lunes, mayo 02, 2011

4. BANDONEÓN ( de Tango. Discusión y clave) por ERNESTO SABATO




¿Qué misterioso llamado a distancia hizo venir, sin
embargo, a un popular instrumento germánico a cantar
las desdichas del hombre platense? He aquí otro melan-
cólico problema para Ibarguren.

Hacia fines del siglo, Buenos Aires era una gigantesca
multitud de hombres solos, un campamento de talleres
improvisados y conventillos. En los boliches y prostíbulos
hace vida social ese masacote de estibadores y canfin-
fleros, de albañiles y matones de comité, de musicantes
criollos y extranjeros, de cuarteadores y de proxenetas:
se toma vino y caña, se canta y se baila, salen a relucir
epigramas sobre agravios recíprocos, se juega a la taba
y a las bochas, se enuncian hipótesis sobre la madre o la
abuela de algún contertulio, se discute y se pelea.
El compadre es el rey de este submundo.

Mezcla de gaucho y malo y de delincuente siciliano,
viene a ser el arquetipo envidiable de la nueva sociedad:
es rencoroso y corajudo, jactancioso y macho. La pupila
es su pareja en este ballet malevo; juntos bailan una
especie de pas-de-deux sobrador, provocativo y espectacular.

Es el baile híbrido de gente híbrida: tiene algo de
habanera traída por los marineros, restos de milonga y
luego mucho de música italiana. Todo entreverado, como
los músicos que lo inventan: criollos como Poncio y grin-
gos como Zambonini.

Artistas sin pretensiones que no sabían que estaban
haciendo historia. Orquestitas humildes y rejuntadas, que
sabían tener guitarra, violín y flauta; pero que también
se las arreglaban con mandolín, con arpa y hasta con
armónica.

Hasta que aparece el bandoneón, el que dio sello defi-
nitivo a la gran creación inconsciente y multitudinaria.
El tango iba a alcanzar ahora aquello a que estaba des-
tinado, lo que Santo Tomás llamaría "lo que era antes
de ser", la quidditas del Tango.

Instrumento sentimental, pero dramático y profundo,
a diferencia del sentimentalismo fácil y pintoresco del
acordeón, terminaría por separarlo para siempre del firu-
lete divertido y de la herencia candombera.
De los lenocinios y piringundines, el tango salió a la
conquista del centro, en organitos con loros, que inocen-
temente pregonaban atrocidades:
Quisiera ser canfinflero
para tener una mina.

Y con la invencible energía que tienen las expresiones
genuinas conquistó el mundo. Nos plazca o no (general-
mente, no), por él nos conocieron en Europa, y el tango
era la Argentina por antonomasia, como España eran los
toros. Y, nos plazca o no, también es cierto que esa esque-
matización encierra algo profundamente verdadero, pues
el tango encarnaba los rasgos esenciales del país que em-
pezábamos a tener: el desajuste, la nostalgia, la tristeza,
la frustración, la dramaticidad, el descontento, el rencor
y la problematicidad. En sus formas más delicadas iba a
dar canciones como Caminito; en sus expresiones más
grotescas, letras como Noche de Reyes; y en sus modos
más ásperos y dramáticos, la tanguística de Enrique San-
tos Discépolo.

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