martes, marzo 22, 2011

LA INSIGNIA por LEON FELIPE




... Hay dos Españas:
la de las formas
y la de las esencias.
La de las formas que se desgastan
y la de las esencias eternas.
La de las formas que mueren
y las de las esencias que comienzan a organizarse de nuevo

En la España de las formas desgastadas
estás los símbolos obliterados,
los ritos sin sentido,
los uniformes inflados,
las medallas sin leyendas,
los hombres huecos,
los cuerpos de serrín
el ritmo doméstico y sonámbulo,
las exégesis farisíacas,
el verso vano
y la oración muerta que van contando las avellanas horadadas
de los rosarios.
Dios, la fuerza creadora del mundo,
se ha ido de esa España
y todo se ha quedado sin substancia.
Nuestra morada nacional entonces
es una cueva donde ordena la avaricia,
y los privilegios de la avaricia.
Es la época de los raposos.
Y los pueblos de Historia tan pura como el nuestro
no son ya más que madrigueras
donde los raposos amontonan su rapiña.
En la España de las esencias que quieren organizarse de nuevo,
están las ráfagas primeras que mueven las entrañas nacionales,
los huracanes incontrolables que sacuden la substancia dormida,
la substancia prístina de que está hecho el árbol, y el cuerpo del hombre.
Y están también los terremotos que rompen la tierra,
desgarran la carne,
desbordan los ríos,
y las arterias de nuestra anatomía
para dar salida al espíritu encadenado
y mostrarle su camino hacia la renovación y hacia la luz.
Es la época de los héroes.
De los héroes contra los raposos.
Es la época en que todo se deforma y se resuelve;
las exégesis se cambian del revés,
los presagios de los grandes poetas se hacen realidad,
aparecen nuevos Cristos.
Y las viejas parábolas evangélicas se escapan de la ingenua
ni el soldado,
ni el artista,
ni el poeta siquiera, en su sentido ordinario importan nada.
Nuestro oficio no es nuestro destino.
Nuestra profesión no es lo substantivo.
No hay otro oficio no empleo que aquél que enseña al mozo a ser un
héroe
El hombre heroico es lo que cuenta.
El hombre ahí,
desnudo,
bajo la noche,
y frente al misterio;
con su tragedia a cuestas,
con su verdadera tragedia,
con su única tragedia.
La que surge
cuando preguntamos,
cuando gritamos en el viento:
¿Quién soy yo?
Y el viento no responde
y no responde nadie.
¿Quién soy yo?... Silencio... Silencio...
Ni un eco... ni un signo...
Silencio.
Para que grite conmigo, busco yo al rico y le digo:
deja tus riquezas y ven aquí a gritar.
Todas las lenguas en un grito único
y todas las manos en un ariete solo,
para derretir la noche
y echar de nosotros la sombra.
No hay dictaduras humanas.
Estrellas,
sólo estrellas,
estrellas dictadoras nos gobiernan.
Pero contra la dictadura de las estrellas,
la dictadura del heroísmo.
Y si las estrellas dicen:
siempre habrá pobres y ricos,
y el pez grande se come al chico;
contra la palabra de las estrellas,
el esfuerzo del heroísmo colectivo.
Para que grite conmigo contra los designios estelares busco yo al
hombre,
para que junte conmigo su angustia y la funda con la mía en
una sola voz, busco yo al hombre.
Esta es la exégesis heroica,
esta es la exégesis heroica, que tan bien le va al español,
al español revolucionario,
al comunista español,
al anarquista ibérico,
al anarquista angélico y adánico,
para quien la vida no es ni ha sido nunca

una cuestión de felicidad,
sino una cuestión de heroísmo.
Y su sangre,
esa sangre que está vertiendo ahora,
y la que ha vertido a través de la Historia,
no se puede medir con un criterio pragmático.
Esta es la exégesis heroica.
En cuanto se ha definido como doctrina
y ha adquirido posibilidades de realidad,
el mundo doméstico de los fariseos
y la avaricia de los raposos
se han vuelto furiosos contra ella.
Y ahora,
ahora no hay más que una lucha enconada entre dos clases de hombres:
la de los que quieren seguir la curva lírica de esta parábola en el cielo,
hasta sus últimas posibles realidades,
hasta verla caer, en la tierra y moverse aún, abriéndole caminos
nuevos al hombre por la Historia....
y la de los que aseguran que interpretar así la parábola es una blasfemia
y una herejía.
Somos los viejos herejes del mundo,
contra los eternos fariseos,
contra los raposos que amontonan la rapiña detrás de las puertas.
Y no buscamos la felicidad.
Camaradas,
españoles revolucionarios,
comunistas ibéricos,
anarquistas adánicos y angélicos,
un día
tendremos ya pan y ocio,
y ya no habrá hambre ni prisas en el mundo.
Pero no seremos felices tampoco.
No hay posadas de felicidad
ni de descanso.
Se va siempre por un camino heroico hacia la dignidad y la
/superación de la vida.
Se cambiarán de sitio nuestras llagas,
nos dolerá otra carne,
y de sierras más frías bajará nuestro llanto.
Un día,
aquél mendigo chino
ya no estará a la puerta del hotel
golpeando allí por una rebanada de pan,
estará en la pirámide,
en la giba más alta de la Sierra Madre,
golpeando en el cielo,
en la puerta del cielo,
en el pecho de Dios,
por una rebanada de luz.
Esta es mi palabra.
Y la tuya también.
La vieja palabra de todos los poetas del mundo,
de todos los poetas del mundo,
(con el signo épico y activo que aquí hemos dado a la palabra
y al oficio).
No es la palabra de los demagogos
¿Soy yo un demagogo?
Yo no hablo a los españoles de felicidad,
sino de heroísmo.
Y digo también:
yo no conozco a los hombres
ni al restaurante
ni a la biblioteca
ni a la Bolsa...
Los llevo hacia esas cumbres altas.

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