martes, diciembre 14, 2010

EL ULTIMO CAMPEONATO por RODRIGO RAMOS






Nunca la pampa salitrera vivió un campeonato de baby fútbol tan dramático como el torneo unificado del verano 1975 en María Elena, cuando tres de los mejores equipos que parió esta tierra de calamina y sus respectivas barras, se dieron con todo pues mientras en la cancha trancábamos con el ojo, en las graderías del techado, nuestra santa iglesia, las chuchadas y escupos iban y venían. Al final de cada partido quedaba claro que todos los jugadores habíamos salido del útero de una puta o una perra. Ni hablar de la progenitora del “dale color”, el árbitro más estrafalario que conoció la pampa y decisivo en la final.
Esa chifladura colectiva que sólo exprime la redonda, la mágica, moría ahí, en el rectángulo granate de la cancha. Después todos se iban de amigos para la casa, algunos abrazados y otros entre risas. Había un caso particular, tal vez el más extremo, el caso de la señora Zunilda Soto, la misma que nos escupía en los saques. La Zunilda era la encargada de recibir y despachar las encomiendas en el correo. Detrás del mostrador era una dama y hasta cuidaba la pronunciación, pero ubíquela en el techado, en primera fila y peor, en el vértice del tiro de esquina. Gritaba como desaforada la pobre cristiana y si ameritaba, escupía como guanaco. Déjese de joder vieja’mierda, le dije una vez. A la postre fue para peor. Todo por su yerno, el “misterio Aliste”, el jugador más tronco del equipo de los “Si, si, como no, jaja” de María Elena, pero seco para el cabezazo. Nadie se elevaba como él. Era lo más parecido a un defensa alemán, rústico pero efectivo. Más encima era feo por esto el apodo. Asustaba.
El “misterio Aliste” era a la vez, primo de mi cuñada. Por esto yo, quiérala o no, tenía algún parentesco lejano con la Zunilda. En esto de los parentescos y enredos, las viejas tenían la última palabra. Era asunto de preguntarle quién con quién. La pasión que el fútbol despertaba en los hombres, para ellas era por los líos. Se sabían la vida de todos o si no, la inventaban. En ese tiempo los televisores, las maquinitas del encierro, eran escasos. Nos quedaba claro que todos en ese pueblo de la callampa estábamos unidos por sangre, semen o por pelambre y además -lo siguiente lo remarco- nuestros viejos no eran para nada unos santos. A mi viejo una vez lo sorprendí detrás del mosquetero besándose con mi cuñada, pero de eso mejor ni hablar.
Como nunca hirvió nuestra sangre en la final del unificado de 1975.
Después de dar cuenta en una semifinal de miedo y donde ganamos en los trampeados -por el “Dale color”-, tres minutos finales -que siempre fueron seis minutos- al equipo regalón de María Elena, el “Olimpia”. Por esto alcanzamos para sorpresa de todos la anhelada finalísima, el sueño de cabros, contra los míticos “Cruz Verde”, el tremendo equipo de la oficina Vergara y campeón consecutivo de los últimos tres torneos unificados.
No había como ganarles a esos cristianos. Jugaban de memoria. Después, en Antofagasta, confirmaron su mito como los inigualables “Chinitos Ly”, marca registrada de baby fútbol en el puerto.
Ante “Cruz Verde”, “Olimpia” no pudo. Con holgura calló en las tres finales anteriores, a pesar de los desesperados arreglines, y no había otra manera de denominar la malabares, del “Dale color”. Casi con tres toques llegaban al gol, pero nosotros teníamos lo nuestro aunque para serles sincero mis lectores, nadie daba un peso por nosotros porque nos gustaba el pitito y andar con los ojitos chinos. La mayoría pensaba que iba a ser un trámite. Era como chilito jugando contra la “naranja mecánica”, así nomás tenía que hacer.
Después de casi 35 años, todavía me recuerdan ese partido.
La última vez fue en “La Tuerca”, una sala de cerveza de calle Bellavista, aquí en Antofagasta, donde nos juntamos algunos pampinos en escabeche a recordar o revivir y pasamos las tardes de sábado, domingo y a veces de lunes. A la larga, a todos, nos trae algunos problemas recordar. Se nos pasa la mano con la cervecita y ya con los años ni el hígado ni el corazón aguantan demasiado. Usted sabe: tos, tiritones y después la mujer que jode por los ronquidos de animal prehistórico. He visto a varios viejos irse, infartados, del bar a la ambulancia. Cosas de viejos. Algunos nunca regresan y después la juerga sigue en el funeral con “borgoña” y dulce de membrillo. Siempre respondo que para mí y mi generación, ese campeonato cerró sentimentalmente la pampa. La cerró de un portazo. Al año siguiente, 1976, mi familia estaba recién instalada en Antofagasta. Para que le digo mi cara. La tenía de tres metros.
Aterricé a los 23 años en esta ciudad desapasionada. Fue un cambio y se le digo terrible es poco. Sólo sabía jugar a la pelota. Mi papá me decía que sólo hiciera eso. Me lo inculcó desde cuando andaba con los mocos colgando como yoyo. Siempre me dijo que para él, era un orgullo que su hijo mayor fuera bueno para pelota, el mejor de María Elena. Cuando fui a probarme a los 23 años al Antofagasta Portuario, había 20 cabros igual o mejores que yo, lo peor es que ellos tenían 18 años. No seguí. Después jugué en el fútbol amateur por “Halcón del Oriente” y sigo como viejo crack en “Correvuela”, pero en definitiva lo mío era el baby fútbol.
La ciudad me despertó como si me hubieran lanzado un balde con agua helada. Después de 1976, me sucedieron muchas cosas en la vida, más malas que buenas como le pasa todo el mundo, pero gracia ella, mi amorcito, las superé. Todavía juego y “Dale color” todavía arbitra.
Sin embargo nunca he vivido algo parecido a lo de 1975.
Ese momento marcó mi vida y la de todos, creo, de ese equipo. Lo remarco con emoción. Lamentablemente de los cinco que entramos a la cancha en la final sólo sobrevivimos dos, por estos algunos eleninos, medio en broma y medio en serio, me han dicho que a ese equipo lo maldijeron. Tal vez los escupos de la Zunilda iban con cizaña. Esa posibilidad que aclaro, me tiene sin cuidado, me llevó a escribir esta historia que también está dedicada mis tres compañeros de “Pura calle” que de seguro me cuidan desde arriba, junto al Santo, por esto siempre cuando meto un gol miro al cielo. Allí, de seguro, están cuidándome: “El Chori”, “Carehue”, y mi gran amigo “Mecha” que partió hace un mes tras luchar contra un terrible cáncer a la próstata. El quinto del equipo era el “Chino” Véliz, el arquero, que según supe todavía está viviendo en Suecia exprimiendo a una vikinga.


* pura pura calle
valiente equipo
muy difícil derrotar



En aquellos años, María Elena era un reducto impenetrable en medio del desierto, algo así como un castillo persa de los tiempos de Darío “El Grande” y esto que puede sonar grandilocuente, lo reconozco, es porque siempre, y hasta muerto, adoraré ese caserío metido en el culo del planeta donde nada florece y todo se quema, por esto la vida –por el impulso de hacer dinero sino para qué meterse en esa caldera-, en ese lugar del carajo, se valora el doble y por la chucha, que lo recuerdo.
También impenetrables eran las oficinas salitreras Pedro de Valdivia, Vergara y Coya Sur. En resumen, una especie de Vía Láctea. Manteníamos códigos secretos y hasta la manera de hablar variaba entre los unos y los otros. Los más raros, dejémoslo en marcianos, eran los vergarinos. Y no era tan raro, porque lo vi, encontrarse con marcianos y ovnis en la pampa, pero eso es para otro cuento. Los vergarinos juraban lo más hermosos de la comarca aunque, reconozco, eran buenos para todo o mejor, todo lo que hacían le salía bien. Eran ellos nomás. Exclusivos. Se casaban entre ellos. Sería mucho decir que funcionaban como secta, pero iban para allá. Lo digo con causa pues una vez con mi amigo “Mecha” no nos permitieron entrar a una fiesta. Antes, nos miraron de arriba para abajo y después nos dijeron que era una fiesta exclusiva para vergarinos. Todavía creo que esa vez nos discriminaron por futbolistas. Con mi compadre le hicimos varios goles a “Cruz Verde” en el mismísimo estadio de Vergara, y esa fiesta fue precisamente después de un partido en que perdimos 10 a 3. Los tres goles de nosotros los marcó el “Mecha”. El “Mecha” no era tan hábil como yo, pero tenía un imán para atraer la pelota justo en el área y pa’ dentro mierda. Fue clave en la final.
Así eran los vergarinos, llenos de virtudes, hasta que de un día para otro, se los tragó la tierra como a los de Coya y los de antes. Bastaba salir a la carretera, la sangrienta, y comprobar en que íbamos a terminar nosotros, en nada. A pesar de esto, nunca he imaginado a María Elena como un pueblo fantasma a pesar que hoy, no se parezca en nada al pueblo donde yo pasé mi niñez y juventud. Un vergarino me dijo una vez en “La Tuerca”, Vergara está viva aquí arriba, en mi techo, en mi cabeza. Luego me dijo que pusiera mi mano en su frente para sentir el ruido del pueblo.
Nosotros nos sentíamos distintos al resto como los otros. Podía decirse que éramos más amigables y en nuestro caso, más rockeros. En efecto, para pertenecer al valiente equipo de “Pura Calle”, había que ser rcokero. Era el requisito número uno. En los veranos, antes de ir a la piscina, nos gustaba volarnos con “Gran Funk”. Era rico andar voladito. Uno andaba lento como Steve Austin, “El Hombre Nuclear”.
Recuerdo que fuimos los primeros en traer al norte a la banda de rock “Tumulto”. Ni siquiera habían tocado en Antofagasta. Después supe que nosotros, a diferencia de Antofagasta, no gozábamos del privilegio del toque de queda. Había un Carabinero en el pueblo que manejaba a su paco raso y eso bastaba. No tenían mucho trabajo y casi siempre se les veía durmiendo o viendo el televisor, mientras los pititos corrían como agua entre nosotros. Si vimos milicos, fue para algún desfile. Nada más.
María Elena era Júpiter, el planeta más grande.
Todo llegaba primero a nosotros y después, para nuestra dicha, chorreaba al resto de las salitreras, asunto que en los otros despertaba envidia. Para mí, lo mejor era ver primero las películas y después contársela a algún amigo o pariente de las otras salitreras. Les contaba el final.
La competencia era brava entre eleninos, pedrinos y vergarinos. Siempre fue así y creo que todavía lo sería, si el desierto no se habría engullido hambrientamente a los pueblos. Como era de suponer, las pasiones se desataban en las competencias deportivas. Algunas veces se empezaba a escupos, se seguía a combos y después era fácil terminar en botellazos y piedrazos. Recuerdo a ver expulsado a piedrazos, delegaciones y barras de pedrinos como también ellos, a nosotros. Los pacos no se metían y los heridos al hospital. No había diarios ni periodistas para armar alharacas, así que todo quedaba ahí, como capullo.
Por suerte el unificado de 1975 no terminó de esa manera. Esto pues ningún equipo de Pedro de Valdivia llegó a las semifinales. Dijeron que boicotearon el campeonato, pero en realidad, ellos en eso momento no tenían buenos equipos y punto, y creo que seguir dándole vuelta el tema, como se sucedió con un porfiado con el que casi nos vamos a las manos, es majadería.

Para nosotros, los que sólo vivíamos por y para la sagrada redonda, ganar el campeonato era dejar en lo alto, en el firmamento azul, el nombre de María Elena y pasar a la historia como lo hicieron nuestros padres y abuelos en su momento. En el consejo de deportes estaban los nombres de los atletas, futbolistas, basquetbolistas y boxeadores grabados bajo sus respectivos trofeos y medallas. Ponía la piel de gallina pensar que uno podía llegar a estar ahí, entre los elegidos.
La deuda de mi equipo “Los Pura Calle”, la de “Olimpia” y también de “Si, si, como no, jaja” era devolver la copa de baby fútbol a María Elena, después de tres años de paseo por el planeta Marte. Por esto cuando partió el campeonato nos propusimos dejar el alma y las huevas en la cancha y creo que lo hicimos.



pura pura calle
juvenil equipo
muy ágil y comprometido




Jugar a la pelota por la selección de tu salitrera te daba un estatus especial. Eras como un artista o algo parecido a un cantante de moda. Demás está decir que todos te conocían y por eso te saludaban, siempre. Ni hablar de las chicas. Nos iba bien hasta con las más creciditas.
Las más creciditas eran más suavecitas porque usaban más cremitas y se la untaban por sus presitas, decía el califa de la pampa.
Para esto último había que ser valiente ni tener memoria. Nunca me pillaron, al menos, auque nunca me arriesgué en demasía. Al finado “Chori” sí, y por esto se comió un boxeo del “Oso” Cárdenas que ni le cuento. Tuvo tres días en el hospital por un tec cerrado y la pobre mujer del “Oso”, una semana. El maricón, y no había otra manera de denominarlo, la dejó como carne molida. Era normal en la pampa, por desgracia, que el hombre boxeara a la mujer si le ponía los cuernos. Un poco más y las lapidaban como los talibanes. Recuerdo varias sacadas de cresta, algunos con muerte. Daba pena que a lado de tu casa, por ejemplo, el viejo golpeara a la vieja y que después la vieja llegara a tu casa sollozando con su ojito en tinta para que mi mami Sarita, le pusiera un bistec en el ojo. Así de vacas eran algunos machos encopetados de la pampa. A pesar de todo, mi papá nunca le tocó un pelo a mi mamá y si lo hubiera hecho se las habría visto con nosotros, sus seis hijos.
Lo bueno que el desgraciado del “Oso” nunca más se apareció por la pampa. No iba a aguantar que le apuntaran como cachudo. Después su mujer también desapareció.
Años después, “Chori” dijo que los vio juntos en el terminal pesquero de Antofagasta comiendo un mariscal y que se veían muy felices y de la mano como si nada hubiera pasado allí ¿Quién entiende el amor? Me dijo esa vez “Chori” con esa cara de mono asustado que ponía cuando algo le parecía mal.
Una de las novedades del campeonato 1975, fue que en la final tuvimos porristas. Así nomás fue, puras cabritas ricas de fina selección. Idea del alcalde que les tenía un diente que ni le cuento. Todavía le estoy agradecido –siempre se lo recuerdo cuando lo veo por ahí-. El hombre todavía usa el bigotín a lo Clark Gable y casi fue diputado de la república. Gracias a él conocí a la que sería mi amada mujer.
Recuerdo como si fuera hoy cuando las pollitas del Liceo de Niñas Antofagasta bajaron del camión de los milicos. Estaban medias asustadas –tal vez pensaron que se iban a desviar a Chacabuco-. La mayoría no conocía María Elena ni se imaginaran algo parecido en el desierto, según Marielita me contó después. Por esto las llevaron a pasear por la plaza y el mercado. Error. Como era pueblo chico, los más jóvenes se pasaron el dato y rápido cayeron en masa a la plaza poseídos por la testosterona macaquera. Sólo sentí los gritos. Las chicas, medias asustadas, terminaron arrimadas en el camión de los milicos, con los milicos al lado, que le ponían su mejor cara de perros a los cabros puñeteros. Un poquito más y la cosa terminaba a combos y culatazos, o peor, a balazos.
Cuando salimos a la cancha las chicas ya relajadas al parecer, hicieron su show con plumero en mano. Un par de revolcadas en el suelo dejaron locos a los viejos. Los viejos le celebraban todo con aplausos y silbidos, y aclaro, sin ninguna grosería, a diferencia de los cabros. Los cabros habían quedado con la bala pasada después del incidente con los milicos. Le gritaron cosas bien feas. A mi me dio vergüenza ajena. Entre ellas estaba Marielita, que ha tenido una paciencia de china conmigo, especialmente en los últimos años -y eso lo dice mi amada madre y toda mi familia-. Es lo único que puedo agregar sobre mi depresión.
A ella la conocí la noche de la final.



Pura pura calle
Gran equipo de pura
cepa pampina





-Todavía jugai- me dijo Roberto Baeza, “Dale color”.
-Y vos, todavía arbitrai, saquero- le respondí antes que comenzara un partido de un campeonato inter-empresas en el Fortín 21 de Mayo de Antofagasta.


“Dale color” debería estar en el museo de cera de la pampa. Arbitraba de todo lo que ameritaba ser arbitrado y siempre vestía de negro como cuervo aunque al final del traje, degastado como cáscara de cebolla, había adoptado un color plomizo tipo tornasol. Si había un campeonato de ping- pong, ahí estaba. Tenía más talento, decía, para arbitrar voleibol que baby fútbol y eso quedó claro, una vez más, en la final del campeonato de 1975, cuando me expulsó injustamente, insisto.
“Dale color” iba y venía de campeonatos. Lo llamaban de Pedro de Valdivia, Vergara y hasta de Quillagua. Cobraba por sus servicios. Uno decía: este gueón como mierda se sabe todos los deportes. Si no sabía, lo inventaba.
En uno de los últimos encuentros de deportistas en María Elena, hace un par de años, y después de los sentidos homenajes a quienes partieron, hubo un mini torneo entre las generaciones de los años setenta. Entre los árbitros, adivine quién apareció y con el pelo negrito. Todos nos miramos como diciendo, chucha este gueón otra vez y está igual.
Esta tarde “dale color” arbitró baby fútbol y voleibol.
Mientras “dale color” arbitraba un partido de voleibol encaramado junto a la red, el “loco” Tapia, de puro pesado, le subió una empanada y una Coca Cola, a ver si dejaba de arbitrar un rato. “Dale color” se comió la empanada en dos mordiscos, sin perder la atención en el juego y luego se tomó la Coca Cola. Con esto el hombre demostró su profesionalismo a toda prueba.
Después, en el asado final del mismo encuentro actuaron todos los que tenían que actuar y todos los que tenía que cantar, y para sorpresa de todos como cierre del show artístico presentaron a Roberto Baeza, el poeta. Sí, aunque no lo crea, “dale color” era también poeta. Y empezó: ¡Oh Maria Elena, pampa mía! Gloriosa Oficina y cosas en ese tono. Era completo el hombre, un real churrasco completo chucrut, mayo y tomate. Ahí me di cuenta que tenía bien ganado su apodo. El hombre le ponía color a todo.
Por sus poemas que me llegaron al alma, y no es chiste, me reconcilié con “dale color” después de 30 años.


Juegue –gritó “dale color” a las 18 con 15 minutos del sábado 15 de noviembre de 1975.
La final del campeonato comenzó una tarde después que el sol comenzara a desaparecer. El cielo naranjo fue lo último que vi al entrar al gimnasio. Tenía claro que adentro iba a cambiar mi vida. Y no me equivoqué.
El ruido del gimnasio era ensordecedor. En las graderías estaban todos. Desde el viejo Memo, el dueño de los flippers, hasta la Zunilda, esta vez al lado de “Misterio”. Ambos iban a gritar por nosotros. Éramos María Elena.
Antes de seguir con la final, le explico el tejemaneje del campeonato. Jugamos 8 equipos, divididos en dos grupos. El primer grupo encabezado por el ganador anterior, Cruz Verde de Vergara. Y el segundo grupo encabezado por Olimpia, subcampeón del torneo anterior. Nosotros quedamos en el grupo de Olimpia, lo que no era malo, pues le habíamos ganado en dos de tres partidos amistosos que jugamos ante del campeonato a modo de preparación. Los dos ganadores de cada grupo jugaban la final. El resto miraba.
En su grupo. Cruz Verde no tuvo problemas. En consecuencia no vale la pena detallar los partidos de cómo llegó Cruz Verde a la final.
Nosotros, en cambio, éramos los niñitos marihuaneros, los malos del lote. Nadie creía en nuestro real poderío futbolístico. Nadie. Ni mi papá daba un peso por nosotros aunque sabía de nuestras condiciones. Nos condenaban porque éramos bueno para la fiesta. Así y silenciosamente le fuimos sacando la cresta a todos y que pasé el siguiente.
El otro equipo cototo, era “Olimpia”, orgullo de María Elena, decía su canción. Allí jugaban los hermanos Corrotea que eran secos para la pelota. Nosotros de algún modo derivamos de Olimpia, algo así como el Magallanes y su hijo Colo Colo. Jugamos desde chico a la pelota con los Corrotea pues vivíamos a dos cuadras de distancia. Imagínese las pichangas que se armaban. Terribles. Como dato uno de los Corrotea, el David, llegó al profesionalismo. Jugó en Audax Italiano, pero se volvió a la pampa. Nunca se acostumbró en Santiago.
Debí haber jugado por Olimpia, pero al final opté por el lote “Mecha” por la sencilla razón que éramos más relajados y crecimos juntos. No nos pasábamos a guano entrenando a las 6 de la mañana, entumidos, como lo hizo el Olimpia antes del campeonato ¿Para qué? Parecían atletas en vez de jugadores de baby fútbol. Nosotros, en cambio, jugábamos cuando había que jugar nomás. Nunca nos creímos profesionales. Cambia la cosa si hubiéramos jugado fútbol, donde hay más desgaste físico. El baby, en cambio, es pura ubicación, rapidez e inteligencia. Lo mejor es jugar desde chico con el mismo equipo y nosotros lo hicimos. Con los cabros nos conocíamos de memoria.
Jugamos con nuestros hermanos mayores de Olimpia, lamentablemente, el partido definitivo que nos dio el pase a la final.

Mañiña, Peralta, el finado Palta y los dos Corrotea integraban “Olimpia”. Todos buenos y más encima con una barra de lujo encabezaba por la Zunilda, que había quedado picado con la paliza que le dimos a “Si, si, si, como no, jajaja” y el finado Quemper, que estaba medio chalado. Gorriao culiaos nos gritaban por lo bajo, mientras uno transpirando como perro.
El partido fue intenso y se definió en los últimos 3 minutos finales. Era todo un show lo de los 3 minutos. Por cada minuto que pasaba se iba apagando una corrida de luces. Al final terminabas a oscuras. Eso fue ocurrencia del alcalde para darle más emoción la cuento, cuestión que no gustó. En realidad los 3 minutos nunca fueron tales pues fueron 6 minutos o más, porque “dale color” estiraba como chicle la porquería para que ganara el “Olimpia”. Llegamos a los 3 minutos finales 5 a 4, con ventaja para Olimpia. Sin embargo yo metí dos goles, uno por el error del finao Palta. Pobrecito. Murió hace un par de años de silicosis. Sacó mal y yo la agarré de volea y paf, para adentro mierda. Fue el 5 a 5. La ventaja fue una gran jugada del Mecha que se pasó al Corrotea, me la pasó a mí y yo la mandé adentro. El resto fue aguantar por los minutos trampeados del “dale color”. Ganamos gracias también al Chino Véliz, que le sacó dos pelotas de gol a Corrotea.



Recuerdo el rostro de funeral del finado Palta después de ese partido. Fue tremendo para ellos. Se los juró, nunca vi tipos tan deprimidos. Pensé que lo mejor sería que clasificaran ellos, pero así nomás fue. Todas sus madrugadas de ejercicios se las destruyeron los voladitos de “Pura Calle”.



Pura, Pura Calle
equipo sin igual
deja todo en la cancha,
corazón, coraje y amistad



Después de cantar el himno nacional y el de nuestro equipo * con una emoción que contagió a todos, por el silencio, salieron las pollitas. Ahí estaba Marielita, en un costado. Después me dijo, que me veía nervioso y que tenía cara de pollo al matadero. Ni siquiera me acuerdo de que hicieron las chicas.
Quedé sordo.
Salimos con el Chino Véliz al arco, el Carehue y el Chori atrás, y yo con el Mecha adelante. Cruz Verde, salió con Ly, Flores, Reyes, Zamora y Fernández.
Nosotros nunca pensamos como cabro chico que éramos, cuando uno siempre ha crecido ahí, yendo a las piscinas y todos los lados, que íbamos a estar representando a nuestra salitrera en la final del campeonato de baby fútbol, pero ahí estábamos con el corazón a mil por hora aguantando el toque de Ly y Flores, más Reyes detrás. La movían sin mirar. Después de cinco minutos vino su primer gol. Un error de Carahue, y Ly que se la pasó a Flores y a celebrar. No alcanzó a pedir disculpas Carehue cuando vino el segundo, y con esto, los primeros insultos de la gente. Debíamos calmarnos. No nos quedaba otra. Así que nos demoramos un poco para partir, cuestión que molestó a “dale color” y le puso una tarjeta amarilla al Mecha. Ahí empezó la rabia con “dale color”. Aguantamos atrás un par de minutos y salíamos jugando, hasta que Carehue provocó un corner, lo hizo él y por arriba ganó el Chori. 2 a 1, y la Zunilda se despachó un rosario que provocó el reclamo de Ly. Otra vez “dale color” se fue contra nosotros para que calmáramos la barra. Iban 15 minutos, y se jugaban 30 por tiempo, en dos tiempos. “Dale color” vivía en María Elena, pero sus cobros me hacían dudar que era nacido y criado allí, pero el hombre como el apodo lo indica, era un poco complejo, tal vez demasiado apegado a la reglamento aunque cuando quería nomás. A veces andaba permisivo. Tal vez le había tocado, quién sabe. Era solterón y hasta decían que se le quemaba el arroz. Que lo había visto parado en calle Serrano, todo pintarrajeado de mujer esperando clientes. Puede decir que una vez lo vi haciendo cola para la prostitutas y eso despejó toda mis dudas. Pero mejor, vayamos al partido. A los 5 minutos nos metieron el primer gol. Ellos habían dominado desde el primero minuto pero nada especial. Después empatamos con gol de Mecha, que retumbó en todo el estadio. Cayeron hasta papelitos picados. El primer tiempo terminó 3 a 2. Fue peleado. Nunca sentimos que el equipo que estaba al frente era marciano o algo parecido. Nada. Jugaban bien, coordinado, pero eran medios frágiles. Trancando le perdimos el respeto. Ganábamos la mayoría de las pelotas dividas, pero aclaro no era de fuerza el juego nuestro. Esta vez ellos estaban de nosotros, jugando al toque, limpio. A pesar de esto no eran tan duros como Olimpia. Creo que los cabros de Olimpia, así como estaban de duros, le hubiera ganado. “El Mecha” y “Carehue” eran más altos que ellos. Por esto una de nuestras armas era el cabezazo, pero hay que decir también, Zamora y Ly tenían un resorte en las patas. Zamora era seleccionado de voleibol de la región. Ly era un jugado completo. Nunca vi un tipo como él, en el pampa. Si hubiera jugado profesional, de seguro llega a la selección, pero a pesar que lo vinieron a buscar, nunca quiso irse a Santiago.
Como no teníamos DT, el flaco Corrotea nos aleonó en el entretiempo de que podíamos ganar. Nos dijo que no era Cruz Verde estaba jugando mal, sino que nosotros bien. Que siguiéramos así destruyendo el juego de Cruz Verde ¿Y nosotros a qué hora jugábamos? Al parecer Cruz Verde andaba jugando mal porque salió con todo, y en cinco minutos nos hizo dos goles. Quedamos 5 a 2, y el público comenzó a alentarnos, hasta que Cruz Verde se ganó los aplausos con el 6 a 2. Golazo. Nos hicieron ver como palitroques. La jugada del recordado gol, uno de los mejores que he visto en mi vida por la coordinación, partió con un pase de cuchara que cruzó la cancha desde atrás hacia delante de Salgado que había reemplazado a Fernández -que al parecer andaba enfermo de la guata porque se tiró unos pedos terribles-, que recibió ly por la izquierda y de un solo toque se la puso con otro cucharazo por encima de nosotros a Zamora, que entró por la derecha y que venía corriendo desde atrás, y gol. Golazo.
¿Reaccionamos nosotros o se relajaron ellos? Sin quererlo hicimos el 6 a 3, 6 a 4 y después metí el 6 a 5, con un vistoso toque entre yo y el Mecha. Así llegamos a los 3 minutos finales. Imagínese como estaba esa pobre mujer de la Zunilda. Chino de mierda le gritaba a Ly que tenía la espalda llena de pollos. Fue la primera vez que vi a Ly nervioso. Ahí se me pasaron la revoluciones. Fue una mezcla de todo. El empate vino después de un corner de Carehue que se la tiró al arquero, y esto soltó, y ahí aparecí yo para empujar al arquero y la pelota. Cruz Verde reclamó y estúpidamente yo le grité en la cara el gol a Ly y después al “dale color”. El sexto ya estaba cobrado. “Dale color” me mandó a las duchas y ahí terminó todo.
Mariela, a quien le pareció injusta la expulsión, me esperó a la salida del camarín. Me tomó la mano y me dio un beso en la mejilla. Con el tiempo he entendido que ella fue mi triunfo.

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