martes, septiembre 14, 2010

700 metros o crónica desde el subsuelo minero por Rodrigo Ramos B.





100 metros. La tumba se llama mina Juanita y está a 70 kilómetros al noreste de Antofagasta. En su interior yace el cuerpo del pirquinero Manuel Martínez Vega. El 11 de octubre de 2008 fue sepultado por un derrumbe. En su momento se descartó el rescate por una cuestión de costo. En definitiva nadie quería cargar con el muerto. La faena no contaba con ningún tipo de permiso para operar, según denunció en su momento el SERNAGEOMIN (Servicio Nacional de Geología y Minería).
La familia de Martínez Vega no es indiferente al drama de los 33 mineros de la mina San José. Rosalba Thompson y su hijastra Ingrid: “Para nosotros como familia fue muy poco lo que se hizo. No por el hecho de ser una sola persona, el tema no se va a mover tanto, porque igual es un ser humano y necesitamos recuperar el cuerpo para que tenga un descanso como corresponde” afirmó su hijastra Ingrid.
Martínez Vega es uno de los 240 mineros que han fallecido en faena entre los años 1990 y 2010 en la Región de Antofagasta, cifra que la convierte en la zona del país con la mayor tasa de accidentes con desenlace fatal.
El impresionante número de decesos (un minero muerto cada 30 días en los últimos 20 años o 12 cada año) se explica porque la Región de Antofagasta concentra la actividad minera del país con 76.027 trabajadores distribuidos en 1.635 empresas, entre mandantes, contratistas y subcontratistas.
Pero también por las deficientes medidas de seguridad laboral, sobre todo en la mediana y pequeña minería; por la falta de fiscalización de los entes gubernamentales (Autoridad Sanitaria e Inspección del Trabajo); y por un cuestionable compromiso de los trabajadores con su propia integridad.


200 metros. “Entre morir de hambre o morir aplastado por un derrumbe, era preferible lo último: tenía la ventaja de la rapidez”, las líneas son de Baldomero Lillo en su cuento “El chiflón del Diablo”, escritor lotino, que logró tal vez en Sub Terra –título que ha inspirado muchas columnas por estos días– el registro literario más popular respecto a las extremas condiciones con que se desarrollaba la minería en Chile, a principios del siglo pasado. Los accidentes eran frecuentes. A este sumaba la alta mortalidad por silicosis y las pésimas condiciones de higiene. Había que ser valiente y punto, para meterse en las entrañas húmedas de la tierra, a través de túneles estrechos, oscuros y con evidente falta de oxígeno. También había niños laborando (cuento “La compuerta número 12”). El riesgo de un derrumbe siempre era inminente.
Al final la necesidad de comer era superior, como bien lo describe Lillo. La precariedad laboral en le minería fue evidente en la creciente industria del salitre, en el norte de Chile, zona que Lillo recorrió para elaborar la elaborar una novela que nunca concluyó. Muchas de estas luchas obreras terminaron en matanzas. Una quedó en la memoria colectiva como la matanza de la escuela Santa María de Iquique, y otra, más cercana, ni siquiera tiene uno monolito que la recuerde como es la matanza de la Plaza Colón, en Antofagasta.
Las extremas condiciones de la minería marcaron la literatura del Norte Grande, desde Tarapacá de Juanito Zola, pasando por la, en su momento, silenciada “Carnalavaca” de Andrés Garafulic donde el último capítulo un desastre en el mineral mata a veinte trabajadores. El dolor y la ira causados por la catástrofe impulsan a los trabajadores a avanzar un tramo en la consolidación de su conciencia proletaria y organizan el sindicato.
Los últimos acontecimientos en la mina San José –considerada de la pequeña y mediana minería en Chile–, en la Tercera Región, revelan que la llamada pequeña y mediana minería sigue siendo uno de los trabajos más extremos del mundo. Es así como el sacrificio del minero tiene recompensa en la calidad de vida que entrega a su familia, en un noble acto de generosidad. En contrapunto, los empresarios por abaratar costos muchas veces no invierten en seguridad con el riesgo inminente. Si bien habrá un “antes y un después” del los hechos de la mina San José, quedó claro que cierta minería en Chile seguía (o sigue) funcionando como la describió Lillo hace casi un siglo.


300 metros. En Antofagasta trabajar en la gran minería de multinacionales o la estatal CODELCO es un privilegio. El sueldo de un operario bordea o supera el millón de pesos. Ni detallar los sueldos de los supervisores a los gerentes. A estos se suma la rentabilidad de las empresas que le prestan servicio a la minería (desde productoras de evento hasta termoeléctricas). Los sueldos se reflejan en el crecimiento inmobiliario, en las ofertas de turismo y en especial en los automóviles. En las calles de Antofagasta circula hasta una limosina. El chorreo de dinero engorda desde el retail hasta el negocio nocturno y a la vez crea necesidades superfluas. Sin embargo, entre el 20% y 30% de la población de Antofagasta está vinculada en la actividad minera. El resto vive la realidad de cualquiera ciudad de Chile.
Un hecho grafica la poca simpatía que tienen los mineros. En sus conflictos sindicales donde pelean bonos de 10 millones de pesos, habitualmente hacen marchas por la ciudad. A diferencia con los profesores o trabajadores portuarios, la gente es indolente hacia ellos, y hasta agresiva. En definitiva no les cree aunque también a la mayoría les gustaría estar en el lugar de ellos.
La realidad opuesta está en la pequeña y mediana minería, ubicada al sur de Antofagasta, en Taltal, pasando por la Región de Atacama hasta llegar a la Región de Coquimbo, y cuya producción va casi en 100% a ENAMI. En este negocio confluyen empresarios cuya premisa es producir a bajo costo –como quedó demostrado en San José–. Cuando el cobre está alto un empresario con una mina mediana fácilmente puede ganar al mes una cifra superior a los 100 millones de pesos. Cuando el precio está bajo muchas veces las minas quedan congeladas.
Quienes explotan estos yacimientos, en especial los subterráneos –donde la dinamita se trabaja, como en el tiempo de Lillo, de manera manual–, son hombres provenientes de poblaciones rurales que por generación, al igual que los pescadores, han heredado estos trabajos. También son migrantes que por diversas razones no accedieron a la gran minería, y ganan experiencia trabajando en este tipo de faenas. En este tipo de minas los sueldos no superan los 500 mil pesos.
Para cualquier trabajo se necesita tesón y perseverancia, también la experiencia de años de trabajo. En el caso de San José son trabajos de hambre, necesidad y miedo. Tener familia con el imperativo de sostenerla deja abierta la brecha para optar bajo cualquier costo ante esa premisa. Por un lado los mineros en estas condiciones piden que no se cierre la mina, por otro los empresarios no la quieren cerrar, porque el precio está bueno y lo que pagan es mísero ante la ganancia que obtendrán. Así está hecha la plataforma del abuso.


400 metros. 400 mineros de la pequeña y mediana minería quedaron cesantes por efecto de una inédita fiscalización de SERNAGEOMIN, tras el derrumbe en San José. El alcalde de Taltal, Guillermo Hidalgo, manifestó su preocupación por el problema social que esto podría acarrear para su comuna de alrededor de 10 mil habitantes y ubicada a 280 kilómetros al sur de Antofagasta. Dijo que en total ya cerraron 35 faenas, la mayoría entre “Montecristo” y “Mina Julia”.
En efecto, precisó que la economía de su comuna depende en casi un 50% de la pequeña y mediana minería. “Es una situación que nos mantiene en alerta. No queremos repetir la crisis de 1998 cuando llegamos a poner banderas negras y bolivianas”, apuntó.
El empresario minero Carlos Casareggio, precisó que SERNAGEOMIN por muchos años no fiscalizó en buena forma y ahora pretende recuperar “este tiempo perdido” con controles demasiado drásticos. “Esto es una reacción histérica de parte del gobierno tras el derrumbe en la mina San José”.
El empresario reconoció que si bien varias faenas carecen de elementos de seguridad: “Hay un asunto de criterio por parte de SERNAGEOMIN”.
Lo anterior pues “al cerrarnos las minas no nos permiten implementar las vías de escape y las otras indicaciones de seguridad”.
“Además si nos cierran las minas, con qué recursos desarrollaremos esos trabajos. A esto se suma la cesantía”, sostuvo.
Más claro que el agua fue el presidente de la federación minera de Chile, Christian Arancibia. Dijo que la mediana y pequeña minería, en vista de la situación en San José y la fiscalización, ha despedido a muchos a trabajadores: “Tenemos 33 personas atrapadas bajo tierra y, muy pomposamente en el Senado el dueño de la mina les echó la culpa del accidente a los trabajadores. Pero de la situación es tan responsable el empresario como el Estado, porque éste ha permitido, gracias a un precaria fiscalización las actuales condiciones”.
En efecto, Casareggio hizo hincapié en lo que denominó “el problema cultural del minero”. “Ellos han trabajado 30 y 40 años en lo mismo y a su medida. Muchos no aceptan trabajar con implementos de seguridad. Es distinto en la gran minería donde les hacen cursos de inducción y aceptan”.
Casareggio, quien citó al rubro de la construcción como el que lejos lidera la cifra negra en accidentes fatales den Chile, recordó –en el marco de un consejo de lectores de un medio de Antofagasta, donde también participan ex intendentes y periodistas– el último accidente fatal en su mina. “El joven era medio poeta o decía serlo. Por esto era medio despistado, taciturno. Decía que lo esperaban en París. Creo que su carácter desprevenido hizo que no tomara la precauciones y se produjera el accidente fatal”.


500 metros. La lucha entre el desierto y tejido urbano es una constante en la mayoría de las ciudades del Norte de Chile. Si los hombres desaparecieran –como propone un programa de Nat Geo– el desierto inevitablemente se comería a las ciudades. Para afirmar que la tierra está viva, “los viejos mineros” o “los viejos” –en esa forma de graficar la experiencia que puede sonar hasta despectiva– señalan a los derrumbes. Ellos conviven con esa posibilidad. “No le tememos –dice Carlos Rivera– que trabajo por 15 años en la mina subterránea Mantos Blancos, a casi 80 kilómetros al norte de Antofagasta. Los miedos se pasan con la rutina”.
La sapiencia de los “viejos” también la rescata el gerente de Geología de Minera Escondida, Walter Véliz, quien lideró el equipo de profesionales –también de otras empresas– que hizo contacto, a través de sondajes, con los mineros. La tensión del pasó de los días sin resultados, se aplacaba cuando conversaban con los compañeros de trabajo de los 33 mineros.
“Ellos que conocían la mina, siempre nos dijeron que los mineros estaban con vida pues había aire y agua, y que sabían perfectamente que hacer y como mantenerse con vida. Esto nos ayudó a sopesar la impotencia del paso del tiempo sin resultados positivos. Nos queríamos regresar a nuestros hogares con la sensación de no haberlos rescatado”.
Los mineros de San José tuvieron la suerte que no tuvo el hombre que quedó dentro de la minera Juanita. Para fortuna de estos, coincidieron varios hechos. Aquí:
- El derrumbe se produjo días antes de la celebración del Día del Minero, 10 de agosto, en conmemoración a San Lorenzo, patrono del sector. Para esa fecha, la gran minería hace grandes celebraciones en sus faenas con toda la farándula del momento. Todo esto se suspendió y en efecto, a modo de solidaridad, las empresas prestaron inmediata ayuda con profesionales y maquinarias. Como antecedente, la gran minería totalizó ganancias, en conjunto, sobre los US$ 4.000 milllones –el costo del Plan Bachelet para combatir la crisis–. Escondida, de la anglo-australiana BHP Billiton, obtuvo una utilidad de US$ 1.607,5 millones entre enero y junio. Sus utilidades registraron un salto de 53%, frente a los US$ 1.050 millones del primer semestre de 2009.
-El bajo momento de popularidad del presidente Sebastián Piñera. Creerlo o no a Piñera, es problema de cada uno, no obstante el derrumbe le cayó del cielo y a través de este reforzó su imagen de superhéroe y la del ministro de minería Laurence Golborne, catapultado hasta de candidato presidencial por la prensa oficialista.


600 metros. La mujer es detenida en una esquina por un periodista. Después que la cámara la apunta, llora. Cuenta que escapó por milagro. Que su cama quedó debajo de la muralla. Que su 20 años de trabajo se fueron a la basura, pero que las cosas materiales se pueden recuperar, eso está intacto dice, después, entre sollozos, reconoce que gana 200 mil pesos al mes y que el mar se llevó a su hija.Detrás del televisor, a otra mujer, se le escapa una lágrima y cae sobre la taza de té provocando ondas sobre el líquido. Por alguna razón ella recuerda un crisis que tuvo hace rato, algo con su marido. Baja la cabeza y recuerda. La otra mujer, la de la televisión, dice algo peor: el cuerpo de su hija, de 13 años, fue hallado recién ayer. Apúrate Alberto, replica la mujer mordiendo el pan con paté en la mano. Mira, qué terrible.El periodista sabe que con ese caso captará televidentes. En el canal también lo saben por esto revisan uno a uno los canales de la competencia. Después de esto, concluyen que este caso es el más impactante del momento.Mi hija tenía el rostro pálido y blando, describe la mujer, demasiado blando. Parecía un angelito. Llora y se cubre los ojos con ambas manos. El periodista saca un colchón de papel higiénico desde el bolsillo de su camisa. La mujer se seca y sigue. Mario le toca el hombro a su mujer.Mi hija había pasado a segundo medio. Siempre quiso ser famosa ella. Le gustaba la televisión. Veía los realities. Era una niña llena de vida. Habilosa, linda. Hilda no puede contenerse, y lanza un sollozo que provoca un ladrido de Luisa. Alberto acaricia el pelo a su mujer. El periodista besa a la entrevistada, y dice que casos como estos aparecen a cada rato aquí, en Constitución. Luego la música de funeral en la televisión.


700 metros. Enterrados a 700 metros de profundidad, además de los mineros y cápsulas del tiempo, están varios hechos, pero aquí van cuatro:
- Los 32 presos mapuches que permanecen en huelga de hambre.
- 1.192 compatriotas que aún permanecen como detenidos desaparecidos.
- La insoportable desigualdad educacional.
- La contaminación con Pet Coke y el alto índice de cáncer en Tocopilla.
- Los errores de la FFAA, como los 77 conscriptos de Antuco y la coordinación post terremoto de febrero.

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