, como él, y las mujeres vestidos largos de noche, y se sintió ansioso, a pesar del efecto tranquilizante de la estelacina. "¿Por qué estoy aquí?", se preguntó. No se le escapaba la ambigüedad de su situación. Estaba allí para adelantar en su carrera
dentro del aparato del Partido, para obtener el gesto de aprobación íntimo y personal de Su Excelencia... Y por otro lado estaba allí para demostrar que Su Excelencia era un engaño. No sabía qué tipo de engaño, pero lo era: un engaño contra el Partido, contra todos los pueblos democráticos y amantes de la paz de la Tierra. Siguió mezclándose con la gente.
Una muchacha de pechos pequeños, brillantes, iluminados, se acercó a pedirle fuego. Sacó el encendedor con gesto abstraído.
—¿Qué es lo que hace resplandecer sus pechos?—le preguntó—. ¿Inyecciones radiactivas?
La muchacha se encogió de hombros y no dijo nada. Pasó por su lado, dejándole solo. Sin duda había actuado en forma incorrecta.
Quizá se tratase de una mutación de la época de la guerra, estimó.
—¿Una copa, señor?
Un sirviente le tendió una bandeja con elegancia. Aceptó un martini (que era el trago de moda entre las clases altas del Partido en China Popular) y probó el sabor seco y helado. Un buen gin inglés. O posiblemente la mezcla original holandesa; con enebro o algo así. No estaba mal. Siguió avanzando, sintiéndose mejor. En realidad, la atmósfera del lugar le resultaba agradable. Aquí la gente tenía confianza en sí misma. Habían triunfado y ahora podían relajarse. Evidentemente, era un mito que estar cerca de Su Excelencia producía ansiedad neurótica: al menos allí no veía el menor indicio, y él mismo apenas la sentía.
Un hombre calvo, maduro y fornido lo detuvo por el simple procedimiento de apoyar su copa contra el pecho de Chien.
—La pequeña que le pidió fuego—dijo el hombre, y resopló—. La tipa con los pechos como adornos navideños... era un muchacho, de compañía—soltó una risita—. Aquí hay que tener cuidado.
—¿Y dónde puedo encontrar mujeres auténticas, si es que las hay?—preguntó Chien—. ¿Entre las corbatas blancas y los fracs?
—Muy cerca—dijo el hombre, y partió con un tropel de invitados hiperactivos, dejando a Chien a solas con su martini.
Una mujer alta, elegante, bien vestida, que estaba de pie cerca de Chien, le agarró de pronto el brazo con la mano; Chien sintió que los dedos de la mujer se tensaban y ella le decía:
—Ahí viene Su Excelencia. Es la primera vez que lo veo. Estoy un poco asustada. ¿Tengo bien el pelo?
—Espléndido—dijo Chien, pensativo, y siguió la mirada de la mujer para ver por primera vez al Benefactor Absoluto.
Lo que cruzaba la habitación hacia la mesa del centro no era un hombre.

Y Chien advirtió que tampoco se trataba de un aparato mecánico. No era lo que había visto en la televisión. Evidentemente, aquello era un sencillo dispositivo para emitir discursos, así como Mussolini había utilizado un brazo artificial para saludar los desfiles largos y tediosos.
"Dios—pensó, y se sintió enfermo—. ¿Era esto lo que Tanya Lee llamaba el "horror acuático"?" No tenía forma. Ni pseudópodos de carne o metal. En cierto sentido no estaba allí. Cuando lograba mirarlo de frente, la forma se desvanecía. Veía a través de ella, veía la gente al otro lado: pero no la forma en sí misma. Su embargo, si giraba un poco la cabeza y la miraba de lado, la captaba y podía determinar sus limites.
Era terrible; lo abrumó de horror. A medida que avanzaba absorbía la vida de cada persona; devoró a la gente allí reunida, siguió su camino, volvió a comer, siguió comiendo con un apetito insaciable. Aquello odiaba. Chien sentía su odio. Aquello aborrecía. Chien sentía cómo aborrecía a todos los presentes: en realidad, él compartía su aborrecimiento. De repente, Chien y todos los que estaban en la enorme villa eran cada uno una babosa retorcida, y por encima de los caparazones de babosa caídos, la criatura saboreaba, se demoraba, pero siempre yendo hacia él: ¿o era una ilusión? "Si esto es una alucinación—pensó Chien—, es la peor que he tenido en mi vida. Si no lo es, entonces es una realidad maligna. Es algo maligno que mata y lastima." Vio el rastro de sobras de hombres y mujeres pisoteados, amasados que el ser dejaba a su paso; los vio tratando de reponerse, de actuar con sus cuerpos tullidos: oyó cómo trataban de hablar.
"Sé quién eres—pensó Tung Chien—. Tú, el caudillo supremo de la estructura mundial del Partido. Tú, que destruyes cuanto objeto viviente tocas. Comprendo aquel poema árabe, la búsqueda de las flores de la vida para comerlas: te veo montado a horcajadas sobre la llanura que para ti es la Tierra, una llanura sin profundidades ni alturas. Vas a todas partes, apareces en cualquier momento, devoras todo. Edificas la vida y luego la engulles, y disfrutas al hacerlo. Eres Dios."
—Señor Chien—dijo la voz que venía del interior de su cráneo y no del espíritu sin boca que se iba formando directamente ante él—. Me alegra volver a verle. Usted no sabe nada. Váyase. Usted no me interesa. ¿Por qué tendría que importarme el barro? Barro. Estoy atascado en él. Debo excretarlo, y así lo hago. Puedo destrozarlo, señor Chien. Incluso puedo destrozarme a mí mismo. Debajo de mí hay rocas filosas. Desparramo objetos con puntas agudas por encima del pantano. Hago que los sitios ocultos, profundos, hiervan como en una marmita. Para mí el mar es como un pote de ungüento. Las partículas de mi carne están unidas a todo. Usted es yo. Yo soy usted. No importa, como no importa si la criatura de pechos encendidos era una muchacha o un muchacho. Uno puede aprender a disfrutar de cualquiera de los dos.
Se rió.
Chien no podía creer que le estuviera hablando. No podía imaginar —era demasiado terrible— que le hubiera elegido a él.
—Los he elegido a todos—dijo aquello—. Nadie es demasiado pequeño. Cada uno cae y muere y yo estoy allí para contemplarlo. Sólo necesito contemplar. Es automático. Fue dispuesto de ese modo.
Y entonces dejó de hablarle. Se autodisgregó. Pero Chien lo seguía viendo. Sentía su presencia múltiple. Era un globo que colgaba en la habitación, con cincuenta mil ojos, con un millón de ojos..., miles de millones. Un ojo para cada ser viviente mientras esperaba que cada ser cayera, y luego lo pisoteaba cuando yacía debilitado. Había creado los seres para eso, y Chien lo sabía. Lo comprendía. Lo que en el poema árabe parecía ser la muerte no era la muerte sino Dios. O, mejor dicho, Dios estaba muerto, aquello era una fuerza, un cazador, una entidad caníbal, y fallaba una y otra vez, pero como tenía toda la eternidad por delante podía permitirse fallar. Advirtió que era como en los dos poemas. También el de Dryden. La gastada procesión. Eso es nuestro mundo y tú lo estás fabricando. Urdiéndolo para que así sea. Amarrándonos.
"Pero al menos me queda mi dignidad", pensó.
Con dignidad abandonó su copa, se dio vuelta, caminó hacia las puertas del salón y pasó a través de ellas. Caminó por un largo vestíbulo alfombrado. Un sirviente de la mansión, vestido de púrpura, le abrió una puerta. Se encontró de pie afuera, en la oscuridad de la noche, en una galería, solo.
Pero no estaba solo.
El ser lo había seguido. O ya estaba allí antes de que él llegara. Sí, lo había estado esperando. En realidad no había terminado con él.
—Allá voy—dijo Chien, y se precipitó sobre la baranda.
Estaba en un sexto piso, y abajo brillaba el río, y la muerte, la verdadera muerte, no lo que había vislumbrado el poema árabe.
Mientras trataba de saltar, aquello apoyó una extensión de sí mismo sobre su hombro.
—¿Por qué?—dijo Chien.
Pero se detuvo, intrigado y sin comprender nada.
—No caigas por mí—dijo.
Chien no podía verlo porque se había colocado detrás de él. Pero lo que estaba apoyado sobre su hombro... había comenzado a parecerse a una mano humana.
Y entonces el ser rió.
—¿Qué hay de gracioso?—preguntó Chien, mientras se balanceaba sobre la baranda, sostenido por la falsa mano.
—Estás haciendo mi trabajo—dijo—. No estás esperando. ¿No tienes tiempo para esperar? Te escogeré entre los demás. No necesitas acelerar el proceso.
—¿Y qué pasa si lo hago por repulsión a ti?
El ser rió y no contestó.
—Ni siquiera me lo vas a decir—dijo Chien.
Tampoco esta vez hubo respuesta. Comenzó a deslizarse hacia atrás, hacia la galería. Y la presión de la falsa mano se aflojó de inmediato.
—¿Tú fundaste el Partido?—preguntó Chien.
—Fundé todo. Fundé el anti-Partido y el Partido que no es un partido, y los que están a favor de él y los que están en contra, los que tú llamarías Yanquis Imperialistas, los del campo reaccionario, y así hasta el infinito. Fundé todo. Como si fueran hojas de hierba.
—¿Y estás aquí para disfrutarlo?
—Lo que quiero es que me veas como soy, como me has visto, y que luego confíes en mí—dijo el ser.
—¿Qué? ¿Confiar en ti para qué?—preguntó Chien temblando.
—¿Crees en mí?
—Sí. Puedo verte.
—Entonces vuelve a tu empleo en el Ministerio. Cuéntale a Tanya Lee que soy un anciano gastado, obeso, que bebe mucho y pellizca el trasero de las muchachas.
—Oh, Cristo—dijo Chien.
—Mientras sigas viviendo, incapaz de detenerte, te atormentaré —dijo aquello.— Te quitaré partícula por partícula todo lo que posees o deseas. Y cuando estés destrozado hasta la muerte te revelaré un misterio.
—¿Cuál es el misterio?
—Los muertos vivirán, los vivos morirán. Yo mato lo que vive, salvo lo que ha muerto. Y te diré esto: hay cosas peores que yo. Pero no te encontrarás con ellas porque para entonces te habré matado. Ahora regresa al salón y prepárate para la cena. No cuestiones lo que estoy haciendo. Hacía lo mismo antes de que existiera alguien llamado Tung Chien y lo seguiré haciendo mucho después de que deje de existir.
Chien lo golpeó con la máxima fuerza posible.
Y experimentó un intenso dolor en la cabeza.
Y oscuridad, con una sensación de caída.
Luego, otra vez oscuridad.
"Te alcanzaré—pensó—. Me ocuparé de que tú también mueras. De que sufras. Vas a sufrir, como nosotros, exactamente del mismo modo. Volveré a enfrentarte, y te sujetaré con clavos. Juro por Dios que te crucificaré contra algo. Y dolerá. Tanto como me duele a mí ahora."
Cerró los ojos.
Lo sacudían con rudeza. Y oía la voz de Kimo Okubara.
—Deténgase, borracho. ¡Vamos!
Sin abrir los ojos, dijo:
—Necesito un taxi.
—El taxi ya espera. Váyase a casa. Desastre. Hacer el ridículo ante todos.
Poniéndose temblorosamente en pie, abrió lo ojos, se examinó.
"El Líder a quien seguimos—pensó—es el Unico Dios Verdadero. Y el enemigo contra el que luchamos y hemos luchado también es Dios. Tienen razón: está en todas partes. Pero no entiendo lo que eso significa." Clavó la mirada en el oficial de protocolo y pensó: "Tú también eres Dios. Así que no hay escapatoria, quizá ni siquiera saltando. Como yo empecé a hacerlo, instintivamente."
Se estremeció.
—Mezclar copas con drogas—dijo Okubara con tono ofendido—. Arruinar la carrera. Lo he visto muchas veces. Desaparezca.
Vacilante, caminó hacia la gran puerta central de la villa del Río Yangtsé. Dos criados, vestidos como caballeros medievales, con penachos de plumas, le abrieron ceremoniosamente la puerta. Uno de ellos dijo:
—Buenas noches, señor.
—Para usted—dijo Chien, y entró en la noche.

A las tres menos cuatro de la mañana, mientras estaba sentado e insomne en la sala de estar de su departamento, fumando un Cuesta Rey Astoria tras otro, sonó un golpe en la puerta.
Cuando abrió se encontró frente a Tanya Lee, con su impermeable y el rostro marchito de frío. Sus ojos ardían, interrogantes.
—No me mires así—dijo él ásperamente. Su cigarro se había apagado. Volvió a encenderlo—. Ya me han mirado lo suficiente.
—Lo viste—dijo ella.
El asintió.
La muchacha se sentó en el brazo del sillón y tras un momento dijo:
—¿Quieres contármelo?
—Vete lo más lejos posible dijo Chien—. Bien lejos.
Y luego recordó. No había camino que se alejara bastante. Recordó haber leído también eso.
—Olvídalo—dijo.
Poniéndose en pie, fue con paso torpe hasta la cocina y empezó a preparar café.
Siguiéndolo, Tanya dijo:
—¿Fue... tan malo?
—No podemos ganar—dijo él—. Ustedes no pueden ganar. No quise incluirme. Yo no entro en eso. Sólo quiero seguir haciendo mi trabajo en el Ministerio y olvidarme. Olvidarme de todo el maldito asunto.
—¿Es extraterrestre?
—Sí.
—¿Es hostil a nosotros?
—Sí—dijo Chien—. No. Las dos cosas. Sobre todo hostil.
—Entonces tenemos que...
—Vete a casa y acuéstate.—La escrutó con cuidado. Había permanecido sentado un largo rato y había pensado mucho acerca de muchas cosas—. ¿Estás casada?—preguntó.
—No. Ahora no. Lo estuve.
—Quédate conmigo esta noche—dijo él—. Por lo menos el resto de la noche. Hasta que salga el sol. Durante la noche es horrible.
—Me quedaré —dijo Tanya, desabrochándose el cinturón del impermeable—, pero necesito algunas respuestas.
—¿Qué quería decir Dryden con eso de que la música destemplaría el cielo?—dijo Chien—. ¿Qué puede hacer la música al cielo?
—Que todo el orden celestial del universo termina—dijo la muchacha mientras colgaba el impermeable en el armario del dormitorio. Debajo llevaba un suéter anaranjado a rayas y pantalones elásticos.
—Eso es lo malo—dijo Chien.
La muchacha hizo una pausa, reflexionando.
—No sé. Supongo que sí.
—Es concederle mucho poder a la música.
—Bueno, ya conoces la antigua idea pitagórica acerca de la "música de las esferas".
Con gestos precisos se sentó en el borde de la cama y se sacó sus zapatos livianos como chinelas.
—¿Crees en eso?—dijo Chien—. ¿O crees en Dios?
—¡Dios!—rió la muchacha—. Eso desapareció junto con la caldera a vapor. ¿De qué estás hablando? ¿De Dios o de dios?
Se acercó a él, mirándole a los ojos.
—No me mires tan de cerca—dijo Chien con voz aguda, retrocediendo—. No quiero que me vuelvan a mirar así.
Se apartó, irritado.
—Creo que si hay un Dios le importan muy poco los asuntos humanos—dijo Tanya—. Bueno, esa es mi teoría. Quiero decir que a Él no parece importarle que triunfe el mal o que la gente y los animales sean heridos y mueran. Francamente, no veo Su presencia a mi alrededor. Y el Partido siempre ha negado cualquier forma de...
—¿Alguna vez lo viste a Él?—preguntó Chien—. ¿Cuándo eras niña?
—Oh, desde luego, cuando niña. Pero también creía...
—¿Alguna vez se te ocurrió que el mal y el bien son nombres que designan la misma cosa? ¿Qué Dios podría ser al mismo tiempo bueno y malo?
—Te prepararé un trago—dijo Tanya, y entró descalza a la cocina.
—El Triturador, el Chirriante, el Tragón y el Pájaro y el Tubo Trepador...—dijo Chien—, más otros nombres, otras formas. No sé. Tuve una alucinación. En la cena. Una alucinación enorme. Terrible.
—Pero la estelacina...
—Provocó una peor—dijo él.
—¿Hay algún modo de luchar contra lo que viste?—dijo Tanya sombríamente—. ¿Contra ese fantasma al que llamas alucinación pero que sin duda no lo era?
—Creer en él—dijo Chien.
—¿Qué lograremos con eso?
—Nada—dijo él, agotado—. Absolutamente nada. Estoy cansado. No quiero un trago... Acostémonos.
—Está bien.—Regresó silenciosa al dormitorio, comenzó a sacarse el suéter a rayas por encima de la cabeza—. Lo discutiremos a fondo más tarde.
—Una alucinación es algo misericordioso —dijo Chien—. Me gustaría haberla tenido. Quiero que vuelva la mía. Quiero estar antes de que tu vendedor ambulante me encuentre con aquella fenotiacina.
—Ahora ven a la cama. Seré amable. Toda calor y ternura.
Chien se sacó la corbata, la camisa... y vio, sobre su hombro derecho, la marca, el estigma que le había dejado aquello cuando le impidió saltar. Marcas lívidas que parecían estar allí para siempre. Entonces se puso la chaqueta del pijama: ocultaba las marcas.
—De todos modos tu carrera ha adelantado muchísimo—dijo Tanya cuando él entró en la cama—. ¿No estás contento?
—Por supuesto—dijo él, asintiendo invisible en la oscuridad—.
Muy contento.
—Ven, acércate a mí—dijo Tanya, rodeándolo con los brazos—. Y olvídate de todo lo demás. Al menos por ahora.
Entonces Chien la atrajo hacia él, haciendo lo que ella pedía y él quería hacer. La muchacha fue limpia; se movió con eficacia, con rapidez y cumplió su parte. No se molestaron en hablar hasta que por fin Tanya dijo "¡Oh!", y se relajó.
—Me gustaría que pudiéramos seguir para siempre —dijo Chien.
—Lo hicimos—dijo Tanya—. Es algo fuera del tiempo. No tiene límites, como un océano. Así éramos en la época cámbrica, antes de que emigráramos a la tierra. Es como las antiguas aguas primordiales. El único momento en que retrocedemos es cuando lo hacemos. Por eso es tan importante para nosotros. Y en aquellos días no estábamos separados: era como una gran gelatina, como esas burbujas que flotan hasta la playa.
—Que flotan y allí se quedan, a morir—dijo Chien.
—¿Puedes alcanzarme una toalla?—preguntó Tanya—. ¿O un trapo? Lo necesito.
Chien caminó descalzo hasta el baño, y entró a buscar una toalla. Allí, y ahora completamente desnudo, vio por segunda vez su hombro, vio el sitio donde el ser lo había aferrado y lo había sostenido, tirándolo hacia atrás, quizá para juguetear con él un poco más.
Las marcas, inexplicablemente, sangraban.
Se limpió la sangre. En seguida brotó más, y al verla se preguntó cuánto tiempo le quedaba. Era probable que sólo unas horas.
Volviendo a la cama, dijo:
—¿Puedes seguir?
—Por supuesto. Si te queda energía. Tú decides.
La muchacha lo miraba sin pestañear, apenas visible en la difusa luz nocturna.
—Me queda—dijo Chien.
Y la atrajo con fuerza hacia él.

martes, agosto 23, 2011

YO, TEXTO por TITO MANFRED





«Sometimes when this place gets kind of empty
Sound of their breath fades with the light».
Under the milky way - The Church.



Muero, de miedo muero, muero de miedo... por algo.
Aferrado a la última rama de la arboleda imaginaria, tiemblo.
Yo no quiero más vida, pero qué miedo esto de morir. Y qué
mal lo hago, joder. Una vez..., pero fracasé miserablemente,
como en todas las demás cosas. Un puñado de antidepres y
una botella de aguardiente no bastan, ¡no bastan, lo sabes bien,
hierba mala! Anda, tú, quien seas, degüéllame tiernamente
mientras me coloco los audífonos, degüéllame con el cimbrar
de trece sintetizadores del '80.
Muero, de miedo muero, muero de miedo... por algo. Corro a
encerrarme en mi cuarto de verde mal pintado, corro a bailar
canciones imbailables en horizontal. No, no es un ataque de
epilepsia, de este modo bailo yo. No, no es un llanto de
pendejo malcriado, de este modo bailo yo.
Cierro los ojos y ya no soy yo sino tú, aquel niño obsceno con
rouge en los labios; cierro los ojos y ya no soy tú sino yo, aquel
niño obsceno con rouge en los labios; cierro los ojos y ya no soy
nadie sino todos, aquel niño obsceno con rouge en los labios.
Y aquí, afiebrado de tanto bailar canciones imbailables en
horizontal, me hallo haciendo la pantomima del artista,
articulando en silencio la jerigonza de rigor: que la nueva
poesía chilena, que el neobarroco, que el post-punk, que
Rimbaud, que las influencias y la concha de tu madre. Es
cierto, escribí un par de poemas que no fueron del todo
bodrios, pero cuán lejos estuve de ser un pequeño Dios, un
rocker de 23 pendiendo de una soga púrpura, un alcohólico
from Los Ángeles, California...
Ahora es cuando me confieso materia, me confieso texto. No
soy más que la encarnación de unos versos, el poema que a
diario escribe ella, la Poeta.

HAPPY DEATH-DAY TO YOU.. por PABLO ESPINOZA BARDI



lo último que recuerdo es haber vomitado mi polera de Star
Wars. el fuerte olor a vinagre emanaba de un Yoda
pintarrajeado con restos de tomate y escasos fideos. me paré
bastante mareado y con gran dificultad, pateando algunas
garrafas qué para descontento de mis amigos lanzaban
coloquiales puteadas. me sentía mal. todo estaba distorsionado
y acompañado de un desagradable sonido de maquinaria que
punzaba mi cabeza... y lo peor era ir a mear en esas condiciones,
entre nichos y cruces. de ahí... todo se fue a negro. han pasado
como diez minutos desde que desperté y no le puedo encontrar
una explicación al extraño hormigueo y a la anormalidad de mi
visión. los músculos de las piernas y de los brazos se sienten
pesados. sé qué están ahí, pero me es imposible moverlos ¿tan
borracho estoy? creo que al parecer estoy recuperando el
movimiento de mi cuello y mi visión se adecua al entorno. a mi
derecha nada. sólo una pared. a mi izquierda veo ¿gente? ¡no,
no es gente! o sea sí... son. son ¡¡¡cadáveres!!! ¡¡¡muertos
vivientes!!! ¡todos conversando y bailando como la gente
normal! ¡actuando como gente normal! todos usan esos tontos
gorritos de cartón con forma de conito. qué ridículos se ven.
algunos están tratando de bailar, pues muchos de ellos tienen
sus extremidades rígidas y podridas. a mi lado hay uno de ellos.
de su cara cae algo como pus y otras secreciones. todas
chorrean desagradables y se escurren por las serpentinas que le
cuelgan alrededor de su cuello... pero más desagradable aún, es
lo que está comiendo. ¡está mordisqueando una pierna!
¡¡¡humana!!!... ¡y otro de por allá está chupeteando una mano!
trato de hablar para preguntarles que cresta pasa pero no me
responden ¡es más! se me acerca una señorita totalmente hecha
charqui, de ropa ajustada y muy escotada, y mete su huesudo
dedo en mi ojo, para luego langüetearlo sensualmente con una
erótica expresión facial... dejándome perplejo y asqueado.
momentos después, las sensaciones corpóreas empiezan a llegar
poco a poco junto con un terrible dolor. levanto la cabeza y me
doy cuenta de la desagradable verdad. la ausencia de mis brazos
y de la mitad de mi cuerpo explicaba el extraño hormigueo. pero
también. las velitas de colores incrustadas en mi pecho lo
dijeron todo: ¡uno de esos zombies de mierda está de
cumpleaños!

ALTAZOR CANTO IV por VICENTE HUIDOBRO





No hay tiempo que perder
Enfermera de sombras y distancias
Yo vuelvo a ti huyendo del reino incalculable
De ángeles prohibidos por el amanecer
Detrás de tu secreto te escondías
En sonrisa de párpados y de aire
Yo levanté la capa de tu risa
Y corté las sombras que tenían
Tus signos de distancia señalados
Tu sueño se dormirá en mis manos
Marcado de las líneas de mi destino inseparable
En el pecho de un mismo pájaro
Que se consume en el fuego de su canto
De su canto llorando al tiempo
Porque se escurre entre los dedos

Sabes que tu mirada adorna los veleros
De las noches mecidas en la pesca
Sabes que tu mirada forma el nudo de las estrellas
Y el nudo del canto que saldrá del pecho
Tu mirada que lleva la palabra al corazón
Y a la boca embrujada del ruiseñor
No hay tiempo que perder
A la hora del cuerpo en el naufragio ambiguo
Yo mido paso a paso el infinito

El mar quiere vencer
Y por lo tanto no hay tiempo que perder
Entonces
Ah entonces
Más allá del último horizonte
Se verá lo que hay que ver

Por eso hay que cuidar el ojo precioso regalo del cerebro
El ojo anclado al medio de los mundos
Donde los buques se vienen a varar
¿Mas si se enferma el ojo qué he de hacer?
¿Qué haremos si han hecho mal de ojo al ojo?
Al ojo avizor afiebrado como faro de lince
La geografía del ojo digo es la más complicada
El sondaje es difícil a causa de las olas
Los tumultos que pasan
La apretura continua
Las plazas y avenidas populosas
Las procesiones con sus estandartes
Bajando por el iris hasta perderse
El rajah en su elefante de tapices
La cacería de leones en selvas de pestañas seculares
Las migraciones de pájaros friolentos hacia otras retinas
Yo amo mis ojos y tus ojos y los ojos
Los ojos con su propia combustión
Los ojos que bailan al son de una música interna
Y se abren cómo puertas sobre el crimen
Y salen de su órbita y se van como cometas sangrientos al azar
Los ojos que se clavan y dejan heridas lentas a cicatrizar
Entonces no se pegan los ojos como cartas
Y son cascadas de amor inagotables
Y se cambian día y noche
Ojo por ojo.
Ojo por ojo como hostia por hostia
Ojo árbol
Ojo pájaro
Ojo río
Ojo montaña
Ojo mar
Ojo tierra
Ojo luna
Ojo cielo
Ojo silencio
Ojo soledad por ojo ausencia
Ojo dolor por ojo risa

No hay tiempo que perder
Y si viene el instante prosaico
Siga el barco que es acaso el mejor
Ahora que me siento y me pongo a escribir
Qué hace la golondrina que vi esta mañana
¿Firmando cartas en el vacío?
Cuando muevo el pie izquierdo
¿Qué hace con su pie el gran mandarín chino?
Cuando enciendo un cigarro
¿Qué hacen los otros cigarros que vienen en el barco?
¿En dónde está la planta del fuego futuro?
Y si yo levanto los ojos ahora mismo
¿Qué hace con sus ojos el explorador de pie en el polo?
Yo estoy aquí
¿En dónde están los otros?
Eco de gesto en gesto
Cadena electrizada o sin correspondencias
Interrumpido el ritmo solitario
¿Quiénes se están muriendo y quiénes nacen
Mientras mi pluma corre en el papel?
No hay tiempo que perder
Levántate alegría
Y pasa de poro en poro la aguja de tus sedas

Darse prisa darse prisa
Vaya por los globos y los cocodrilos mojados
Préstame mujer tus ojos de verano
Yo lamo las nubes salpicadas cuando el otoño sigue la carreta del asno
Un periscopio en ascensión debate el pudor del invierno
Bajo la perspectiva del volantín azulado por el infinito
Color joven de pájaros al ciento por ciento
Tal vez era un amor mirado de palomas desgraciadas
O el guante importuno del atentado que va a nacer de una mujer o una amapola
El florero de mirlos que se besan volando
Bravo pantorrilla de noche de la más novia que se esconde en su piel de flor
Rosa al revés rosa otra vez y rosa y rosa
Aunque no quiera el carcelero
Río revuelto para la pesca milagrosa
Noche préstame tu mujer con pantorrillas de florero de amapolas jóvenes
Mojadas de color como el asno pequeño desgraciado
La novia sin flores ni globos de pájaros
El invierno endurece las palomas presentes
Mira la carreta y el atentado de cocodrilos azulados
Que son periscopios en las nubes del pudor
Novia en ascensión al ciento por ciento celeste

Lame la perspectiva que ha de nacer salpicada de volantines
Y de los guantes agradables del otoño que se
debate en la piel del amor
No hay tiempo que perder
La indecisión en barca para los viajes
Es un presente de las crueldades de la noche
Porque el hombre malo o la mujer severa
No pueden nada contra la mortalidad de la casa
Ni la falta de orden
Que sea oro o enfermedad
Noble sorpresa o espión doméstico para victoria extranjera
La disputa intestina produce la justa desconfianza
De los párpados lavados en la prisión
Las penas tendientes a su fin son travesaños antes
del matrimonio
Murmuraciones de cascada sin protección
Las disensiones militares y todos los obstáculos
A causa de la declaración de esa mujer rubia
Que critica la pérdida de la expedición
O la utilidad extrema de la justicia
Como una separación de amor sin porvenir
La prudencia llora los falsos extravíos de la locura naciente
Que ignora completamente las satisfacciones de la moderación

No hay tiempo que perder
Para hablar de la clausura de la tierra y la llegada
del día agricultor a la nada amante de lotería sin
proceso ni niño para enfermedad pues el dolor
imprevisto que sale de los cruzamientos de la espera
en este campo de la sinceridad nueva es un poco
negro como el eclesiástico de las empresas para
la miseria o el traidor en retardo sobre el agua que
busca apoyo en la unión o la disensión sin reposo
de la ignorancia Pero la carta viene sobre la ruta y
la mujer colocada en el incidente del duelo conoce
el buen éxito de la preñez y la inacción del deseo
pasado de la ventaja al pueblo que tiene inclinación
por el sacerdote pues él realza de la caída y se hace
más íntimo que el extravío de la doncella rubia
o la amistad de la locura

No hay tiempo que perder
Todo esto es triste como el niño que está quedándose
huérfano
O como la letra que cae al medio del ojo
O como la muerte del perro de un ciego
O como el río que se estira en su lecho de agonizante
Todo esto es hermoso como mirar el amor de los gorriones
Tres horas después del atentado celeste
O como oír dos pájaros anónimos que cantan a la misma azucena
O como la cabeza de la serpiente donde sueña el opio
O como el rubí nacido de los deseos de una mujer
Y como el mar que no se sabe si ríe o llora
Y como los colores que caen del cerebro de las mariposas
Y como la mina de oro de las abejas
Las abejas satélites del nardo como las gaviotas
del barco
Las abejas que llevan la semilla en su interior
Y van más perfumadas que pañuelos de narices
Aunque no son pájaros
Pues no dejan sus iniciales en el cielo
En la lejanía del cielo besada por los ojos
Y al terminar su viaje vomitan el alma de los pétalos
Como las gaviotas vomitan el horizonte
Y las golondrinas el verano
No hay tiempo que perder
Ya viene la golondrina monotémpora
Trae un acento antípoda de lejanías que se acercan
Viene gondoleando la golondrina
Al horitaña de la montazonte
La violondrina y el goloncelo
Descolgada esta mañana de la lunala
Se acerca a todo galope
Ya viene viene la golondrina
Ya viene viene la golonfina
Ya viene la golontrina
Ya viene la goloncima
Viene la golonchína
Viene la golonclima
Ya viene la golonrima
Ya viene la golonrisa
La golonniña
La golongira
La golonlira
La golonbrisa
La golonchilla
Ya viene la golondía
Y la noche encoge sus uñas como el leopardo
Ya viene la golontrina
Que tiene un nido en cada uno de los dos calores
Como yo lo tengo en los cuatro horizontes
Viene la golonrisa
Y las olas se levantan en la punta de los pies

Viene la golonniña
Y siente un vahído la cabeza de la montaña
Viene la golongira
Y el viento se hace parábola de sílfides en orgía
Se llenan de notas los hilos telefónicos
Se duerme el ocaso con la cabeza escondida
Y el árbol con el pulso afiebrado
Pero el cielo prefiere el rodoñol
Su niño querido el rorreñol
Su flor de alegría el romiñol
Su piel de lágrima el rofañol
Su garganta nocturna el rosolñol
El rolañol
El rosiñol
No hay tiempo que perder
El buque tiene los días contados
Por los hoyos peligrosos que abren las estrellas en el mar
Puede caerse al fuego central
El fuego central con sus banderas que estallan de cuando en cuando
Los elfos exacerbados soplan las semillas y me interrogan
Pero yo sólo oigo las notas del alhelí
Cuando alguien aprieta los pedales del viento
Y se presenta el huracán
El río corre como un perro azotado
Corre que corre a esconderse en el mar
Y pasa el rebaño que devasta mis nervios
Entonces yo sólo digo
Que no compro estrellas en la nochería
Y tampoco olas nuevas en la marería
Prefiero escuchar las notas del alhelí
Junto a la cascada que cuenta sus monedas
O el bromceo del aeroplano en la punta del cielo
O mirar el ojo del tigre donde sueña una mujer desnuda
Porque si no la palabra que viene de tan lejos
Se quiebra entre los labios

Yo no tengo orgullos de campanario
Ni tengo ningún odio petrificado
Ni grito como un sombrero afectuoso que viene saliendo del desierto
Digo solamente
No hay tiempo que perder
El vizir con lenguaje de pájaro
Nos habla largo largo como un sendero
Las caravanas se alejan sobre su voz
Y los barcos hacia horizontes imprecisos
devuelve el oriente sobre las almas
Que toman un oriente de perla
Y se llenan de fósforos a cada paso
De su boca brota una selva
De su selva brota un astro
Del astro cae una montaña sobre la noche
De la noche cae otra noche
Sobre la noche del vacío
La noche lejos tan lejos que parece una muerta que se llevan
Adiós hay que decir adiós
Adiós hay que decir a Dios
Entonces el huracán destruido por la luz de la
lengua
Se deshace en arpegios circulares
Y aparece la luna seguida de algunas gaviotas
Y sobre el camino
Un caballo que se va agrandando a medida que se aleja

Darse prisa darse prisa
Están prontas las semillas
Esperando una orden para florecer
Paciencia ya luego crecerán
Y se irán por los senderos de la savia
Por su escalera personal
Un momento de descanso
Antes del viaje al cielo del árbol
El árbol tiene miedo de alejarse demasiado
Tiene miedo y vuelve los ojos angustiados
La noche lo hace temblar
La noche y su licantropía
La noche que afila sus garras en el viento
Y aguza los oídos de la selva
Tiene miedo digo el árbol tiene miedo
De alejarse de la tierra
No hay tiempo que perder
Los iceberg que flotan en los ojos de los muertos
Conocen su camino
Ciego sería el que llorara
Las tinieblas del féretro sin límites
Las esperanzas abolidas
Los tormentos cambiados en inscripción de cementerio

Aquí yace Carlota ojos marítimos
Se le rompió un satélite
Aquí yace Matías en su corazón dos escualos se batían
Aquí yace Marcelo mar y cielo en el mismo violoncelo
Aquí yace Susana cansada de pelear contra el olvido
Aquí yace Teresa ésa es la tierra que araron sus ojos hoy ocupada por su cuerpo
Aquí yace Angélica anclada en el puerto de sus brazos
Aquí yace Rosario río de rosas hasta el infinito
Aquí yace Raimundo raíces del mundo son sus venas
Aquí yace Clarisa clara risa enclaustrado en la luz
Aquí yace Alejandro antro alejado ala adentro
Aquí yace Gabriela rotos los diques sube en las savias hasta el sueño esperando la resurrección
Aquí yace Altazor azor fulminado por la altura
Aquí yace Vicente antipoeta y mago

Ciego sería el que llorara
Ciego como el cometa que va con su bastón
Y su neblina de ánimas que lo siguen
Obediente al instinto de sus sentidos
Sin hacer caso de los meteoros que apedrean desde lejos
Y viven en colonias según la temporada
El meteoro insolente cruza por el cielo
El meteplata el metecobre
El metepiedras en el infinito
Meteópalos en la mirada
Cuidado aviador con las estrellas
Cuidado con la aurora
Que el aeronauta no sea el auricida
Nunca un cielo tuvo tantos caminos como éste
Ni fue tan peligroso
La estrella errante me trae el saludo de un amigo muerto hace diez años
Darse prisa darse prisa
Los planetas maduran en el planetas
Mis ojos han visto la raíz de los pájaros
El más allá de los nenúfares
Y el ante acá de las mariposas
¿Oyes el ruido que hacen las mandolinas al morir?
Estoy perdido
No hay más que capitular
Ante la guerra sin cuartel
Y la emboscada nocturna de estos astros
La eternidad quiere vencer
Y por lo tanto no hay tiempo que perder
Entonces
Ah entonces
Más allá delúltimo horizonte
Se verá lo que hay que ver
La ciudad
Debajo de las luces y las ropas colgadas
El jugador aéreo
Desnudo
Frágil
La noche al fondo del océano
Tierna ahogada
La muerte ciega
Y su esplendor
Y el sonido y el sonido
Espacio la lumbrera
A estribor
Adormecido
En cruz
en luz
La tierra y su cielo
El cielo y su tierra
Selva noche
Y río día por el universo
El pájaro tralalí canta en las ramas de mi cerebro
Porque encontró la clave del eterfinifrete 340
Rotundo como el unipacio y el espaverso
Uiu uiui
Tralalí tralalá
Aia ai ai aaia i i

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