martes, abril 19, 2011

PRIMERA CARTA CONYUGAL por ANTONIN ARTAUD




Cada una de tus cartas aumenta la incomprensión y la
estrechez de espíritu de las anteriores; juzgas con tu sexo y
no con tu pensamiento como lo hacen todas las mujeres.
Confundirme yo, con tus razones. ¡Te burlas! Pero lo que
me irritaba era verte volver sobre las razones que hacían
tabla rasa sobre mis razonamientos, cuando uno de esos
mismos te había llevado a la evidencia.
Todos tus razonamientos y tus infinitas disputas no podrán
impedir que no sepas nada de mi vida y que me condenes por
un mínimo fragmento de ella misma. No debería siquiera
serme necesario justificarme ante ti si sólo fueras, tú misma,
una mujer prudente y equilibrada, pero tu imaginación te
enloquece, una sensibilidad sobre aguda que no te permite
enfrentar la verdad. Contigo cualquier discusión es imposible.
Sólo me queda decirte una cosa: mi espíritu siempre fue
confuso, un achatamiento del cuerpo y del alma, esa suerte de
contracción de todos mis nervios. Si me hubieras visto hace
algunos años, por períodos más o menos cercanos, antes aún
de que en mi se sospechara el uso del que tú me recriminas,
dejarías de extrañarte, ahora, del retorno de esos fenómenos.
Si por otra parte estás convencida, si te parece que su
reincidencia se debe a ello, entonces no hay nada que decir,
contra un sentimiento no se puede luchar.
De cualquier manera ya no puedo contar contigo en mi
angustia, ya que te niegas a ocuparte de la parte de mí más
afectada: mi alma. No me has juzgado, por otra parte,
nunca de otra manera que por mi aspecto externo como
hacen todas las mujeres, como hacen todos los imbéciles,
cuando lo que está más destruido, más arruinado es mi
alma interior; y no puedo perdonarte eso, pues las dos no
siempre coinciden, desafortunadamente para mí. En cuanto
a lo demás, te prohibo hablar otra vez.

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